Hablemos de las cárceles (IV parte)

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Crónicas desde la cárcel de Ocaña”. Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

Este fin de semana ha llovido en Alicante pero no  como si fuera el País Vasco o Asturias. Una suerte porque aquí el agua mansa siempre es bienvenida aunque sea poca. El tiempo feo, frío, húmedo, gris y lluvioso tiene que ser llamado buen tiempo y el cielo azul, sin nubes, caluroso y causante de la desertización.

Nos quedamos en el artículo anterior, en el año 1978, con la llegada de García Valdés a la Dirección General y los rumores, insistentes, ciertos y contestados, de la confección de una Ley Penitenciaria moderna, con leyes internacionales como modelo,  que debía poner a nuestras cárceles al nivel de Europa y alejadas del franquismo del que, los más osados al frente de la transición, querían despegarse definitivamente, con la lógica resistencia de lo que en aquellos años se llamó “El Bunker”, el temido bunker que capitaneaban Girón de Velasco, Blas Piñar, Mariano Sánchez Covisa y los militares que, colegas de Franco, querían que sobreviviera después de muerto, una especie de resurrección utilitarista porque él ya  había dicho que “lo dejaba todo atado y bien atado”.

¿¡Qué cojones nos van a enseñar a nosotros esos niñatos de universidad y que no han visto un talego en su puta vida!? -clamaban los herederos de esa época oscura-. ¡Ahora hasta se van a inventar un Juez para que nos vigile a nosotros! ¡Un juez de Vigilancia! ¡A los cacos estos es a quien tienen que vigilar que lo están volviendo todo del revés y no tienen ni puta idea de por donde andan!

Y sí que nos enseñaron los que venían de fuera, porque permanecer en un mundo cerrado, mirándonos todo el día el ombligo, hablando todo el día entre nosotros en una endogamia perniciosa y patológica y pensando que no hay ninguna otra realidad, es un desastre intelectual y personal en todos los terrenos. Es necesario que corra el aire siempre y mucho más en las instituciones cerradas. El mundo carcelario es un mundo endogámico  – he tenido la suerte y la vista de no tener jamás una relación íntima con nadie de mi trabajo-. La cárcel es el único tema de conversación, si sale un puesto – hablo de otros tiempos- de limpiador, celador, lavandero, cocinero—- ahí está la mujer de o el marido de, para entrar a trabajar aunque sea en sentido figurado y no daré nombres aunque me acuerdo de todos porque – no lo repetiré más- la memoria es el único sentido que me funciona a la perfección. Ojalá me funcionara todo igual.

Carlos García Valdés, profesor universitario, jurista como he dicho y hombre lanzado en un mundo enano como era el de aquellas cárceles, tiró para adelante y cumplió con lo que venía a hacer en estas casas. Aprobó los primeros permisos, instauró las visitas íntimas, redactó la Ley Orgánica General Penitenciaria y no se hundió el mundo. Aprobó la ley penitenciaria y se largó con la conciencia del deber cumplido. Hasta hoy permanece su sólido legado.

Hubo en esta época, hablo del mes de marzo del 78, un episodio desgraciado en las prisiones españolas. En la cárcel de Carabanchel, se descubrió un túnel para intentar la evasión, evidentemente. Agustín Rueda era un miembro de la famosa COPEL que ya hemos nombrado. Los panfletos de tinte revolucionario que circulaban en la época lo etiquetaban como “anarquista”. No creo que supiera él mucho del anarquismo, pero ese siempre ha sido un recurso de los llamados “presos sociales” para adquirir un cierto estatus ante los “presos políticos”. Me autodefino como anarquista para darle un tinte intelectual a mi ser delincuente. Otra cosa es que entremos ahora a hablar del origen y las causas del delito en la multitud de escuelas criminológicas.  Esa “moda anarquista” ha persistido durante algún tiempo y recuerdo, en ese sentido, a unos atracadores que mataron a dos policías locales, dos mujeres, en Córdoba a finales de los noventa. Uno de ellos, Lavazza creo recordar, en algún artículo ha sido calificado como preso anarquista y no creo que sepa mucho de Bakunin, de Angiolillo, de Mateo Morral, de Paulino Pallás o de Salvador Franch. Padre del anarquismo el primero y autores de grandes y famosos atentados anarquistas los cuatro siguientes. Yo desconfío – salvo que evidencias flagrantes me hagan dar marcha atrás- de estos anarquistas. – Algún día os contaré cuando, con Franco aún vivo y Pablo Iglesias sin haber nacido aún, yo daba clase en un pueblo de Granada, al que llamaban Rusia la Chica, a comunistas -o que querían formarse para serlo- explicándoles “Los conceptos fundamentales del materialismo histórico” de Marta Harnecker. Les intentaba explicar, altruistamente, con el altruismo que solo se puede tener con 19 o 20 años, el concepto de plusvalía. Verán: si yo corto un árbol, ese árbol vale mil pesetas, por ejemplo. Entonces lo hago tablones y con ellos fabrico una mesa. La mesa ha adquirido una plusvalía porque ya vale cinco mil en lugar de las mil que ha costado el árbol. Han intervenido las máquinas del empresario y el trabajo de los trabajadores para conseguir esa plusvalía. Había en aquella clase un hombre, comunista visceral y bastante analfabeto, que se ganaba la vida vendiendo pescado de manera ambulante con una moto Iso. La quemó nada más comprarla porque ignoraba que había que cambiar de marcha. Su conclusión, ante mis explicaciones simples porque yo era entonces estudiante de filosofía, siempre era la misma: Es lo que yo digo, que “a todos los ricos hay que cortarles el pescuezo”-.

Volviendo al desgraciado asunto de Agustín Rueda, tenemos que entrar por desgracia en una conducta excepcional, pero no por ello menos deplorable, de un reducido número de funcionarios: los poquísimos que piensan que, cuando un preso lleva a cabo una acción castigada por el sistema, una fuga -ya terminaron los intentos típicos serrando el barrote de las ventanas o con túneles, aunque hace poco tuve noticia de una en Valdemoro, un preso al que apodaban El piojo y que salió en todos los medios- una pelea, un motín, una agresión…. Unos poquísimos piensan que, una vez reducido, “hay que hacerle una visita y darle un repaso”. En contadísimas excepciones he vivido ese “intento de valientes” y siempre lo he parado – recuerdo cada situación y cada nombre de cada interviniente, pero no lo diré-. Eso fue lo que pasó con Agustín Rueda desgraciadamente y para escarnio de la institución penitenciaria. Un preso conflictivo, activo en todas las “pajarracas” montadas por la Copel, un túnel en Carabanchel para intentar la fuga y unos cuantos funcionarios que quieren hacer de justicieros a su manera con este y con algún otro preso significado. Diez funcionarios fueron condenados por la Audiencia de Madrid a penas duras de prisión  por homicidio y el asunto generó una larguísima trifulca, un enfrentamiento sin precedentes entre los propios funcionarios de la institución. Los había que defendían la actitud de los apaleadores y tachaban de traidores a quienes denunciaban las torturas. Así de crispada y de enfrentada estaba la sociedad española en aquellos años.

García Valdés, director general en aquella fecha, no se libró de los planes terroristas para terminar con él. Se ve que a la resistencia antifascista primero de octubre no le gustaba la Ley General Penitenciaria que este hombre estaba cociendo. A primeros de abril de 1979, al salir del despacho en el Ministerio, junto a la calle Malasaña, fue abordado por cinco terroristas, pero tuvo suerte porque los escoltas, profesionales y sin arrugarse, repelieron la agresión frustrando una muerte segura. Tanto es así que los Grapo, al reivindicar el atentado y su “fallo a la hora de asesinar a García Valdés”, aseguraron que seguirían intentándolo.

Otra vez el jefe Sánchez Casas, un director de teatrillo barato, gaditano, frustrado y devenido en terrorista ordenaba y los sicarios Martín Valero y Félix Novales, con una mujer que no recuerdo, intentaban el asesinato. Sánchez Casas, fundador del Grapo con Hierro Chomón y Pío Moa entre otros, fue también ideólogo y protagonista de las famosas huelgas de hambre en las cárceles, imposibles por lo larguísimas pero que afectaron a su salud gravemente. Por cierto, cuando los Grapo perpetraron este atentado, fallido por suerte, era ministro del interior un militar, falangista y franquista – la deuda de la democracia incipiente con el pasado que aún nos daría importantes sustos- vitoriano, combatiente en la guerra civil y voluntario en la División Azul, llamado Ibáñez Freire -padre de Pilar Ibañez, esposa del Presidente Leopoldo Calvo Sotelo-  Este Ibañez Freire, que también fue director general de la guardia civil, fue discípulo de Camilo Alonso Vega* a cuyas órdenes se puso, siendo teniente, el día del golpe de estado del 36 ¿Os suenan estos hombres?

Landelino Lavilla, el que nombró a García Valdés, dejó el Ministerio de Justicia para presidir el Congreso y entró como ministro Iñigo Cavero, un señor de San Sebastián, etiquetado como demócrata cristiano – partido que no he sabido cuadrar nunca. ¿Cómo se mezcla al gran Jesús de Nazaret con un partido político?- que había participado en el denostado por los franquistas “Contubernio de Munich”** lo que le costó ser desterrado por Franco, y mandado a veranear a la isla del Hierro una larga temporada para quitarlo de en medio.

García Valdés, con la Ley casi hecha, con las cárceles aún humeando de los motines pasados y viendo el boicot por parte de muchos que pensaban que los presos mandarían en las cárceles,  quería irse. Quiso descongestionar un Carabanchel destrozado mandando trescientos presos a Guadalajara y no pudo porque quemaron antes esta prisión también.  Aguantó hasta que estuvo hecha la Ley que tanto había trabajado – aprobada por cierto sin necesidad de votarla, por aclamación como primera Ley Orgánica tras la Constitución-. Dimitió volviendo a su universidad y dejó paso al siguiente, un político de la UCD del que hablaremos en el próximo artículo.

ETA, evidentemente, trasla muerte de Franco, las elecciones libres, la amnistía de Suárez y el intento de hacer de España un país democrático y con leyes ajustadas a los parámetros occidentales, seguía matando con a famosa frase del histórico Juan José Etxabe: “Nosotros no somos antifranquistas, nosotros somos anti españoles”.

*Si alguien quiere saber más de Camilo Alonso Vega y otros próceres franquistas, recomiendo mi novela El Metralla. Andanzas de un sublevado y también La maestra de títeres de mi gran amiga Carmen Posadas, ambas  ilustrativas a este respecto en las que se da razón de este ministro franquista del Interior, cuyo mero nombre inspiraba miedo.

** El Contubernio de Munich, como su nombre indica fue un congreso político celebrado en aquella ciudad en el año en junio del año 62. Se reunieron personas de distintas tendencias político con el único común denominador de Movimiento Europeo. En España, los mineros asturianos vivían en un clima social de gran conflictividad y de huelgas, había fallado nuestro intento de ingresar en la Comunidad Económica Europea. Franco reaccionó violentamente contra esta reunión política de Europa, suspendió el derecho de libre residencia y confinó en varias islas Canrias a muchos de los asistentes: el propio Iñigo Cavero,  Gil Robles, Joaquín Satrústegui y hasta el, luego alcalde de Madrid, Tierno Galván, organizó reuniones en su casa para conseguir fondos que aliviaran la situación económica de los confinados. Fruto de la amplificación de la prensa sobre este Contubernio de Munich que salió a Franco por la culata, fue la destitución del Ministro de Información Arias Salgado y su sustitución por Fraga, creador de la Ley de Prensa que se creía, en aquella época, progresista.

Manuel Avilés, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

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