Hablemos de las cárceles (III parte)

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Crónicas desde la cárcel de Ocaña”. Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

Acabo de oír en la radio que la Organización Mundial de la Salud ha dado por finiquitada o por controlada o por extinguida la pandemia del Covid que ha puesto la sanidad y la economía patas arriba. No podíamos salir a la calle, y vivíamos en una situación casi bélica, aislados, escondidos, saliendo de casa a hurtadillas a pasear a los perros o a comprar víveres para subsistir. Las colas en los mercadonas, para entrar por turnos con guantes y mascarillas, la gente que se ponía nerviosa cuando pasaba un coche de policía… recordaban épocas que no hemos vivido desde mucho antes de que se muriera Franco. Faltaban, para recordar las epidemias medievales de peste, la gente empujando los carros con cadáveres para quemarlos en los descampados.   Aunque todos abandonamos pronto esos recuerdos porque tenemos que seguir viviendo y lo desagradable se arroja al baúl del olvido tan pronto como se puede. Hasta la lectura, la escritura, la música, las películas… se volvían tediosas en esa situación excepcional porque estábamos viviendo en nuestras carnes el artículo 10 de la Ley Penitenciaria.

Ahora sabemos qué es el aislamiento. A mí me han dicho mil veces: las cárceles de hoy son hoteles de cinco estrellas. Y siempre he respondido lo mismo: usted intente estar en la mejor habitación de su casa, o de su chalet y esté un mes sin salir a la calle. A ver cómo lo lleva aun teniendo internet, cerveza fría en verano y todas las comodidades que pueda sufragarse. A ver cómo lleva el aislamiento, el no poder dar un paseo tranquilo, el sentirse aprisionado, el no poder caminar un kilómetro sin tener que dar la vuelta, aunque la jaula sea dorada.

Todo el mundo – así somos los españoles, nos gusta sacarle punta a todo, para superarlo ridiculizándolo- hace chistes: “Me urge que acabe la cuarentena. – decíamos- Me estoy haciendo amigo de mi mujer y por poco le cuento que tengo novia”. Dicen que, después de esta pandemia y por causa de ella, ha habido más divorcios que muertos. A ver quién ha soportado meses de convivencia ininterrumpida en sesiones de mañana, tarde y noche. Pasa también en los periodos vacacionales en los que la convivencia es más intensa. Esto, con toda seguridad, nos ha ayudado a comprender mejor la situación de los presos en la cárcel. Estás loco por darte una vuelta y no puedes salir. Te cae como un tiro tal tipo o tal otro y tienes que soportarlo a tu lado un día detrás de otro.

Hago de tripas corazón y, con Sabina de fondo – reconozco mi monomanía musical, Sabina y el rock español- me pongo a la tercera entrega de “Hablemos de las cárceles”.

Buenas noches primavera/perfume del corazón/blinda con tu enredadera mi canción/Vacúnate lo que duele/ no te enceles con el mar/ si hasta tus párpados huelen a humedad/ Líbrame del sueño eterno/ da cuerda al despertador/ponle cuernos al invierno/ por favor”.

Acabamos con los motines del 77 que se fueron diluyendo poco a poco  – los movimientos políticos influyeron – y dieron paso a una nueva etapa histórica en las cárceles españolas. Los ultraderechistas de la vieja y pequeña cárcel de Cartagena seguían allí – prisión de inadaptados se llamaba y se jactaban los funcionarios de que allí había estado El Lute, un jeta-  tranquilos y relajados, como en un resort cerrado, disfrutando de un régimen muelle como si no hubieran hecho nada. Como si Cerrá y Juliá no se hubieran cargado a ningún abogado en la Calle Atocha y Hellín Moro no hubiera descerrajado un tiro en la cabeza a una chiquilla indefensa en una cuneta de la carretera de San Martín de Valdeiglesias, al más puro estilo guerracivilista.

Se acabó el franquismo y el régimen militaroide.  Se terminaron los desfiles de presos en el patio, con el director, el jefe de servicios y los funcionarios en posición de firmes y presidiendo lo que parecía un ejército derrotado en retirada – cada uno con el traje azul mecánico de un color, a cual más desvaído, más arrugado, más ruinoso-. Se acabaron los toques de corneta, pero persistió la gorra de plato, el verde guardia civil del uniforme y el “a sus órdenes señor director” con la mano tiesa en el borde de la gorra.

Recién  llegado de la mili – el primer día que me incorporaba al servicio después del servicio a la patria- una gran bronca del director en la que me reprochaba “la falta de disciplina que se había adueñado de las prisiones”. Tímidamente – el director era Dios y podía trasladarte de Valencia al Puerto de Santamaría con solo levantar el telefono- me atreví a contestarle: “si hay falta de disciplina, la culpa no será mía que acabo de incorporarme después de dieciséis meses de mili y sin estar, por tanto, en la cárcel. Aunque fuese una situación parecida”. Hoy echo de menos la mili y, por volver a esa edad, haría tres milis seguidas.

También terminó la costumbre de nombrar, como directores generales, a militares para ese puesto. El último fue Jesús González del Yerro un militar que luchó en la División Azul y que se jubiló, creo recordar, como Capitán General de Canarias. Landelino Lavilla, ministro de Justicia de la UCD, cesó a su suegro José Moreno y nombro a un técnico de la administración como director general, nombró para el puesto a Jesús Haddad Blanco.   Mala suerte para este buen hombre que quiso ser dialogante y modernizar las cárceles y acabó siendo asesinado por el GRAPO a finales de marzo de 1978. Sánchez Casas lo ordenó y Andrés Mencía Bartolomé junto a otros dos sicarios le disparó a la puerta de su casa cuando subía al coche para ir a trabajar. Este Mencía Bartolomé no era ningún analfabeto. Filósofo y escritor de Sahagún, de Las Grañeras en León, fue hasta dominico antes de ser del Grapo. He conocido a muchos terroristas con pinta de frailes. Los Troitiño – su madre Salvadora, era peor que ellos-  o Kubati, por ejemplo, con sus gafas de montura metálica y su cara de no haber roto jamás un plato, podrían haber pasado en cualquiera de los colegios, en cuyo sector pobre he pasado mi infancia y mi adolescencia, por un padre prefecto cualquiera sin levantar sospechas.

Ya tenemos un elemento terrorista determinante durante unos años en la vida de España y de la Institución penitenciaria: el GRAPO, Grupo de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, en referencia a su fecha de primer atentado.  Este grupo terrorista, actualmente inactivo, desaparecido de facto, aunque yo no sé si  ha anunciado su disolución, con ideología marxista leninista, estaba formado – por los grapos que he conocido, que han sido unos cuantos- por idealistas analfabetos la mayoría – no el tal Mencía evidentemente- que atienden al estereotipo de psicópata fanático con ideas sobrevaloradas. He conocido etarras cultos – los antiguos, a partir de los noventa ninguno-, pero grapos muy pocos. Desde Olegario Sánchez Corrales, hasta los hermanos Cela Seoane – su madre también era peor que ellos- o a Pedrero Donoso, Brotons Beneyto, Cerdán Calixto, pasando por Silva Sande – que se evadió de la cárcel de Granada inexplicablemente- y Pío Moa -un señor que escribe sobre historia de España y se ha vuelto de derechas-, no he visto en los mismos ni una idea mínimamente original. Lo suyo era una especie de secta pseudoreligiosa marxista, con cuatro ideas aprendidas de memoria y sin entenderlas *. Los grapos se hicieron famosos en las cárceles por una larguísima huelga de hambre que no se creían ni ellos – duró más de un año, cosa imposible- y que soportaban con litros de leche con Meritene disuelto en ella y con sobaos pasiegos comprados en los economatos. La Dirección General hacía la vista gorda pues lo importante, políticamente, es que no murieran por ella. La huelga de hambre “rara” generaba, no obstante, secuelas en quienes la seguían y la muerte de Crespo Galende en el 81 y de Sevillano Martín en mayo del 90, generó más de un problema político y de orden público, incluido el asesinato del doctor Ramón Muñoz, un internista que atendía a estos terroristas en el hospital Miguel Servet de Zaragoza. María José Romero Vega lo asesinó tranquilamente en su propia consulta, siguiendo órdenes de Silva Sande, otro psicópata desalmado de libro. En relación con aquella huelga de hambre kilométrica que no se creía nadie, hablé un día con Antonio Asunción explicándole que era mentira, que estaban comiendo y me dijo: eso es pura propaganda. Nos interesa que coman y que no se mueran. Esa huelga no se la cree nadie. Exactamente igual pasaba con los etarras. Recuerdo, en Nanclares,  que la organización a través de los abogados les había ordenado unos días de huelga de hambre para protestar por no sé qué. Ellos mimos se reían cargando en el economato latas de fabada, pastillas de chocolate, botes de frutos secos… Entré,  los vi aprovisionándose y les dije: “Creo que voy a ordenar un cacheo para evitar la acumulación de comida en las celdas”. Y contestó uno riendo: No joda, no le vaya a hacer el juego sucio a la banda esta  – refiriéndose a los que transmitían las órdenes de no comer-.

 Pero volvamos al año 1978, Carlos García Valdés sustituyó de inmediato a Jesús Haddad, venciendo al miedo lógico, pues su antecesor acababa de ser asesinado y fue él quien lo había recomendado antes para el cargo.

García Valdés, catedrático de derecho penal – cuando fue nombrado director general aún no lo era-, dirigió la primera gran revolución penitenciaria en España pues el mismo, en sus escritos profesorales, hablaba de una “institución militarizada”, desde todo punto indeseable.

Empezaron los rumores de una Ley General Penitenciaria moderna, abierta y siguiendo las directrices del Consejo de Europa y de sus normas mínimas para el tratamiento de los reclusos y empezaron, tímidamente, eso sí, las críticas  y la resistencia inútil contra esa apertura y esa democratización de las cárceles.

¿Qué nos van a enseñar esos niñatos ilustrados a nosotros? – clamaban los funcionarios viejos, camisas azules, viejos combatientes franquistas…y yo, recién entrado, nunca entendí ese clamor. Creo que veían que perdían poder, porque otra explicación no encuentro-. ¿Van a poner visitas íntimas para que los presos “follen” con las parientas? ¡Hasta dónde vamos a llegar!  ¿Convierten la cárcel en un puticlub? ¡Claro, nosotros tendremos que hacer de palanganeros! ¡Agua al cuatro! Y allí que va el jefe de centro con la palangana y la toalla. ¡Eso es una indignidad! ¡Estos tíos no tienen ni idea de lo que es una prisión y quieren enseñarnos a los que llevamos más trienios que el palo de la bandera! ¿¡ Están diciendo que les van a dar permiso a los presos?! ¡Estos tíos están locos, no va a volver ni uno! ¡La que se va a liar! ¡Pero si los presos en la cárcel, están en su salsa, coño! ¡Si se vuelven bujarrones al segundo mes y con un jovencito que liguen en el patio y le paguen dos cafés y un paquete de Bisontes tienen el sexo arreglado! ¿Qué cojones de vis a vis ni hostias? ¡Eso va contra nuestra decencia profesional!**

Y llegaron los vis a vis y los permisos y no ardió Troya. Tengo mil anécdotas – dos mil veces he dicho que no necesito la imaginación para escribir artículos ni novelas, solo la memoria- pero voy a contar dos del mismo funcionario, con nombre y apellidos: un desastre de funcionario, pero trabajador y la mejor persona que he conocido, de cuya muerte me enteré ayer. Valga como homenaje. Le he dado más broncas que a nadie y todas por la bondad que lo caracterizaba, honrado pero incapaz de decir que no. Los otros protagonistas son gitanos – no pasa nada por ser gitano, ni la palabra gitano debe ser borrada del diccionario. Yo soy compadre de Diego El Cigala, lo he llevado a cantar gratis a la cárcel de Palma y mi compadre es gitano.

Empiezan a tener lugar los vis a vis íntimos e Hilario era el auxiliar palanganero – que decían los viejos francoides-. Llega un gitano viejo – setenta y algunos años- con su bolsa, sus sábanas y su almohada. La visita es una manifestación. La encabeza la abuela. Setenta años, moño y seis o siete refajos. Un pulguero – dicho con todo respeto- comentó el jefe de centro. La siguen seis hijos y un batallón de nietos. Viene don Hilario y suelta: Dice el abuelo, mientras intenta hacer la cama en el sofá que amuebla la habitación cutre,  que cuando lleve media hora la visita, los eche a todos porque él quiere hablar con su  mujer a solas. El abuelo quiere mojar, pienso para mis adentros y, como no soy Torquemada y ahora estoy a punto de entender la urgencia a los setenta años  – ¡ayyyy, el amor de mi vida sabrá- respondo al auxiliar: Perfecto, cuando lleven media hora, sacas a todos los familiares y que se quede sola la señora.

A punto estuvo de haber un motín en aquella cárcel vieja y cutre que ya había sido quemada varias veces solo un par de años antes. El hijo mayor suelta, agresivo y cabreado: “mi madre no se va a quedar aquí sola con ese hombre”. Le recuerdo – acudí como jefe de servicios requerido por Hilario al ver que la cosa se ponía fea- que ese hombre es su padre y el marido de ella. Ni marido ni nada – insiste-, ella se viene con nosotros. No discuto, ni hago de Celestina porque con un palanganero ya tenemos bastante. Ya pueden salir todos. Y el pobre abuelo se quedó con su cama hecha y su posibilidad de gatillazo intacta.

Entro en mi despacho y llaman a la puerta: ¿Da usted su permiso? El abuelo entra compungido: Quiero que me diga usted que tengo que hacer para quitarle la paga a mi señora – ya estamos con la unión inevitable de sexo y dinero***, incluso a estas edades- porque una mujer que le niega el cuerpo a su hombre, Dios sabrá lo que está haciendo en la calle. No se preocupe usted – contesto expeditivo y veo que estoy haciendo de Celestina sin buscarlo- su señora tiene todo el aspecto de una santa. Ella en la calle no está haciendo nada. Y el hombre se fue de nuevo frustrado porque exigía justicia inmediata a esa negación del débito conyugal.

Termino por hoy y dejo para el próximo día  la otra hazaña – abortada por mí con la bronca correspondiente con otro gitano cantarín y estafador y la bondad de Hilario como protagonistas.

*Si alguien está interesado, no quiero profundizar aquí más sobre el asunto, lo remito a mi libro Criminalidad organizada. Los movimientos terroristas que da amplia cuenta de grapos, etarras, terra lliure, movimiento do pobo galego ceibe, el mpaiac canario, el frap, el batallón vasco español  y otros movimientos ultraderechistas del postfranquismo.

**No tengo ni un solo papel de esa época, pero la memoria es lo único que me funciona perfectamente. Recuerdo nombres, apellidos, puestos y caras de todo lo que aquí cuento que es lo que pasaba… salvo que el subconsciente me traicione, cosa poco probable.

*** Ya en esa época leí con delectación el libro de Marvin Harris “Nuestra especie”. Este antropólogo estudia la condición humana, las primeras sociedades y muchos aspectos inscritos en nuestros genes que ahora algunos se empeñan en cambiar con políticas directivas y, dicen que imprescindibles. Estudia sociedades de primates en Polinesia y ve cómo, los monos que aportan comida, plátanos y otros frutos, acceden más fácilmente a copular con las hembras. Esto que a algunos les parecerá machista, fascista, opresor o no sé qué más, Marvin Harris lo detecta en sociedades animales similares a la del hombre cuando empezó a bajarse de los árboles. Vean mis historias anteriores en esta misma revista cuando hablo de los timos a los abuelos y cómo algunas mandan fotos – llamémoslas picantes, en lencería o sin ella, de medio cuerpo omitiendo la cara, por lo que seguro no son ni ellas- para inmediatamente pedir dinero. Este mismo comportamiento observó aquel abuelo, recién instaurados los vis a vis en las cárceles: mi mujer no quiere tener una relación íntima conmigo…pues le quiero quitar la paga. Pura antropología.

Antes de entregar este artículo a H50digital, salta de nuevo en la radio la relación casi intrínseca, en muchos casos, no en todos por fortuna, entre sexo y dinero: Donald Trump – un fascista que me cae como una patada en los mismísimos- ha sido condenado por abuso sexual, pero… en un proceso civil. ¿Perdón, que no me he enterado? ¿Un abuso sexual es algo civil? Cuando yo estudiaba – andaban los dinosaurios aún por la tierra- el derecho civil era “el que regula las relaciones más habituales entre los hombres” – comprar, vender, alquilar, prestar…-. ¿Un abuso sexual es civil? Volvemos a la pasta como motivación. Más antropología.

Manuel Avilés, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

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