Un viaje con destino al paraíso

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Fotograma propaganda yihadista
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Ante un embaucador ofrecimiento, no todos saben dar una respuesta en negativo.

Dicen que las primeras impresiones suelen ser siempre las acertadas, en este caso, con el tiempo la máscara se caería y el acierto daría paso a la decepción.

Para los que de alguna manera tenían trato con él, afirmaban que era un tipo amable y un trabajador ejemplar. Los vecinos siempre le veían como un ejemplo de integración, pero en el fondo solo se trataba de puro integrismo.

Lo que en su día comenzó con visitas esporádicas a una supuesta mezquita clandestina, ubicada en el sótano de un mohoso local comercial, terminó siendo una inscripción formal para acudir a clases intensivas en una “madrasa” donde el conocimiento de la sharía era la temática principal.

El perfil de Rachid, era el de un joven de veintisiete años, sin formación académica alguna, sin saber leer ni apenas escribir, sin su familia y careciendo de ningún tipo de arraigo. El trabajo en la frutería le ayudaba a sacarse un dinero, pero entre lo que se le iba en pagar el coste de una cutre y minúscula habitación compartida y lo poco que le quedaba para comer, el efímero sueldo se le esfumaba nada más cobrarlo. La difícil situación en la que vivía le exigía innovar y buscar otras alternativas.

Ahí fue cuando recurrió a Morad, un simpático y emprendedor paisano suyo de Marruecos, que con suculentas dádivas y algún que otro teléfono móvil, se ganó la confianza de Rachid. Siempre decía que entre paisanos había que echarse una mano y cuidarse unos de otros. El joven, ante tanta ayuda supuestamente desinteresada, vio el cielo abierto. Los ofrecimientos y planes de futuro eran atrayentes y mantenían a Rachid flotando en una nube. En ese estado de ensoñación, el chico no desconfió en ningún momento de las buenas intenciones de Morad. Su impostada generosidad obnubilaba a quien no tenía ni donde caerse muerto.

Las didácticas visitas a la mezquita clandestina se volvieron diarias, Rachid tenía unas cualidades óptimas para que consiguieran hacer de él un perfecto “muyahidín”. La promesa de vivir cómodamente en un chalet de las afueras, donde no era necesario aporte económico de ningún tipo, más que mantener una armoniosa convivencia entre hermanos y el secreto sepulcral de lo que allí se hablase o hiciese, era excusa sobrada para aceptar cuanto le pidieran.
Un par de meses de lavado de cerebro bastaron para conseguir una radicalización explosiva, ya nada quedaba de aquel joven que trabajaba entre melocotones y anacardos. De un día para otro dejó de acudir a su puesto de trabajo, hecho que enfadó demasiado a quien le dio realmente su primera oportunidad en España. De la misma manera, se desligó rápidamente de sus amistades más cercanas. Con ese cambio de actitud, el futuro que se auguraba para Rachid no iba a ser muy halagüeño.

El caso de Rachid no era el único, en otros barrios y en otras ciudades, había más chicos en su misma situación. En el fondo, y por triste que sea, no debemos extrañarnos de nada, está todo inventado, y no hay lugar a la improvisación. Nos guste o no, en esta vida, unos manejan los hilos y otros actúan como simples marionetas. En el circo del fanatismo, nuestro muñeco, no había elegido ser el sumiso protagonista.

La delincuencia global evoluciona, ya no es necesario cambiar el look, no hacía falta llevar chilaba o tener una gran barba larga. Con un cerebro bien reseteado, da exactamente igual la apariencia de la carcasa.  El terrorismo y los grupos criminales innovan y buscan nuevas alternativas para crecer y multiplicarse, se han vuelto atractivos de cara a jóvenes que quieren dinero fácil o esperan una suculenta recompensa. Los entramados financieros que aportan liquidez a estos grupos terroristas son cada día más difíciles de detectar. Por mucho que el pastor vigile, llegará el momento en el que haya lobos entre ovejas, y ni siquiera el perro los distinga.

Rachid ya estaba listo, era como un juguete con las pilas recién puestas. Había llegado la hora de dar el siguiente paso, salió de casa temprano para coger el primer avión que salía directo a Turquía, ese era el paso previo antes de llegar a Siria. En este periplo de viaje, las escalas no se hacían en las terminales de un aeropuerto, sino en pasos fronterizos clandestinos, lejos de cualquier control policial o militar. Con la noche cerrada, y gracias a un contacto que le esperaba apostado en una zona rocosa, Rachid puso pies en Siria. Convertido en un muyahidin, empezó su nueva vida como uno de los miles de fanáticos radicales que combaten para el estado islámico. Ahí se le perdió la pista, nunca más se volvió a saber de él. Quién sabe si allí tuvo su final en una de esas locas escaramuzas entre yihadistas y unidades kurdas, o sigue con su AK 47 sujetando la bandera negra del ISIS, esperando un retorno nada deseable para el resto.

A Rachid le hicieron una promesa de futuro, con un claro retorno al peor pasado. Nunca le avisaron que su viaje al paraíso, haría escala en el infierno.

Braulio López Matamoros
DESDE EL ROMPEOLAS
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