Los escépticos y la Revolución Francesa

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Asqueado de tanta ley de amnistía – sigo posicionándome con Felipe González, con Alfonso Guerra y con Juan Alberto Belloch- que hasta las  Letradas de la Comisión de Justicia del Congreso han avisado de su choque con la Constitución y de que Europa puede echarla para atrás. Asqueado de ver retorcido  el Estado de Derecho hasta límites que nunca sospeché, matando a Montesquieu por si ya no estaba muerto. Viendo cómo todo queda resumido a captar unos votos que aseguran el sillón monclovita, me retiro del mundanal ruido como Virgilio, como Horacio, como Fray Luis de León, dado que tampoco estoy tan lejos de ellos.  Ellos palmaron hace mil años. La tumba nos unifica a todos y ahí se termina todo lo que se daba por más que hasta el obispo de derechas Munilla se haya inventado una feria  para hacernos ver que él es la luz del mundo, el depositario de la palabra y el mensaje de un Dios inventado, que nadie ha visto. La Iglesia, como buena ideología, intenta amoldarse a las circunstancias para no perecer y extinguirse. Antes hacía cursillos de cristiandad y misiones en los pueblos y ahora ferias en el IFA.

Cuando yo estudiaba Derecho  – no tengo ni idea de esa materia en un Estado que se rige por otros principios, lean las alegaciones de las abogadas del Congreso a la nefasta Ley de Amnistía que se salta a la torera todos los principios. Vean a un electricista negociando con golpistas las bases del Estado -, daba clase de Canónico un cura absolutamente salido que se pasaba el curso hablando del acto sexual. Uno de mi clase  – gran y prestigioso abogado ahora, no como yo que no he llegado a nada- se pegó a mi espalda para que el cura no lo viera y dijo en voz alta, cuando el otro estaba dale que te pego con el acto conyugal: “Eso es como si un manchego habla de barcos”. El cura se cabreó buscando al culpable del grito, que nunca apareció, y siguió con su obsesión porque el que tiene hambre sueña con bollos. Una compañera, madre de familia – no necesitaba que el cura le explicara el uso del matrimonio ni el débito conyugal- que se sentaba a mi lado, una chica guapísima y con enorme sentido del humor, dijo al acabar una clase y riendo a mandíbula batiente: “este cura nos va a preguntar en el examen los órganos sexuales. Si pregunta el masculino sacas tu la chuleta y si pregunta el femenino la saco yo”.

Me he acordado de este cura – no diré el nombre porque todos los que había en aquella facultad en obras en los años ochenta lo conocen de sobra- al leer en algún sitio que el programa de la feria religiosa de Munilla también incluye alguna conferencia de sexualidad en el matrimonio: los manchegos hablando de barcos que diría el abogado amigo, don Paco, el de La Vila. Tampoco diré los apellidos.

Me convertiré  en fervoroso fiel, aunque tenga que soportar al sacristán, al dean y a todos los canónigos de la concatedral, el día que alguno me argumente en contra  la genial tesis de Ludwig Feuerbach: No es Dios quien ha creado al hombre. Es el hombre el que ha creado  – se ha inventado de manera utilitarista – a Dios.  Como estoy harto de  fantasmadas, de postureo y de historias para vivir del cuento -palmas, te entierran o te queman y se terminó la historia- me refugio en la buena literatura, en la historia real y documentada.

Me envía, mi amigo y casi paisano don Juan Eslava Galán, su último libro: “La revolución Francesa contada para escépticos”. Él sabe que, entre los escépticos hay que contarme a mí. Yo lo tengo a él por un escéptico modelo, casi un descreído total desde que leí su libro “Statio orbis”, una obra desternillante, casi tanto como “En busca del unicornio”, dedicada a un viaje que organizó un cura, rodeado de beatas, para ir a aclama ral Papa Wojtyla en el año 82 cuando hizo su viaje pastoral-propagandístico a España.  Creo recordar  – Don Juan nos dirá si aquella epopeya le acarreó problemas en Arjona- que el cura terminaba siendo rescatado de un puti club, una especie de chalet o piso adornado con luces de colores como si fuera Navidad.

Juan Eslava es una biblioteca ambulante, una cabeza privilegiada en la que la edad no ha hecho mella, porque yo, que soy unos años menor, tengo que andar ya con un escapulario colgado del cuello, en el que pone mi domicilio, una copia de mi tarjeta de Muface y los teléfonos de mis ex – todas las que me han dejado- por si, perdido y arruinado, tienen la caridad de recogerme aunque sea en calidad de voluntarias de la Pastoral Penitenciaria o de Munilla.

No me jodan con la Pastoral que la penitenciaria, es la única que he visto funcionar en las cárceles con abuelitos generosos que buscaban la última oportunidad para ir al cielo haciendo el bien. No obstante  – tranquilos obispos que no lo voy a contar ahora- tuve un serio enganchón con un mitrado porque prefería su sillón mullido  – como Sánchez- a enfrentarse al fascismo en un centro en el que los ultras intentaban imponer su ley.

Volvamos a Don Juan Eslava, escéptico sabio que nos da un paseo por la Francia del siglo XVIII, recordad que fue el Siglo de las Luces, en el que brillaron hombres sabios y enciclopédicos como Montesquieu, Diderot, D´Alembert, el grandísimo Voltaire, el del Diccionario filosófico y los Escritos anticristianos que no me cansaré de leer y el indescriptible Rousseau, Juan Jacobo, que daba lecciones de pedagogía y de ética mientras entregaba sus hijos a la inclusa: Consejos vendo que para mi no tengo.

Los hombres de La Ilustración  – no puedo dejar de mencionar la Inmensa, la Hermosísima Biblioteca de los Libros Felices, el único lugar del Mundo en el que hay Incunables que pueden ser acariciados, tiene entre sus tesoros un original del “Sistema Figurado de los Conocimientos Humanos”. Los enciclopedistas, todos escépticos, todos sabios, todos inteligentísimos, pusieron definitivamente al hombre por encima y como medida de todas las cosas y allí nació la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que tantos problemas ha traído a dictadores, fascistas, totalitarios, curas, obispos, ayatollas, moros, cristianos y todos los que ponen a seres imaginarios, inventados o encumbrados por encima de ese ser magnifico que el hombre.

A mi entender  – desde mi condición socrática  del que solo sabe que no sabe nada o sabe muy poco- los Enciclopedistas crearon el ambiente intelectual y de pensamiento necesario para echar abajo los grandes y antiguos poderes que oprimían al hombre. Esto lo deja bien claro Don Juan Eslava en su Revolución Francesa contada para escépticos.

En Versalles  – ¿quién no ha visitado Versalles yendo desde París para comprobar el lujo y la “Grandeur” francesa de entonces? –  cada príncipe o princesa, afirma Don Juan, mantiene su capilla particular, capellán incluido  – el cura debe estar cerca para absolver cada falta de bragueta no sea que la muerte los pillara desprevenidos y fueran de cabeza al infierno-. Los criados son legión y los hay hasta para arrimar, y después llevarse, la silla horadada cuando el noble tiene que ir a necesidades a las que ni los reyes han conseguido sustraerse.

Pero el pueblo francés, en esa época, finales del XVIII, se moría de hambre. Los tres estamentos : nobleza, clero y pueblo son estancos e inamovibles. Los primeros no tributan mientras el pueblo se desloma trabajando para mantenerlos y sufragar sus cuantiosos lujos y gastos  – echen, por favor, un vistazo a su alrededor-. Monarquía y religión constituyen los pilares en que se basa la sociedad y los ilustrados  que hicieron posible ese siglo de las luces cuestionan esa organización social. Montesquieu, antes citado fue el que habló de la imprescindible división de poderes – para evitar el poder absoluto- hoy tan cuestionada. Aquí y ahora.

En esta situación volcánica salta la chispa. Las madres hambrientas marchan sobre Versalles, la residencia real, y este incendio sacude a toda Europa y consigue cambiar la forma de vida. Acuérdense de los nombres  Robespierre, Danton, Marat, Jacques Necquer, Desmoulins…omito deliberadamente a Charles Maurice de Talleyrand, obispo francés que cambio de chaqueta, de bando y de pensamiento, dando ejemplo de supervivencia y, del reinado de Luis XVI, se embarcó en la Revolución, luego en el imperio de Napoleón y después en la Restauración monárquica. Un hombre coherente que hasta albergó con todo lujo al gran traidor Fernando VII, el Borbón que jaleaba y aplaudía las victorias napoleónicas, mientras aquí los analfabetos empujados por nobleza y clero se batían para defenderlo a pecho descubierto, contra ejércitos bragados y  profesionales. Allí estaba, a todo lujo, bien servido y bien pagado el Deseado. Hasta en ripio me ha salido ese bandido.

No se pierdan esta grandísima obra de Eslava Galán, un pozo de sabiduría.

Manuel Avilés

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