Historia de España: hablemos de las cárceles (X parte)

Agresión Valdemoro APFP
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Crónicas desde la cárcel de Ocaña”. Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

La historia se repite en el mundo porque la condición humana es igual en todos los lados. Mientras hago memoria para escribir este artículo para H50Digital tiene lugar la guerra de los rusos contra Ucrania y tiene lugar – salvando todas las distancias que son muchas, pero siempre está el ansia de poder y de dinero por en medio- y tiene lugar el golpe de estado del Jefe de Wagner contra Putin. Dos criminales de guerra con los que hay que tener cuidado porque la inestabilidad que generan es mucho más peligrosa de lo normal dada la condición de potencia nuclear de los rusos.

En estos tiempos,  vuelvo a la historia, a finales de los setenta y principios de los ochenta, algunos componentes del ejército, militantes de facto del llamado bunker, participaron en intentonas golpistas más o menos felizmente desmanteladas. No es posible avanzar sin citar la Operación Galaxia, así llamada por el bar en que se reunían los golpistas que, al ser descubiertos, organizaron su defensa argumentando que se trataba de “charlas de café”. La cafetería Galaxia, en la madrileña calle de Isaac Peral, servía como lugar de reunión a personajes que, después del 78, serían multitudinariamente conocidos: el teniente coronel Tejero y el Comandante Inestrillas. Planeaban un golpe de estado contra Adolfo Suárez, creando un vacío de poder e impidiendo el referéndum que aprobara definitivamente la Constitución. La debilidad del Estado entonces, con condenas irrisorias, propició que personajes como estos continuaran ocupando puestos militares y pudiesen llevar a cabo acciones contra el estado nuevamente. Fíjense cómo caen los mitos de la lucha por salvar a la patria: la cafetería Galaxia, lugar donde tomaba café la inteligencia golpista al inicio de la transición ya no existe. Ha sido sustituida por un Taco Bell mejicano.

No es posible – aun dando un salto en el tiempo sobre el que habrá que volver- dejar de hablar de los famosos hermanos Crespo Cuspinera, que junto con otro coronel, Muñoz Gutiérrez, fueron detenidos en octubre del 82, también por preparar un golpe de estado cruento contra el gobierno legítimo que presidía Calvo Sotelo. En vísperas de las elecciones generales, que debían celebrarse, pretendían llevar a cabo acciones violentas contra personas de izquierdas y provocar una gran explosión contra viviendas militares, culpando a ETA de ello para justificar el golpe militar. Proyectaban declarar el estado de guerra y tomar Madrid como primera y esencial medida. Algo tendría que ver el general golpista Milans del Bosch que de la Academia de Artillería de Fuencarral – donde estaba preso por el golpe del que ahora hablaremos- fue trasladado inmediatamente a Algeciras.

Si estas intentonas se desmantelaron en sus fases de preparación, no ocurrió lo mismo con el gran golpe de estado que sufrió nuestro país en la segunda mitad del siglo XX.

Adolfo Suárez, asqueado de la presión política y social a la que era sometido en el Parlamento y sintiendo en la nuca el aliento del bunker golpista presentó la dimisión. En la tarde del 23 de febrero de 1981 se votaba en las Cortes la elección como presidente de Leopoldo Calvo Sotelo. Yo me encontraba de servicio – 24 horas seguidas y cuarenta y ocho libres era el horario salvo refuerzos e imaginarias militaroides ya dichos- en el celular de la vieja cárcel de Benalúa, había terminado el paseo de “los castigados” y estaba, en mi despacho cutre y con muebles de derrumbe, estudiando derecho penal. Eran las seis y veintidós minutos de la tarde cuando, cansinamente, como en las letanías de los antiguos  rosarios de pueblo, se recitaban los nombres y los votos de cada diputado. Sonó un golpe, el locutor nervioso dijo que entraban guardias civiles. Un teniente coronel con  bigote gritó: “ ¡Quieto todo el mundo!” y se oyeron unas ráfagas de tiros inmediatamente. Allí estaba Tejero, el de la Operación Galaxia, el de las charlas de café por las que fue condenado a seis meses. Bajé corriendo a decirle a un compañero, Jefe de Servicios: ha habido un golpe de estado, y él respondió: Déjate de gilipolleces.

El resto ya lo sabemos todos. No había entonces radio en las cárceles, pero como por transmisión automática con no se sabe qué instrumento, todos supieron inmediatamente lo que estaba pasando. En la prisión se hizo el silencio. La cena se repartió en silencio. Nadie hablaba. Nadie hizo el menor gesto de nada porque el miedo se instaló en la cárcel como por arte de magia. No vamos a estar en la cárcel y con miedo – se dice como frase chistosa- pues así estábamos aquel día los presos y los funcionarios. Todos subieron a sus celdas o a sus dormitorios sin decir ni pío. Aunque hubiesen estado permitidos los aparatos de radio, habría sido igual. Estábamos en la Comunidad Valenciana y era territorio dominado por el general Jaime Milans del Bosch que declaró el estado de guerra de inmediato y, en cualquier emisora que sintonizaras, solo se oía música militar y su famoso bando en el que se hablaba de pena de muerte por cualquier minucia. En la televisión comenzaron a poner documentales de monos y de otros animales, esos que ahora ponen en la segunda y que sirven para echar la siesta divinamente. Preguntábamos a los guardias civiles que vigilaban las garitas y ellos sabían lo mismo que nosotros. Nada. Yo, personalmente ya me había hecho a la idea de que no saldríamos de allí. No sé por qué. Al poco de oírse  las ráfagas de metralleta en el congreso y de ver la pelea de Tejero por tirar al suelo a Gutiérrez Mellado, con el golpe instalado,   me sorprendió que dos funcionarios mayores – los recuerdo perfectamente pero no diré sus nombres- se presentaran en el rastrillo, llevaban la pistola metida en el pantalón  – Martínez Zato, poco después, afortunadamente, suprimiría aquellos permisos de armas generalizados-, a ver qué había que hacer. Tuve una sensación desagradable, de acojono directamente, como si volviésemos al año 36 directamente, aunque yo no hubiera vivido esa época. El propio director, también en el rastrillo – este sin pistola- exclamó satisfecho: ¡Ya era hora, cojones! Y era una buena persona este hombre, no recuerdo su exclamación con ninguna animosidad especial pese a su evidente solidaridad con los asaltantes de las Cortes, de la misma manera que sí recuerdo la cara de mala hostia con que se presentaron los dos armados. Los permisos de armas generalizados por ser funcionarios. Cuántas cosas podría yo contar de eso que estuve obligado a llevar un revolver Smith Wesson 357 magnum durante mucho tiempo – también escolta policial o de la Guardia Civil- durante mucho tiempo por culpa de los etarras. No merece la pena dar nombres y apellidos – siendo director de un centro-  cuando un Delegado del Gobierno me preguntó por un funcionario – imbécil pero muy espabilado- que pedía urgentemente una licencia de armas por el peligro que soportaba por parte de ETA  – no había visto un etarra jamás- e investigando nos enteramos que ejercía en sus ratos libres un oficio que ni aquñi podemos decir. ¡Cuanta gente usando espuriamente el terrorismo para obtener no se sabe bien qué!

Siguieron los monos – del 23 de febrero sigo hablando-  dando saltos en la televisión y nosotros seguimos preguntado cada poco tiempo a los guardias de las garitas si se veía movimiento de tropas en el cuartel de enfrente, el Regimiento de San Fernando. Se repitió hasta el aburrimiento el bando de Milans del Bosch y hacia las dos de la madrugada salió el rey a ordenar el fin de la verbena macabra que se había organizado.

Todos nos volvimos Juancarlistas de golpe, aunque el paso de los años y alguna publicación posterior hayan proyectado más de un nubarrón sobre qué paso y cómo se llegó a producir todo lo que aconteció aquel día. El comandante Inestrillas, golpista profesional como Tejero, fue asesinado en el año 86 por el comando Madrid, el que lideraba el psicópata desalmado y fanático – no es un insulto, es una descripción- Iñaqui De Juana Chaos. Este sigue, por lo que sé regentando una licorería en Venezuela. Yo lo conocí en la vieja cárcel de Murcia en un encuentro realmente desagradable. No le guardo rencor, cada uno cumplía con lo suyo: él era terrorista y yo funcionario de Interior.

No hablo – por parecerme una acción de traca, fruto de mentes no demasiado equilibradas- de la que se conoció como “Operación zambombazo”, abortada también en sus primeros compases. Pretendían Inestrillas, Milans, los Crespo Cuspinera, el armador ultra Lucho Regueira…- lo más florido de la inteligencia golpista- volar la tribuna de autoridades, ocupada por el rey y el gobierno, durante la celebración del día de las fuerzas armadas que tendría lugar en La Coruña en el año 85. Tenían la ilusión de revivir el atentado que en Egipto costó la vida al presidente Anwar El Sadat en octubre del 81. El Alcázar, como siempre, fue el periódico animador y en sus páginas estaba el texto aparentemente poético: “Es preferible entrar en el Apocalipsis por Madrid, Sevilla, Valencia o La Coruña. Mejor La Coruña porque si el zambombazo deja lagunas incontaminadas, zonas de rehabilitación y continuación de la vida y la historia, si la Cosa Tremenda no es total, en Galicia podría salvarse la civilización sin echar de menos nada” – El País 9-12-1997-.

Por fortuna, España sobrevivió a esas ilusiones golpistas. La Historia no se detiene y todo nos hace ver – la Unión Europea, la Otan, la Economía Global, el mundo que se ha hecho más pequeño por la facilidad de las comunicaciones…..- que los ruidos de sables decimonónicos no tienen hoy sitio en un país occidental y moderno aunque fallemos en tantas cosas todavía.

Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

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