Artículo de opinión: Fargo 1996

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Los 90´s están de vuelta y ya no es novedad. Se nota en la estética grunge, en el cine y en la moda, todo ello renovado y con nuevo estilo para que no puedas rescatar ni prenda. Tiene su gracia.

Esos años me pillaron haciendo la comunión y superando la adolescencia. De esa época no guardo muchos recuerdos cinematográficos, pero dos cintas merecen especial atención.

Una de ellas es Fargo, obra mayúscula del séptimo arte reconocida por crítica y público, de los hermanos Cohen y estrenada en 1996. Debería ser obligado su visionado y posterior comentario crítico en cualquier academia de policía.

La protagonista (Marge) es, sin duda, el perfil de policía más atípico del cine negro. No responde al patrón establecido de lo que debería suceder a un policía en una película: aislamiento familiar, acción continua, violencia, despilfarro de munición y ¡oh, sorpresa! escenita final donde todo se resuelve con una pelea superlativa.

Marge transforma lo cotidiano de su vida familiar en importante y convierte las macabras situaciones que vive en el trabajo en algo secundario, que se quedan en el umbral de su casa. Sabe desconectar, pero cumpliendo con el deber policial con sensatez, sin grandes dramas, sin esperar recompensas. Es meticulosa, actúa con perspicacia, sagacidad y sentido común, pero a la vez es cercana y empática, eso le reporta confidentes dispuestos a cooperar. Representa el perfil policial de una mente sana, demostrando gran habilidad para disociar su identidad personal y su identidad profesional. Es un personaje ficticio pero que representa en buena parte a muchos policías que hacen bien su trabajo.

En el polo opuesto de esta dimensión se encuentran otros perfiles policiales que presentan rasgos de personalidad narcisistas o psicopáticos. Ambos me transportan de nuevo a  los años 90, concretamente a 1999, cuando se estrenó The Matrix. El argumento es simple, la acción compleja: vivimos en un mundo ficticio pero amable y acorde a nuestras necesidades. El mundo real es hostil.

Esto debe ser lo que subyace al pensamiento narcisista, que intuye, como Neo, que puede no ser todo real y que algo falla, pero, a diferencia de Neo, es mejor dejarlo así: le conviene no salir de la caverna de Platón. El narciso vive en una constante autoevaluación de sus capacidades, y por supuesto, siempre sale ganando: es el más guapo, el más fuerte y el más listo. Instagram es su Matrix, ahí sus inseguridades se disuelven y su autoestima cotiza al alza.

Si en algo se diferencia un narciso de un psicópata es en el grado de seguridad en sí mismo.

En el caso del narciso, esta seguridad es aparente y frágil; por el contrario, en el perfil psicopático, que tiene a su representante por antonomasia en la figura del ya tan nombrado Comisario Villarejo, nos encontramos con una personalidad que presenta total confianza en sí mismo y una certidumbre absoluta en todos sus actos, su autoestima es prácticamente indestructible y la autocrítica para él es una falacia. Son personajes manipuladores y fríos, perversos, incluso seductores cuando así lo requiere la situación. El chantaje sin censura es su modus vivendi. Podríamos llamarlos psicópatas, pero esta etiqueta se queda corta en el momento en que las normas que rigen para todos a ellos no les incumben: estamos hablando de sociópatas.

Asusta saber que este tipo de personajes, motivados exclusivamente por el dinero y el poder, están perfectamente integrados en el engranaje social, codeándose con las más altas esferas del estado e interviniendo en toma de decisiones que nos afectan a todos.

Me sorprende que estos hechos ocurran y cuando me pregunto por qué, la respuesta que me viene es una duda, desconozco si este tipo de perfiles se adaptan al sistema o es que tal vez el sistema está hecho por y para ellos.

A veces, los poetas nos dan pistas para resolver estas dudas, y como dice la canción, no sé qué tienen las flores de un camposanto, que cuando las mueve el viento parece que están llorando: flores que en otro contexto representan alegría aquí se transforman en auténticas plañideras. Pues lo mismo con estos personajes, ni más ni menos que adaptación al sistema para satisfacer sus más bajos instintos.

Es necesario reivindicar una política de recursos humanos sin orientación exclusiva a los resultados, donde las personas no sean meros instrumentos de poder. Podremos evitar entonces perfiles tan corruptibles y nefastos y tener una policía a la altura de lo que los ciudadanos se merecen: una policía del siglo XXI.

Isabel Sobrino Vaz. Policía Nacional. Licenciada en Psicología clínica. Máster en Psicología General Sanitaria. 

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