Servir y proteger

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Es difícil sentarse delante de un folio en blanco y ser capaz de estructurar un relato de las vivencias, sentimientos y sensaciones que yo experimenté como guardia civil en un periodo determinado de mi vida profesional y personal en el cual realicé labores de escolta en el País Vasco.

No espero que todas aquellas personas que realizaron labores de escolta se identifiquen con este relato. Lo que sí creo poder afirmar es que cada uno de los profesionales, tanto de la seguridad pública como de la privada, que nos involucramos en el trabajo de proteger y servir a estos ciudadanos que lo necesitaban lo hicimos guiados por nuestro deber y nuestro amor al servicio.

También nos llevamos muy dentro las aportaciones de cientos de concejales de pueblos y ciudades que velaban por una España plural en la que todas las ideas fueran respetadas y defendidas, Con todos ellos hemos coincidido en la defensa de la diversidad de opiniones desde distintas posiciones políticas y personales.  

¿Qué me impulsó a salir de mi zona de confort profesional para involucrarme en servicios de protección de personas en el País Vasco? ¿Fue un espíritu aventurero? ¿Fue quizá el deseo de ganar más dinero? Nada de eso. Simplemente puse en primer plano que yo pertenecía a la Guardia Civil y que podía ser útil en esas situaciones.

¿Cómo fue el proceso? Yo estaba en Guipúzcoa, con compañeros de toda España. Llevamos a cabo primero un proceso de formación y a continuación nos fueron asignando a las personas que necesitaban servicios de protección. El comentario principal entre los componentes de la Guarda Civil era este: ¿con quién vas?  Yo no prestaba mucha atención a ese dato porque no me parecía relevante para hacer mi trabajo, Y descubrí que cada una de esas personas que eran cargos públicos también tenían una vida familiar, social y de disfrute -sencillamente pasear, quedar a comer con los hijos o los amigos– y que debíamos ser garantes tanto de la libertad para llevar a cabo su actividad de representación política como de que pudiesen desarrollar su vida personal con seguridad.

A los guardias civiles nos piden –nos exigen– que nos adaptemos a las situaciones y creo que eso es lo que hacemos. Para llevar a cabo este servicio teníamos que conocer la personalidad de cada uno de aquellos a los que teníamos que proteger, sus entornos familiares y sus relaciones sociales. Cuando alguien necesita servicios de protección debe ser consciente de que los escoltas pueden en ocasiones invadir o conocer de forma involuntaria sus espacios personales, así como de la actividad política que desarrollan. Los profesionales que llevábamos a cabo estos servicios conocíamos estas situaciones y la responsabilidad que conlleva, y por tanto sabíamos garantizar esa privacidad.

En aquel año me hice la misma pregunta en muchas ocasiones: ¿qué lleva a una mujer, a un hombre, a ser cargo electo de un municipio? ¿Qué le mueve a esa tarea cuando la consecuencia puede ser la pérdida de su vida o la de sus familiares más cercanos?  

No encontré respuesta más allá de que esas personas tenían un alto concepto de la libertad, la democracia y la representación política. Sin esa representación, una parte muy importante de la sociedad se quedaría huérfana de voz, y los que quieren imponer un sistema de terror habrían ganado. De ahí que yo asumiera sus retos como propios.

En este proceso de servicio desde la seguridad publica apenas había interacción con los familiares de las personas que protegíamos. En un momento dado, la madre de una de estas personas, dirigiéndose a mí, me dijo que cuidase de su hija. No me dijo que la protegiese. La orden era clara. Para mí supuso un enorme impacto emocional: una madre me daba una orden directa y clara para que realizase una labor, la de cuidar, no proteger, a su hija. Estaba depositando en mí una parte importante y emocional del concepto de custodiar, de conservar.  

Hoy puedo decir que aquella frase tan sencilla me indicó cuál era la primera misión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en este campo: cuidar a las personas. Entendí que esta orden venía de padres, de madres, de hijos e hijas, de familiares. Y que todos depositaban en nosotros la confianza de que haríamos este trabajo con abnegación y, si fuese necesario, con sacrificio personal.

Ahora estamos hablando de cómo construimos el relato de tantos años de terrorismo, años en los que toda la sociedad española ha sufrido la penalidad de la acción de ETA. Y vemos cómo los mismos individuos que antes mataban han creado estructuras de naturaleza política que están intentado blanquear de una forma u otra con el objetivo de alcanzar sus metas a partir de su derrota. Por todo ello,

Reclamo que la memoria histórica que nos ha tocado vivir no la escriban los asesinos, y que tampoco la escriban los partidos políticos que se esconden tras unas siglas y que son los herederos de ETA.

Reclamo que nuestro relato sea el de las personas buenas que luchamos por la libertad contra los que matan en nombre de ideologías. Y recuerdo a todos los que murieron por la libertad de los otros.

Reclamo que las instituciones europeas, el gobierno de España y el del País Vasco reconozcan los méritos de todos los hombres y mujeres que murieron por la defensa de la democracia en España.

Reclamo el reconocimiento público de todos los componentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, así como de la seguridad privada, que llevaron a cabo funciones de protección de personas amenazadas por ETA. Lo hicieron para defender la democracia.

Reclamo que todos los asesinatos no aclarados en los cuales el autor o los autores materiales fueron miembros de ETA –y que sus sucesores políticos amparan– sean condenados de forma política y legal.

Dignidad, memoria y justicia

Un artículo de Javier Nodar – guardia civil. Fue secretario general de la UniónGC de Cantabria

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