Primera carta bomba cuyo destinatario fue el capitán general de La Coruña, el general Eguía

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El señor Brigadier D. Carlos Vargas ha tenido la atención de facilitar a LA REVISTA la reseña detallada del horrible atentado cometido en 1829 contra la persona del general don Nazario Eguía, capitán general de Galicia en aquélla sazón. Esta reseña tiene, para ser considerada como documento histórico de gran interés, además del que naturalmente presta su asunto y de la reciente vuelta del digno general conde de Casa-Eguía al círculo de la política y de los negocios públicos de que por tanto tiempo ha estado retirado, la circunstancia de haber sido escrita por el general Linaje, que tan importante papel jugó durante el mando del duque de la Victoria, y que se encontraba de secretario del general Eguía cuando se consumó el atentado contra su persona. A lectores menos ilustrados que los de LA REVISTA pudiera acaso parecer contradictorio el lenguaje usado en la relación del capitán Linaje con el carácter que distinguió á este personaje siendo secretario del general Espartero; pero á nuestros subscritores no nos creemos en la necesidad de hacer ninguna observación sobre estas aparentes diferencias. Cada época política ha tenido su lenguaje obligado, así como en cada situación la lealtad y las virtudes cívicas, han tenido que representarse por una fórmula distinta. El general Linaje escribió su reseña en 1829 como ya se ha dicho. (N. de la D.) 

RESEÑA  DEL ATENTADO CONTRA LA PERSONA DEL GENERAL  EGUÍA EN  1829[1].

Si los sucesos extraordinarios han sido en todos tiempos trasmitidos a la posteridad, parece no debe omitirse la narración veraz y circunstanciada del hecho acaecido en la capital del reino de Galicia la mañana del 29 de octubre de 1829; hecho el mas inaudito de cuantos se han conocido hasta ahora. Pero antes de entrar en los detalles del infausto acaecimiento, conviene dar una pequeña idea de la situación política de la provincia al encargarse de su mando el Excmo. Sr. D. Nazario de Eguía; de las comisiones más importantes fiadas a su celo, y de los principios que dirigieron sus acciones, por ser conducente a la demostración de la verdadera causa é influencia que debió tener en la perpetración del horroroso atentado cometido contra su persona.

Galicia, prescindiendo del cuidado que ofrece por su situación topográfica, por su extensión y por la diseminación de sus poblaciones, se hallaba al encargarse de su gobierno el Excmo. Sr. D. Nazario de Eguía con cuantos elementos podían favorecer la revolución. Seguían desempeñando muchos de los destinos en los diferentes ramos, autoridades y funcionarios que los habían ejercido durante el abolido sistema constitucional, y de aquí pudo provenir quedasen a cubierto los que se habían distinguido en el alzamiento de la Coruña y otros puntos, pues la destrucción ú ocultación de los antecedentes no permitía ni el conocimiento de las personas y por consiguiente la impunidad unida a la falta de rigorosa vigilancia podía favorecer la continuación de las maquinaciones.

En tal estado era indispensable desplegar la mayor energía y esta, como principal divisa entre los dotes del capitán general, marcó desde los primeros días de su mando la impotencia á que iban á quedar reducidos los enemigos de la tranquilidad y del legítimo gobierno.

Nadie ignora que la insurrección general de los dominios de América ha sido sostenida por los mismos revolucionarios de España; de consiguiente todo aquel que demostrase una energía singular en oposición de los principios que han favorecido la segregación de aquellos países, era natural que fuese mirado como enemigo; ¿y quién con más motivo podía concitar el enojo de semejante clase de hombres? El capitán general D. Nazario de Eguía no bien tomó el mando, se halló con la ardua empresa de organizar y completar los cuerpos destinados a Ultramar, y de llevar a cabo la expedición acordada con bastante anterioridad, pero que aun los mismos que tenían un decidido interés en que se realizase, dudaban de ello temerosos de la acción prepotente que había destruido otra presentada bajo los auspicios más ventajosos y halagüeños. Las primeras disposiciones debieron imprimir una fundada esperanza, pues con la mayor velocidad y reserva fueron completados los cuerpos y trasladados al Ferrol por mar, en día borrascoso, de cuyo peligro participó el mismo general que los condujo; mas la desconfianza ejerció sin embargo todo su imperio, hasta el momento de ver a la vela la expedición a los pocos días, con asombro de unos y otros, habiendo llegado a la Habana tan feliz como oportunamente.

No bien salió esta primera expedición que señaló el solícito desvelo de S. M. por la conservación del reducido territorio escapado a la dominación insurgente, y marcó la esperanza de recuperar el inmenso segregado de la madre patria por la traición de sus hijos espurios, cuando el capitán general venciendo obstáculos insuperables a primera vista, cumplió la soberana voluntad de que se trasladasen a Santiago las autoridades, cuyas ventajas se omiten por no ser de este lugar, y dio principio a la organización del batallón Provisional de Galicia que debía servir de base a otra expedición. Sus incesantes desvelos, actividad y asidua asistencia en el cuartel, recabaron aquella presentando con la mayor rapidez un cuerpo brillante con una oficialidad escogida, la mayor parte de la cual, habiendo disfrutado de las glorias de la guerra de América, podía en todos conceptos ser más útil en la empresa. Seguidamente debió recibir las órdenes para el apresto de la nueva expedición anunciada; pues trasladando al Ferrol el Provisional de Galicia, pasó también á este punto, y dio principio a la operación tanto mas ardua, cuanto que tuvo que vencer, a mas de las dificultades que se presentan en semejantes casos, otras muchas con que se procuraba entorpecer el apresto; pero todo fue en vano: la expedición se completó por la singular energía del capitán general, quien inspirando a sus individuos el entusiasmo que un guerrero imprime en sus huestes para acometer y arrostrar el peligro, logró verles marchar desde el cuartel de Batallones al punto del embarque, no con la tristeza de abandonar su patrio suelo, sino con la alegría inspirada de los nobles sentimientos de servir a su rey y sacrificarse gustosos por la conservación del territorio de su patria. La expedición se hizo á la vela al primer viento favorable, salvando la isla de Cuba, y se hizo con más fuerza de la que habían creído, aun cuando lo que no esperaban se llegase a realizar.

Los acontecimientos de Portugal le ofrecieron desde su desarrollo hasta su terminación cuidados tan extraordinarios como los mismos sucesos, porque era consiguiente tratasen de difundir la misma anarquía en el reino fronterizo y particularmente en las provincias limítrofes, contando para ello en Galicia con los que por dos ocasiones habían sido ya los agentes y colaboradores para promoverla. Pero la previsión del capitán general, sus prudentes medidas, la actividad constante, la vigilancia mas exquisita y el tino con que dirigía todas sus acciones, conservaron la tranquilidad y el sosiego público, ya en el período de la emigración de los realistas portugueses, ya durante su permanencia en Orense mandando el ejército de observación, y ya cuando de resultas del alzamiento de Oporto cayó sobre la frontera de Galicia todo el nublado de hombres que lo promovieron. Este último pasaje capaz de confundir en su posición al general mas experto, tuvo el éxito más feliz y el más interesante para la tranquilidad de uno y otro reino, por la prudencia y enérgicas disposiciones del capitán general don Nazario de Eguía, logrando en virtud de ellas desarmar a más de 6.000 hombres decididos y arrojados, dispersarlos en puntos donde pudiesen ser menos perjudiciales, conducirlos a los puertos donde habían de realizar su embarque; y en una palabra, hacer desaparecer como el humo a todos los cabezas de la rebelión de Oporto, y a las tropas con que la sostuvieron, convenciéndoles de que el apoyo con que contaban en Galicia, y por el que se dirigieron tal vez con preferencia a esta provincia, estaba ya reducido a la misma impotencia que sus columnas, siendo una la acción del importante triunfo sin haber tenido que apelar á las armas.

Una conducta tan rígida, de suyo ofrece la consecuencia del encono que conservarían los agentes revolucionarios contra el capitán general que había trastornado sus planes y más halagüeñas esperanzas: que había vencido obstáculos casi insuperables; y que por medio de su política los tenía tan a raya. Así es que por una razón muy natural, debía temerse que aquellos apurasen todos los recursos para vengar la constante y fuerte oposición con que el capitán general había destruido sus proyectos, y ejecutado operaciones que les eran tan contrarias, y más que todo para librarse de una persona que por sus principios, ni daba lugar a poner en práctica las tramas, ni ofrecía la más leve esperanza de que llegasen a tener efecto; pero la misma impotencia a que habían quedado reducidos por la exquisita vigilancia, dilató su ejecución, frustrado ya un paso que se miró con indiferencia, siendo así que debió llamar la atención y que tiene gran analogía con el suceso del 29 de octubre.

Pero entremos en el relato de este hecho que al principio se ofreció detallar, y que la precisión de formar un juicio exacto sobre las verdaderas causas, que le prepararon, ha suspendido hasta ahora.

La mañana del referido día 29 de octubre recibió S. E. el correo de Castilla y el de Lugo: según costumbre llamó a los secretarios y oficiales de las respectivas oficinas, a fin de resolver aquel conforme abría los pliegos, atendiendo a la vez en los pequeños intervalos que mediaban de la abertura de uno a otro, a la resolución de asuntos de que daban cuenta los oficiales. Se hallaban presentes en dicho día los coroneles graduados secretarios de la Subinspección de Voluntarios Realistas y de la capitanía general, D. Antonio Soto Alfeyran y D. Juan Valsa de la Vega: los capitanes D. Francisco Díaz y D. Francisco Linaje y los tenientes don José Carrero y D. Mariano de la Torre. Estaba para terminarse la resolución, como que solo faltaban tres pliegos, cuando tomó S. E. uno de ellos cerrado en octavo y del grueso de poco menos de dos dedos. Al mismo tiempo de disponerse para abrirlo dirigió la palabra, levantando la cabeza, al capitán Díaz que se hallaba al lado opuesto de la mesa un poco a la izquierda del frente de S. E., quien siguiendo hablándole, extendió los brazos a fin de abrir el pliego. Una espantosa detonación y la sorpresa dejó como petrificados a los circunstantes, cuyo asombro creció al ver á su general vertiendo sangre del rostro, sacar al frente las manos derechas, y observar la levita que tenía puesta, enteramente derrotada por las boca-mangas y parte que cubría el vientre. En aquellos momentos, cuya verdadera respectiva posición es imposible definir porque el hombre más sereno cedería a la fuerza de los afectos e ideas encontradas, no hubo de los espectadores quien percibiese, ni remotamente sospechase, que la detonación y su sensible estrago emanase del pliego que poco antes se vio en las ya aniquiladas manos de S. E. Un asesino introducido en la pieza fue lo que se ocurrió a todos, o a la mayor parte, y algunos creyendo poderle dar alcance antes que escapase de la casa, se precipitaron corriendo hasta el cuerpo de guardia, cuyos individuos habían tomado las armas por aquel estruendo y aseguraron que inmediatamente a él nadie había salido. El general manifestando en su triste situación un valor extraordinario, se levantó del asiento, y dejando el despacho salió al salón que le precede donde se mantuvo algunos minutos regándole de sangre. Varios oficiales volaron en busca de facultativos: otros quedaron al lado de S. E., y después de cortar las mangas de la levita y los pantalones para colocarle en la cama, se vio patente el horroroso estrago ocasionado en su cuerpo.

Tal fue, que por la violencia de un misto fulminante quedaron destrozados gran parte de los miembros de su persona, produciendo en él las gravísimas heridas que se dirán y que pusieron su vida en el último peligro, aun después de haber tomado las precauciones más enérgicas, sin detenerse en medios, y olvidándose de la delicadeza individual, así para mutilarle como para las demás operaciones y curaciones dolorosas que hubo necesidad de ejecutar y sucesivamente continuar para salvar su vida, no obstante la incertidumbre de conseguirlo. Por esta razón, antes de pasar a curar a S. E. se hizo preparar espiritualmente, y es bien seguro que á pesar de todo hubiera perecido á no ser por su buena naturaleza, serenidad, docilidad y asistencia esmera- da, cual no cupo más.

Apenas cundió por el pueblo tan horroroso atentado, casi todos los facultativos de esta ciudad, así médicos como cirujanos que en ella existían, acudieron al momento al auxilio de tan digno jefe, presentándose en su casa, y prestándose con sus personas y conocimientos. Pero como el caso en su clase era de tal delicadeza que solamente podía entregarse en manos conocedoras y diestras, con juiciosa y decorosa franqueza, a una voz convinieron en que el doliente fuese exclusivamente auxiliado por D. José Manuel Lazcano y D. Sebastián José Suárez. Sin embargo, no se separaron de aquel punto durante las operaciones y curaciones de primera intención a que ayudaron, y hasta que no se ahuyentó el peligro alternaron en diarias guardias, acompañando a Lazcano que estaba permanente.

Trece fueron las más principales heridas que sufrió la persona de S. E. diseminadas por el cuerpo desde la cara hasta los muslos inclusive, además de un sinnúmero de salpicaduras que se extendieron por todas partes, y los efectos de la explosión que desfloraron la piel y alcanzaron no solamente á los parajes que estaban al descubierto como la cara, sino al pliegue de la ingle izquierda, partes pudendas y vientre.

En el rostro, profundamente lastimada la piel que cubre los términos del músculo buco-labial, labial, los labios mismos desde cerca del medio hasta la comisura y más abajo del borde inferior de la mandíbula asimismo inferior, y como a distancia del sínfisis de la barba varias heridas, que aunque no tanto como la última, de que se extrajeron cuerpos extraños, estaban diseminados por las partes referidas y lado izquierdo, en cuya mejilla asimismo había diferentes salpicaduras superficiales que alcanzaban hasta el ángulo mayor del ojo y se introdujeron en la ventana de la nariz del propio lado.

En el vientre y región umbilical dos heridas que algo más hicieron que escoriar la piel, sin embargo que no la penetraban en todo su espesor.

En la mano derecha separados todos los dedos hasta el metacarpo, fracturados algunos huesos de este y desgarrados los tegumentos y músculos, así por la palma como por el dorso, en términos de ser irreparable su conservación.

En la mano izquierda colgado el primer falange del dedo pulgar por el tendón del extensor propio, habiendo quedado desnudo y completamente fracturado el segundo. Casi en el mismo estado se hallaban el segundo y tercer falanges del dedo del medio. En los demás dedos estaba desgarrada su piel por todos los alrededores; al descubierto la punta del tercer falange del anular y dislocado además el auricular por la articulación de su primer falange con el segundo. Por la palma una grande y profunda herida, que destruyendo el músculo corto abductor del polex e interesando profundamente el aponeurose palmar, alcanzó hasta el primer hueso del metacarpo, y haciendo de este primer músculo un colgajo como del segundo una separación del metacarpo, dejaba reconocer y tocar todos sus huesos por esta parte.

En el muslo derecho sobre el tercio medio y parte anterior, dos heridas de figura orbicular, que la mas interna por su diámetro era mayor de pulgada y media, y la más anterior de una pulgada. La distancia de una a otra era como de una pulgada en su parte exterior, porque en lo interior la primera formaba un seno profundo cerca de dos pulgadas hacia su parte inferior por debajo del llamado aponeurose fascialata, o del músculo ilio-femoral que atravesó alcanzando hasta el espesor del ilio-rotural, mientras que la segunda lo hacía como de una pulga la en la propia dirección. Estos dos senos estaban atacados de gruesos cuerpos extraños parecidos á tacos de fusil. En la misma situación, pero más interna e inferiormente, otra herida de una pulgada de extensión que solamente interesó el espesor de la piel, notándose distante de la primera de las referidas como dos pulgadas. Sobre el pliegue de la ingle una fuerte desfloración de la epidermis que se extendía al escroto.

En el muslo izquierdo parte media y anterior una larga escoriación que interesaba el cutis, con otras varias iguales pequeñas esparcidas por el propio muslo.

Dispuestos los aparatos se procedió a la curación de primera intención, empezando esta por las heridas de los muslos y vientre, en seguida á las amputaciones, así de la mano derecha en su totalidad como del pulgar y parte de el dedo del medio de la mano izquierda, concluyendo por todas las otras, en cuyos preparativos hasta terminar la referida curación de primera intención, incluso el muy preciso espacio de tiempo necesario para la deliberación de lo que era indispensable ejecutar, se ocupó el término de doce horas, entendiéndose desde las del medio día hasta las de la noche, sin que hubiesen cesado los profesores de trabajar y S. E. de padecer crueles tormentos, pero con una presencia de espíritu indecible. A todos estos sufrimientos debe añadirse la incertidumbre que por muchos días se tuvo de poder conservar el resto de la mano izquierda y excusar su mutilación, como felizmente se ha logrado.

Otra de las pruebas que no dejan dudar la serenidad y espíritu que mantuvo S E. en aquellos momentos de consternación, fue las órdenes que dictó, en vez de cuidar de su existencia, para que la provincia no experimentase el menor desorden con motivo de su desgracia; y no ocultándosele el grave peligro que corría su vida, mandó ante todas cosas se avisase en posta al señor comandante general de la provincia de Tuy, segundo cabo del reino, para que viniese a Santiago a encargarse de su gobierno, preguntando con frecuencia si se había despachado el expreso, y si iba en términos que á su vista no se demorase su presentación, sin duda para asegurar y evitar se alterase en manera alguna y bajo ningún pretexto la tranquilidad pública que constantemente había conservado durante su mando,

En aquellos momentos y en los días sucesivos no había quien sabedor del lastimoso estado en que se hallaba S. E. se persuadiese que podía salvar su vida; pero nunca más común el interés, mas general el sentimiento, ni mas aunado el deseo para contribuir al alivio y derramar el consuelo posible á su angustiada familia. Puede decirse que no solo fue un día de luto para la capital de Santiago, sino para toda Galicia. Personas de todas clases se precipitaban en los primeros días a saber el estado del paciente: no era una curiosidad ni un deseo de figurar contra los propios sentimientos, era la espontánea voluntad y cierta solicitud de alcanzar la satisfacción que buscaban oyendo que vivía y disfrutaba de alivio. Todos concurrían con un silencio producido de la misma pena. Aquellos que no tenían satisfacción en la casa para ofrecer la expresión de sus sentimientos a las personas interesadas, lo hacían a las más allegadas, ansiando verse ocupados y que se dispusiese de ellos. Cuantos oficiales existían en Santiago procuraron quedarse á velar á su general, queriendo ser todos partícipes en las vigilias.

Por otra parte, se concurría a los templos a implorar su salud del Dios de las misericordias. Las corporaciones los mantenían constantemente abiertos con funciones solemnes que se celebraron no solamente en Santiago, sino en todos los demás pueblos como sufragios para alcanzar del Todopoderoso la conservación de los días de su capitán general.

Las diversiones públicas se cerraron a impulsos del dolor que alcanzó aun a los que en ellas tenían cifrada su subsistencia y las de sus familias.

Los ayuntamientos de las respectivas capitales, los cabildos y otras corporaciones acudieron a S. M. con exposiciones enérgicas, consignando en ellas el intenso dolor que semejante desgracia había ocasionado a los habitantes e individuos que representaban los beneficios que el reino de Galicia había recibido de su capitán general D. Nazario de Eguía y cuantas razones le sugirieron los hechos para hacer conocer el unánime deseo y las conocidas ventajas de que continuase en el mando, si tenían la dicha de que sobreviviere, a fin de seguir disfrutando de la paz y tranquilidad que habían conseguido durante su gobierno.

En dichas exposiciones se vio el general interés de los gallegos, y todo cuanto puede formar el elogio más sobresaliente de un general que ha gobernado con prudencia y justicia captándose el amor de los pueblos que la piedad de S. M. fió a su cuidado.

Santiago 1º. de abril de 1830.  (REVISTA MILITAR, TOMO XII.-10 DE ABRIL DE 1853. PÁGS  407- 417)

[1] NOTA PREVIA: Se trascribe a continuación un documento sumamente interesante. Se debe al general Francisco Linaje, secretario del Capitán General de La Coruña, Nazario Eguía es la narración de lo ocurrido, cuando abrió la primera carta bomba, que fue enviada en 1829. He adaptado el texto a la ortografía moderna, porque en el original pudiera resultar un tanto dificultosa la lectura. Se ha respetado al máximo el original, e incluso se respeta la introducción que la Revista Militar le puso al documento para que sus lectores pudieran saber encuadrarlo en su momento histórico. Se publica separado del artículo anterior aparecido en este mismo medio, H50, sobre la carta bomba enviada al Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera, porque ya los lectores tenéis un encuadre del momento en que sucedieron los hechos.

Autor: Martín Turrado Vidal Licenciado en Filosofía y Letras, rama de Historia, por la UNED (1981) Máster en Documentación (1993). Cronista Oficial de Valdetorres de Jarama Vicepresidente del  Instituto de Historiadores del Sur de Madrid, “Jiménez de Gregorio”. Vocal de Publicaciones del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España.

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