Posible, e … ¿improbable?

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Por Rosa Mª García Durán

Poco a poco lo sorpresivo ha dejado de inmutarnos a fuer de ver que la nueva normalidad consiste en asimilar cosas raras, de difícil pronóstico y previsión, como compañeras de lo otro más conocido y campechano. 

Tenemos mucho calor, al que siguen tormentas de las que hacían a los más famosos vikingos esconderse bajo sus escudos; nos acucian enfermedades ignotas, distintas y distantes; asistimos a incendios terribles con ecosistema propio y podio en velocidad para vestir de negro-luto campos y casas; se instala una guerra en Europa, con efectos sociales y cómo no, económicos, que nos han ajustado, aún más, el cinturón, que le hemos hecho una mueca más porque las de serie quedan holgadas a esta estrechura que suma y suma en esta resta. La energía parece que ahora se revela a su principio físico y no se transforma, sino que se extingue y por eso, ahora, no hay para calefacción ni aire acondicionado, ni para hielo, porque también el agua está a falta de algún milagro, como el del pan y los peces. Téngase este comentario como una plegaria, por si de algo sirve, o sino

“que llueva que llueva, la Virgen de la cueva…”. 

Nos hemos gastado la perplejidad en prácticamente el año más difícil de nuestras vidas, el 20, cuando la COVID nos sobresaltó, se llevó a muchos de los nuestros y nos puso un elemento sanitario en la cara, que llegamos a transformar en un complemento fashion; y ¿por qué no hacer de necesidad virtud en este caso? Pues eso. Ahora el paisaje es variopinto. Llevamos la mascarilla, o no, en la misma situación, la dejamos “bien instalada” debajo de la nariz, de pañoleta, asida al brazo, dentro del bolso o del bolsillo, que es la nueva versión del “póntelo pónselo”, aunque cuando más la necesitamos, cuando es obligado, se nos olvida, a veces, en casa.

¿Y qué ha pasado con la sandía y el melón? Son productos gourmet y no porque no les corresponda de suyo serlo, que son los indispensables de una mesa que quiere presumir en verano, sino porque el precio ha hecho de tan deliciosas frutas un lujo que reclama “exhibición” de poder adquisitivo; se ha puesto remedio y las venden por la mitad y en cuartos, ¡ah! Y hay helados de sabor que recuerdan los originales. Ahora que por el calor el aguacate no rentaba, resulta que nuestra fruta, menos sedienta y de más contorno, se ha puesto imposible. Algo hay que hacer, que las travesuras se pagaban sin postre y hasta aquí, muchos inocentes y más bien paganos.

Y qué decir de la gasolina y otros carburantes que han visto lo interesante de dar más deprisa a la manivela del dinero que a la del litro. Y claro, como quien le da a una máquina de “azar”, qué difícil no perder, también en este lance, el bolsillo.

Es todo mágico, consumes igual y pagas más. ¡Qué fantasía! Dicen que la realidad supera a la ficción. De seguir a este paso, las películas de efectos especiales y, si me apuran, también las de miedo serán géneros extintos por dejar exangüe la imaginación tanto hecho real.  

Pero vuelvo a ese punto. Esto de que las cosas cuesten más siendo las mismas, tiene un punto difícil de entender. Lo llaman inflación y resulta de comprender que un euro ya no es tal sino céntimos de menos. Por eso los sueldos son lo que son, pero no lo que parecen. Pues ha llegado la hora de comer sano, sano y hacer dieta. Va a tener esta historia su lado bueno. 

Y toca irse de vacaciones. La gente corre a las siete de la mañana con la sombrilla a primera línea de playa para hacer su parcela y bajar luego a la hora de verano, con el despertador ya callado hasta mañana que será la misma cosa. Pues tenemos un problema, porque la orilla se llena de banderas multicolores, señales de territorio conquistado, y quienes llegan desayunados ya no ven el mar a la primera, sino detrás de un fortín de hamacas, toallas solitas y parasoles para, en apariencia, nadie. Hay que ver, qué sacrificado es veranear, pero que nos quiten lo ‘bailao’ que es una semana, o dos días y luego el resto del año a otra cosa mariposa y, quién sabe si a cruzar el entrecejo o alucinar de nuevo. Yo creo, que nos han cogido manía o están experimentando con la paciencia y adaptación del ser humano a lo infrecuente o casi imposible. Pues ya le adelanto al ensayista o experimentador, sea quien sea este, ¿será un extraterrestre? que perderá la partida porque habrá adaptación, tal sea lo que se avecine y sino véase la serie. Otrora más, dicen los documentales que estamos preparando un plan para empezar de nuevo en otra estrella hasta que nos pase como en la Tierra. Pero hablamos de espacio-tiempo, claro, sideral; no parece una opción ni para los más optimistas. Ahí lo dejo.

No obstante, pienso que ya hay cierta confusión entre lo posible y lo probable; antes más ajustados sus significados, ahora… no se, no sé. Parecíamos todos, o muchos, tener muy claro que no todo lo posible era probable; por eso de que llegar a los 40 grados a la sombra por ser, podría ser posible, pero…¿probable?, pues lo va siendo. ¿Y cuánto más pasará del lado de la especulación al del testimonio? Por si acaso voy haciendo las cosas al revés y empiezo a contar por el 10, así en verano la gota fría me pilla con piragua y abrigo, y los 40 grados no son tal sino unos llevaderos 30.

(Suena el despertador)

 Qué pesadilla!, si lo cuento, no me creen.

(*) Por Rosa Mª García Durán para h50. García Durán es intendente de la Policía Municipal de Madrid, jefa de la Unidad de Participación y Convivencia y directora de la revista oficial del Cuerpo. Anteriormente fue responsable del Área de Formación del Cuerpo.

 

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