¿La policía de los Estados Unidos es racista?

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La muerte de una persona en el curso de una actuación policial es siempre una mala noticia, una tragedia. Sin entrar a valorar las causas que hayan llevado a esa muerte, ningún policía desea que llegue el momento en el que tenga que enfrentarse a la difícil decisión de abrir fuego o a sostener un pulso, por la fuerza, con un oponente lo suficientemente agresivo como para que, la reducción, deba hacerse de forma tan en extremo coercitiva que se vea comprometida la integridad física de alguno de los participantes –presunto delincuente incluido-.

En ocasiones, aunque el detenido se muestre colaborador, la situación puede suponerle un
nivel tan elevado de estrés que precise de atención médica y evacuación, pues algunos sujetos sufren fuertes crisis de ansiedad, se autolesionan o, simplemente, están fuertemente influenciados por el alcohol o las drogas. En cualquiera de estas situaciones, aparece la sospecha de violencia policial. Sin ir más lejos, la rotura de un hueso que se haya producido durante la huida, antes de que el primer policía haya llegado a alcanzarle, ya implica la necesidad de una justificación total y documentada de la actuación en la instrucción de diligencias.

En Europa, sobre todo en España, aunque de forma demasiado rápida está dejando de ser así, hasta la fecha eran raros los incidentes con individuos resistentes o armados. Cualquier agente con veteranía sabrá que, lo habitual, era una detención con uso de la fuerza en un porcentaje residual. En la última década, los oponentes armados aumentan en progresión aritmética pero los resistentes lo hacen en geométrica. A esa circunstancia, hay que añadir la presencia de una población cada vez más diversa, proveniente de sociedades cuyo orden, sistema penal y procedimientos policiales, nada tienen que ver con los europeos.

Si bien en los primeros años de inmigración algunos vivimos situaciones dignas de película (Inmigrantes que se comportaban de forma sumisa, rozando la humillación, por haber sufrido alta violencia policial en sus países de origen o que trataban de resolver la cuestión deslizando un billete en su documentación), hoy ya nos conocen. Saben que las policías españolas son profundamente democráticas, que los derechos son respetados en su totalidad y que, en ningún caso, va a existir abuso. Hemos pasado de la sumisión a la insurrección. Sabedores de eso, algunos elementos delincuentes han encontrado una carta más a jugar en la partida, el racismo.

En estos días, cualquier persona interesada en la profesión policial habrá observado con preocupación los hechos sucedidos a partir de la muerte del ciudadano George Floyd, en Minnesota, en el transcurso de una detención. Si la actuación fue buena o mala, no será objeto de discusión aquí. Como policías que somos, confiamos en la verificación de la acción y su ajuste a los protocolos que allí estén establecidos, en la carga de las pruebas, la autopsia forense y en la sentencia judicial que corresponda.

Dicho esto, ante el inmediato despliegue acusatorio de racismo en cualquier hecho en el que se vea involucrado una persona que no sea caucásica, tal vez sea interesante hacer un mínimo análisis de la situación de las policías norteamericanas en la cuestión racial.

Incendian una comisaría en Minneápolis durante los graves disturbios por la muerte de George Floyd

¿La policía de los Estados Unidos es racista? No, en absoluto. Pero no diremos esto gratuitamente

Una de las cosas que me gusta hacer cuando viajo es conocer a las policías y, en el caso de los Estados Unidos, es algo bastante fácil. Cualquier policía de cualquier país suele ser muy bien recibido en una comisaría. Entablar una conversación con ellos, si los encuentras en una patrulla, e intercambiar experiencias, también es algo asequible y habitual. En algunos departamentos existe la posibilidad de realizar patrullas en calidad de observador, solo hay que inscribirse. La profesión allí es tremendamente corporativista –para bien-. Las asociaciones policiales tienen un papel determinante en estas relaciones internacionales.

En cuanto a la cuestión que nos ocupa, allí se toman muy en serio la diversidad racial y vigilan escrupulosamente los comportamientos racistas. Venimos de un pasado cuajado de actitudes discriminatorias. Momentos de la historia en los que, ser policía, era un trabajo poco cualificado por lo poco deseado. Con una baja tasa de reclutamiento, mor de la alta siniestralidad y mortandad (Un agente americano puede llegar a tener una esperanza de vida 21 años menor que la de un civil americano), amén del bajo salario y los escasos derechos laborales (Deficiente asistencia sanitaria, de poca cobertura y calidad, reducidas pensiones, etc.) así como de la escasa formación que sus componentes recibían. Esto, es claro, se trata de una generalización. Un país con tantos contrastes y tan disperso como los Estados Unidos ha dispuesto de los peores Cuerpos de policía y también de los mejores en un mismo tiempo de la historia.

Estudios llevados a cabo sobre la situación en los años 60 y70 ya evidenciaban lo que hoy llamamos brecha de género en las policías americanas. Lógico, su acceso había estado prohibido hasta entonces y, las pocas mujeres policías que se incorporaban, lo hacían solo a tareas burocráticas o de logística. Sin embargo, entonces, esta cuestión del feminismo no era algo que preocupara demasiado. La inquietud estaba ya –y han pasado sesenta años-, en el acceso de las minorías puesto que se entendió que el acceso femenino era cuestión de estereotipos mientras que, el acceso de las etnias, obedecía a una cuestión cultural de segregación, racismo y xenofobia. No iban desencaminados.

A raíz del movimiento pro Derechos Civiles, aunque algunos pioneros de minorías ya habían accedido con tremendas dificultades a algunos cuerpos de seguridad –aquí sí podríamos hablar de profundo racismo-, el ratio de diversidad en la policía llegó al 22%, lejos de la representatividad de las minorías en la población general pero no tanto como se pensó antes de la aprobación de medidas de positivismo. Sí; hace casi medio siglo, en la Policía de los Estados Unidos, ya había un porcentaje general, en los departamentos de núcleos de población de 50.000 habitantes o más, de casi el 22%. Se hacía necesario trabajar en las oficinas del sheriff de las pequeñas localidades, donde el ratio siempre era menor.

Reconstrucción de la muerte de George Floyd

El dato es curioso por tanto que, si bien no se acusaba a la policía de ser machista y sí racista, la presencia de las mujeres no llegaba al 10% cuando la presencia de las minorías alcanzó casi el 25%.

Durante los siguientes años se amplificaron esfuerzos para aumentar los ratios. Desde políticas sociales a campañas divulgativas, pasando por películas y series que presentaban a una policía diversa. Aun así, las llamadas minorías no estaban interesadas en acceder a la función policial pero sí al resto de departamentos funcionariales donde las solicitudes de ingreso aumentaron hasta el punto de que, hoy, la casi práctica totalidad de los funcionarios de base no son blancos.

No podemos olvidar que hablamos de un país que, hace poco más de medio siglo, segregaba espacios y que, aunque las leyes federales lo permitían, de facto impedía el acceso a la educación superior a las personas negras o procedentes de otras minorías. El problema racial en Estados Unidos es real y para contener las tensiones que producía, como en tantas ocasiones a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, se abusó del comodín policía, ese es parte del problema. No hemos venido aquí a negarlo.

Así, llegamos a los años 80-90. Si en 1977, tras el “NYC Blackout”, las comunidades afroamericanas y latinas de Bronx y Brooklyn arrasaron, sin ningún tipo de miramiento y control, cientos de comercios e hicieron arder docenas de viviendas, los ochenta no comenzaron mejor. El saqueo masivo de julio de 1977 comenzó con la falla del sistema eléctrico debido a la caída de un rayo pero, una vez desatado el caos, la excusa para ustificarlo fue la brutalidad policial y el racismo. Las tiendas saqueadas y las viviendas incendiadas lo fueron también de minorías, habitantes de esos mismos barrios; la culpa y responsabilidad, como siempre, cayó en una policía llamada racista. Una policía cuya actuación inicial fue responder a los actos vandálicos de una turba armada y en la que resultaron heridas cientos de personas, muchos de ellos policías y detenidas 4000 personas.

No podemos obviar que los primeros en acudir a las llamadas de auxilio fueron los atrulleros de los “precincts” de la zona, el equivalente en España a nuestra policía de barrio. Policías sin formación en control de masas y que, precisamente por eso, recibieron el grueso de la violencia y la mayor parte de acusaciones de racismo –sus nombres y rostros eran conocidos por la comunidad a la que servían-. Los disturbios, en Nueva York o Detroit mayoritariamente, o los de Los Ángeles por la detención de Rodney King al inicio de los 90 y muchos otros posteriores, han sido una constante durante las siguientes décadas. Lo que ocurre hoy ya lo hemos vivido y siempre ha seguido una misma dinámica.

Si nos retrotraemos al inicio del siglo pasado, podemos hablar de una policía minentemente blanca de origen europeo en los Estados del norte (Irlanda-Italia) y nativa (colona) en los del sur, con -salvo excepciones en el cuadro de mandos-, baja formación académica general y policial. Esta circunstancia era también consecuencia de la situación del común de la población; la primera potencia mundial tenía –y tiene-, un notable índice de analfabetismo (Un 8,1 actualmente y casi un 12 a final del siglo XX). A final de los 90, las Administraciones se pusieron a la tarea de aumentar la contratación de minorías y comenzar un programa exhaustivo de formación policial (Hay que decir que allí la policía puede ser un trabajo temporal o que los sheriff son cargos electos. Que en algunos Departamentos la veteranía -y con ella los plenos derechos-, se adquieren a los 8 años y es rarísimo encontrar un policía con 15 años de servicio Cosas impensables aquí).

Hay una gran parte de la población que, en algún momento de su vida, ha sido agente del orden con el único fin de optar, posteriormente, a un puesto de trabajo en otro sector de la seguridad, en la vida civil, donde los salarios son mayores. Son infinidad los que conjugan su trabajo con una segunda actividad relacionada y muchos los policías que provienen de las Fuerzas Armadas y que deben reciclarse de una metodología pura de combate y milicia a una dinámica policial. En resumen, las policías norteamericanas no tienen nada que ver con las europeas.

De los agentes americanos –demasiado cine-, nos venden que pueden disparar sin problemas, ejercer la acción coercitiva a discreción, etc. No es cierto. Los expedientes son habituales y las expulsiones del Cuerpo pueden llegar a ser sumarias –lo hemos visto con el caso de Derek Chauvin-.

Con estos antecedentes, llegamos al siglo XXI. Con las políticas de integración y acción positiva en marcha y encontramos que, las llamadas minorías, ya no lo son. Es más, en muchos Estados o ciudades, hay más negros, hispanos o asiáticos que blancos y eso, obviamente, tiene su reflejo en la policía.

Para vigilar la efectiva equidad en la diversidad racial se instauró entonces el llamado diferencial “Point- difference”, que es el ratio que mide la diferencia entre la presencia de minorías en los cuerpos policiales respecto a su representación en la población total. No está actualizado, pues son tantas las organizaciones civiles que realizan prospecciones que es difícil quedarse con un dato concreto, pero en 2013 la media era del 24,5% y decrecía rápidamente, llegando hoy a estar por debajo del 19%. La diversidad en la policía USA es un hecho. Hay departamentos que están por debajo de ese ratio y otros que están por encima, o sea, hay policías llenas de blancos, otras llenas de hispanos y otras llenas de negros, todo depende de la población general.

Por ejemplo, la policía de Los Ángeles (CA), con 10.000 agentes, tiene una mayoría hispana – más de 4000 oficiales-, 1200 son negros y casi 1000 son asiáticos. Mientras que la policía de Fargo, un pequeño departamento de Dakota del Norte, solo tiene agentes blancos. Pero es que, de entre su población, las diferentes etnias no llegan al 12%. La plantilla de la policía de Atlanta (GA), Detroit (MI) o la de Nueva Orleans (LO) está compuesta mayoritariamente por negros, como mayoría son en la población civil, y la de Miami (FL), como no puede ser de otra forma, llena de hispanos. En Atlanta y Detroit, los policías negros doblan en número a los blancos. En Nueva Orleans, en menos de un lustro, también lo harán. Washington, sin ir más lejos, que a menudo reporta sucesos racistas, tiene un ratio más elevado de agentes negros que su población respectiva. Menos de un tercio de sus agentes son blancos.

Como en el resto del planeta, la profesión de policía es más o menos atractiva dependiendo de las condiciones salariales y de los derechos laborales que comporten. No es objeto de este artículo pero, entender los motivos por los que determinados grupos sociales o étnicos no contemplan el acceso a las fuerzas del orden, también sería interesante.

En todos los departamentos de policía, sin excepción, se han reportado incidentes racistas. Es más, se han llegado a reportar por víctimas negras ante patrullas compuestas por negros. Esto que parece tan descabellado obedece a una cuestión de diferenciación de clase. Pensemos que no todos tenemos idénticas capacidades para comprender algunos conceptos abstractos que, además, no son unívocos. Para ciertos sectores de la población, la policía representa un ente diferenciado cuyo color no es el de la piel, sino el del uniforme. De ahí que, algunas organizaciones pro derechos raciales, comiencen a hablar de “Blues vs Blacks”.

La NAACP “National Association for the Advancement of Colored People”, organización con más de cien años de historia, impulsora de muchas de las acciones de oposición al trabajo policial, parece olvidar que, en Baltimore, ciudad de poco más de 600.000 habitantes donde tiene su sede y donde practica la mayor parte de su acción política, es una de las que presenta un más elevado índice de criminalidad (Con un porcentaje de población negra del 64% finalizó el año 2019 con 350 homicidios dolosos). Si establecer el evidente paralelismo entre población negra y homicidios sería infundado por lo reducido del estudio y lo sesgadas de sus conclusiones y, sin duda, racista ¿Por qué se debe asumir la existencia de un sistema policial racista o xenófobo cuando la casuística es sumamente reducida y, además, sujeta a múltiples interpretaciones?

¿Ha habido incidentes y hay policías racistas? Sí. Los hay, ha habido y habrá, porque es una cuestión de educación social que nos lleva hasta mucho antes de su guerra civil, al
colonialismo.

Pero acusar al sistema policial de racista es infundado e injusto. De hecho, gran parte del trabajo comunitario en los “blocks” conflictivos comenzó con la acción de los agentes de las antes citadas policías de barrio que identificaban los problemas antes que las Trabajadoras Sociales y las acompañaban, llegando muchos de estos oficiales a participar en su tiempo libre en acciones de voluntariado y a tutelar y responsabilizarse de jóvenes en programas de prevención de delincuencia, exclusión o en tratamientos de rehabilitación.

La ciencia policial americana es muy compleja porque no es un país socialmente cohesionado en sus costumbres y porque el ratio de desigualdad es muy elevado. Tampoco se quiere trabajar sobre el porcentaje de delitos cometidos en base a renta/etnia/raza porque se identifica con sesgo racista y, cualquier estudio que erogue datos que impliquen que un grupo que no sea el blanco es proclive a una conducta desviada, es tachado ipso facto de ello, sin que a nadie parezcan preocupar los motivos estructurales que llevan a los comportamientos antisociales.

Por tanto, en USA, salvo mínimas excepciones puntuales, el racismo no es un problema en la policía. Sí lo fue, durante largo tiempo. Pero si una organización puede presumir en los Estados Unidos de ser pionera en la aplicación de políticas de acción afirmativa e igualdad, ha sido la policía y las Fuerzas Armadas.

Aún quedan allí, conviviendo, dos generaciones de negros que vivieron un racismo profundo, estructural y violento; esclavista. Esos son, sin duda, los artífices de un cambio que se produjo gracias a su lucha. Una lucha que no fue violenta, pues los logros reales no llegaron de mano de los “Black Panther” sino de los gestos humildes y valientes como el de Rosa Parks o las heroicidades de aquellos hombres que combatieron en la I y II guerra mundial, despreciados por muchos de sus compañeros y que, a base de coraje, lucharon por una sociedad igualitaria.

Hablar hoy de la lucha contra los comportamientos racistas es justo y ningún policía que se considere digno de serlo, tolerará jamás ningún acto que atente contra la dignidad humana. Pero hablar de racismo institucional en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad es la excusa para no atajar cuestiones más importantes como la educación o la desigualdad y, en todo caso, para justificar acciones violentas derivadas de comportamientos desviados y delincuenciales con el fin de trasladar la responsabilidad última sobre el funcionario que tiene el deber de atajarlas.

Autor: Josema Vallejo

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