In memoriam de Sara, Ángel y Rosana. No existe el crimen perfecto, “un chocolate tan amargo como la condena”

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¿Qué impulso puede ser tan fuerte, como para decidir que lo más idóneo en cierto momento sea acabar con la vida de tres personas?
Imagino que esta pregunta se la habrán formulado a Gustavo R. T., en más de una ocasión. La pregunta es muy directa y fácil de responder, pero está claro que aun siendo así, no hay garantía de obtener una respuesta coherente o mínimamente razonable.

La psique humana, es un mundo extremadamente complejo en el que nos perderíamos tratando de dar entendimiento a comportamientos que ni la lógica, ni la razón pueden explicar. Hay grandes teóricos que afirman que el “instinto depredador” es algo intrínseco a la condición humana, no dejamos de ser animales sociales evolucionados.

Diferentes ramas de la ciencia como la psicología, la psiquiatría forense o la criminología, intentan conectar los actos humanos criminales con la mente. Los elementos cognoscitivos y los conductuales no pueden estudiarse de manera separada. En el conjunto y en la síntesis de ambos se podrá trabajar para encontrar una explicación.

En el caso particular de los asesinos en serie, estas ramas de la ciencia tienen un filón para el estudio empírico y el análisis. Un instinto primario, donde la carencia de empatía y un inexistente sentimiento de culpa, se remarcan como factores esenciales para poder diferenciarlos de otros sujetos y de sus comportamientos.

Para entrar en el tema del que quiero hablar, necesito ponerles primero en contexto. Debemos retroceder en el tiempo hasta la década de los años noventa. En el año 1993 tuvo lugar en Valdepeñas (Ciudad Real) uno de los asesinatos más horrendos y espeluznantes que se hayan conocido. Un hecho luctuoso que sumió en el miedo y la desolación no solo a un pueblo, sino a una comarca entera. Ángel y Sara tuvieron la desgracia de toparse con un ser despreciable, un asesino de manual, al que no le bastó con robarles, sino que decidió dar un paso más y terminar con sus vidas.

Como una raposa alimaña, les había estado merodeando durante bastante rato, hasta que blandiendo una navaja intimidándoles les llevó a un lugar apartado para finiquitar su tétrica faena.

Y me vuelvo a preguntar…
¿Qué impulso puede ser tan fuerte, como para decidir que lo más idóneo en cierto momento sea acabar con la vida de la pareja?
La espeluznante escena que Gustavo dejó allí, puso los pelos de punta hasta a los investigadores más avezados. Durante las semanas siguientes, la policía se dejó la piel buscando pruebas o indicios que les condujesen a dar con el autor, pero la ardua tarea no tuvo el resultado deseado y el crimen quedó sin esclarecer. Gustavo seguía campando a sus anchas.

Con suma cobardía, puso tierra de por medio y se esfumó una larga temporada hasta asegurarse que las aguas estaban más calmadas, y la noticia de su fechoría se hubiese desinflado lo suficiente. Tras cinco años escondido en la lejanía que la huida le brindó, el asesino decidió regresar al lugar donde tiempo atrás había destrozado a dos familias por completo. Con perfil bajo, pasaba desapercibido, formó una familia y encontró trabajo, todo o casi todo en su vida era aparentemente muy normal. Digo casi todo, porque su lado depredador había vuelto a despertar, tras haber permanecido en letargo.

«Un asesino, es un asesino y esas cosas no cambian» (George L. kelling)

Utilizando artimañas de lo más torticeras, Gustavo tuvo el vil descaro de acercarse a familiares directos de sus víctimas para obtener información sobre cómo iba el rumbo de la investigación. Para él, aquello ya era pasado y como si se hubiera quedado corto, su instinto le pedía más. No pasaría mucho tiempo más, para escoger a su siguiente presa.

Y vaya si la escogió…

Lo que debería ser un tranquilo paseo en bicicleta disfrutando de un idílico paraje de la zona, se convirtió en una pesadilla. El contraste de los vivos colores de aquella singular arboleda se difuminó en tonos grises y la agradable tarde tornó en drama. La siniestra jugada se repitió, y en un abrir y cerrar de ojos, un desalmado Gustavo, con perversidad y sin remordimiento decidió arrebatar la vida a la joven Rosana haciéndola desaparecer. Se llevó por delante más que una vida, arrasó con la de sus seres queridos y desoló de nuevo a un pueblo. Su intención de ocultarla y quitarla de en medio tuvo un efecto devastador para todos.

Por mucho que se intente, es imposible ponerse en la piel de su familia, la incertidumbre de una desaparición puede llegar a ser infinitamente cruel. Ese sentimiento te devora por dentro, llegando a consumirte la vida en tan solo unos segundos.

A pesar de todo el empeño que éste indeseable puso en su acción, e incluso a pesar del profundo dolor que infligió, no cayó en una cosa, y es que esa descomunal vitalidad de la que Rosana hacía gala nunca se perdería. A ese potente sentimiento se aferraban, ya que les mantenía con la esperanza de obtener un feliz desenlace.

El oscuro asesino supo jugar bastante al despiste, gozaba de un anonimato que por suerte no le duraría para siempre. El crimen perfecto no existe, y está investigación no tardaría en ir recibiendo una luz que serviría de guía a los agentes, para conseguir resolver el caso.

El mal carácter de Gustavo, y su extrema agresividad se hacían visibles cada vez que premiaba a su familia con violencia y malos tratos. En uno de esos arrebatos, y solamente por “comer una última onza de chocolate” mordió como una bestia a una de las niñas pequeñas. En la casa se desató un infierno y como siempre, madre e hija salieron mal paradas. Con fuertes insultos, un Gustavo vociferante, les lanzó una andanada de graves amenazas. No midió sus palabras y sin ser consciente de lo que su pestilente boca escupía, él solito se delató.

La mujer, harta de sufrir malos tratos, acudió a comisaría a denunciarle. En el extenso argumento de su declaración se explayó en detalles, dejando una píldora que heló la sangre a quienes le asistían. Una amenaza proferida por Gustavo, que sonaba por completo a confesión. Acababa de dar en la tecla correcta.

Los agentes, en base a esa información se tiraron al barro. Tras detener a Gustavo y someterles a sucesivas tomas de declaración, éste derrotó y confesó. Lo hiciese bien por pretender acogerse a ciertos beneficios para rebajar condena, o bien por su chulería innata, confesó. ¿Arrepentido? para nada, un asesino nunca se arrepiente.

La confesión formal del asesino, motivó la orden expresa de iniciar de nuevo un operativo de búsqueda para recuperar el cuerpo de Rosana. Para los agentes y para la familia de la joven, las jornadas se les harían interminables. Esclarecido el crimen, la desaparición de Rosana era historia, la esperanza de encontrarla con vida se esfumó y el duelo cayó sobre ellos como una fría y pesada losa.

Con el cotejo del ADN de Gustavo, saltaron todas las alertas, POSITIVO. El perfil genético de Gustavo coincidía con el encontrado en el lugar de los hechos. Se logró la cuadratura del círculo. Paz y descanso para las víctimas y sus familias, y una amarga condena para el asesino.

Y vuelvo a preguntar…
¿Qué impulso puede ser tan fuerte, como para decidir que lo más idóneo en cierto momento sea acabar con la vida de Rosana?

A Gustavo esa pregunta le seguirá resultando indiferente. Una indiferencia que choca con la preocupación de saber que, aunque a día de hoy continúa cumpliendo condena, se estima que tendrá libertad en el año 2033. Un molesto huésped que ha pasado por diferentes centros penitenciarios como el de Herrera de la Mancha. Agresiones a funcionarios y a internos son detalles a resaltar de su estancia en prisión. Un currículum violento que por desgracia tiene premio, pues a pesar de no pertenecer a ETA, fue el primer interno en beneficiarse de la doctrina Parot.

Antes que nos demos cuenta, habrá pasado el tiempo y llegará el momento de su salida. ¿Merece la sociedad darle una nueva oportunidad a un asesino como Gustavo?

¿Reinserción?, En este caso permítanme ponerlo en duda.

Siempre habrá quien lo piense, pero… “EL CRIMEN PERFECTO NO EXISTE”

Brau López Matamoros
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