Bibliotecas, monasterios y cárceles

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Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial

Ya saben por dónde ando: en la sierra de Gredos, meditando como Séneca acerca de la Brevedad de la vida – la mía se acaba sin remedio y, estoicamente lo acepto, porque tampoco se pierde gran cosa-. El amor de mi vida, que va y viene como las olas de calor subsaharianas, me dice que me convierta,  que hay otra vida y que, si me arrepiento y me confieso y cumplo tres o cuatro preceptos más, puedo incluso ir al cielo y si no, me tendré que aguantar con el olor “in aeternum” a fritanga en la sartén de Satanás. Decir eso en Gredos, entre el Puerto del Pico y el de la Paramera, en el Monasterio de los esclavos de San Agustín de Hipona, es muy fuerte. Se me viene arriba la libido y me entran ganas de pecar contra el sexto y el noveno mandamiento de manera salvaje y hasta que el cuerpo aguante, lo cual es poco. ¡Mierda!

¿Aceptas al hijo de Dios como tu Salvador? ¿De qué me tiene que salvar? De la condena eterna. ¿Quién me condenó?  Dios ¿me condena dios y luego manda a su hijo a salvarme? Exacto. Así es. Esto me parece un negocio familiar turbio en el que no quiero verme envuelto. Gran bronca con el padre prior del convento que está a punto de dar con mis huesos en la calle. No quiero entrar, pese al silencio y al frescor del monasterio, en estos líos teológicos. Me gusta el canto gregoriano, me relajan los maitines, las vísperas y las completas pero sigo convencido de las grandes verdades que descubrí cuando yo era racional – antes de conocer al amor de mi vida y volverme loco por su culpa-. La Filosofía busca un gato negro en una habitación a oscuras. La Metafísica busca un gato negro en una habitación a oscuras, en la que el gato no está. La Teología busca un gato negro en una habitación a oscuras en la que el gato no está, y dice que lo ha encontrado. La ciencia abre la ventana a ver donde está el gato. Ese es el resumen.

Las paredes de este monasterio, gruesas como para preservar de estos calores han sido testigos de varios siglos de historia. Por estas sierras anduvo en el siglo XII Urraca la zamorana, cinco hermanos, todos hijos de Alfonso I de León, peleando a la muerte del padre. ¿Por qué? Por lo mismo de siempre la herencia y el poder. Esta Urraca famosa, ha pervivido porque  fue la madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo de lo que se entera uno leyendo? De muchas más cosas que viendo telebasura y matando marcianos como un gilipollas, aprentando botoncitos que no van a ningún lado. ¡Qué biblioteca, lectores!

Esto lo  escribo en mi calidad de Ministro de Propaganda del Régimen Donbiblista, nombrado solemnemente por el catedrático Manuel Desantes, primer ordenanza de Don Biblio. Aquí hay, como en la Biblioteca de los Libros Felices un facsímil de la  Biblia de Gütemberg, y un incunable de la Biblia cum postillis de Nocolai de Lyra de 1487,  están también, como en Alicante, las Institutiones Oratoriae de Quintiliano de 1482, una sabio jurisconsulto romano que nació en Calahorra; un incunable de la Divina Comedia de Dante y hasta una copia de los Diarios de la Inquisición que se guardan, y se pueden acariciar en Alicante y aquí no. Desantes, primer ordenanza de Don Biblio, estuvo a punto de no adquirir este libro inquisitorial cuando lo encontró, impresionado por el sufrimiento que reflejaba en sus páginas, de tantos y tantos torturados, encarcelados y quemados por la Inquisición. Una pregunta, del primer ordenanza de Don Biblio,  salvó que ese libro pueda acariciarse hoy junto a otros libros felices. ¿Qué culpa tiene el libro de las cosas que han hecho los hombres y cuentan sus páginas? Beatorum livrorum bibliotheca, un tesoro en Alicante al que este monasterio no le llega ni al tobillo a pesar del esfuerzo del prior.

Los hombres y sus conductas. Ahí está siempre  la clave de tanto lío y tanto problema  como nos rodea y nos agobia. Siempre con los mismos elementos integrantes: sexo, poder, odio, dinero, amor… Busquen en los mil jaleos y delitos y crímenes de todo tipo y encontraran lo mismo en todos ellos. De la política ya ni hablo porque sigo sin entender cómo puede depender el gobierno de un estado, la gobernabilidad y la estabilidad de un país – el nuestro- del voto de quienes quieren cargárselo. Me acuerdo de todos los nombres y los he oído en los distintos informativos: No nos interesa España, nos interesa Cataluña o Euskadi. Y nos apoyamos en esos como tabla de salvación. No lo entiendo.

Me han llamado varias veces de un programa televisivo por mi condición de experto – dicen- en delitos, delincuentes y situaciones límite y carcelarias. Cuarenta años de trullo me avalan.

Me preguntan por un preso que, al parecer, se ha autodeterminado como mujer y ha dejado embarazada a una ídem en Fontcalent. ¿Qué esperaban? Yo fui de los primeros que, en el año 90, puse a internas a trabajar en la cocina de Nanclares. ¡Este director está loco! ¡Las van a violar a todas! – decían los ultramontanos- Y no violaron a ninguna. ¿Volvemos a la segregación como en los colegios de curas de mi época, que no vi a una mujer de cerca hasta el COU? En las cárceles hay mujeres – menos- y hombres  – muchos más- y hay actividades en común en clases, talleres y deportes. Surgen noviazgos y relaciones como hongos, pero yo, en cuarenta años jamás he oído ni visto ni recibido denuncia de ninguna relación forzada. Otra cosa es el dislate legislativo que ha organizado la señora Montero: el sí es sí; llamar al gran Código de Belloch, redactado por Tomás Vives, Juan Luis Ibarra y David Beltrán – grandísimos juristas- , el código de la manada; montar un engendro por el que yo voy al registro, digo que me siento mujer y me cambian de sexo sin un examen médico siquiera… Con ese dislate, un individuo con atributos masculinos no puede estar  en un módulo de mujeres porque es una fuente de conflictos desde la mañana hasta la noche. Y no los sufre la Montero sino los que están allí en el ajo.

El sexo  – pulsión esencial en el ser humano, lean cualquiera de mis muchos artículos, por ejemplo, los timos a los abuelos y las andanzas de Genaro y Julisdeisis, en los que la pulsión sexual es la clave- es motor, fuente de literatura, de poesía, de arte, de disfrute, de represión  (los curas de mi colegio) y de problemas. Tendría para una enciclopedia con asuntos escabrosos en las cárceles, pero mi literatura – exitosa, que se jodan los envidiosos, pregunten a Gregori Kerrigan de Alrevés- va por otro lado.

Cuento un par de cosas: En una cárcel remota – no diré cual por aquello de la privacidad- hace muchos años, un señor al que le había crecido algo el pecho porque venía de la calle con  hormonas pinchadas, me dice. Usted me llama Joaquín Gabarre y me tiene que llamar Amapola que es mi nombre porque yo soy una mujer. Aún Montero ni siquiera había acabado el bachiller, menos mal.

Pedí informe al subdirector médico y me dijo que se llamaba Joaquín – eso ponía su expediente- y que era un hombre. Señor Gabarre, le dije, jamás he llamado a un interno usando ningún mote: el tigre, el pantera, el toro…. Un zoológico, vamos, que más que un médico requeriría un veterinario como mi suegro Don Justo. Llamo a todos por su nombre y apellidos y a usted le llamaré Gabarre hasta que un documento del registro civil me diga que su nombre es otro. Me informan los funcionarios – los bujarrones, nombre que muchos usan indebidamente, abundan en esos sitios- de que Gabarre se prostituye en el patio y se está haciendo rico, porque cobra los servicios orales en paquetes de tabaco americano y tiene más Marlboros en su celda que el almacén del economato.

No soy nada timorato – pese a la represión del nacional catolicismo de los curas-, no soy homosexual ni homófobo, soy de la opinión de que cada uno se acueste con quien quiera limitado solo por los preceptos del código penal. No obstante esto en una institución total como es la cárcel, cerrada, con relaciones impuestas en los lugares comunes, el sexo ocasiona un plus de problemas a los que ya ocasiona en la calle.

Saco a Gabarre del módulo y ya tengo la denuncia por vulnerar no sé qué derechos. Las mil y una denuncias que he sufrido  – salvo la de un grupúsculo mafioso felizmente extinguido- se han archivado todas en un par de días. ¿Problemas? Ninguno. Gajes del oficio.

Una interna, paisana mía de un pueblo cercano a Huétor, ejercía la prostitución y acabó en prisión. Me puse en plan confesor – no solicitante- y le dije: hija, por ahí vas mal. Te voy a apuntar a un curso de electricidad, que es un oficio muy demandado, y podrás sacar adelante a tus hijos y a tu familia sin necesidad de andar vagando por las esquinas y soportando a babosos. Entra la chica en el curso de electricista y… se queda embarazada. El profesor – se llevó gran bronca-   estaba mirando al palomo  y mi paisana echando polvos debajo de la mesa de clase.

¡Ayyy señor, llévame pronto! El problema fue  – insisto en las actividades en común que generan idénticas situaciones en todos los sitios, cárceles, institutos, oficinas, hospitales, iglesias, centros de trabajo o de ocio….- que había tres candidatos a padres de la criatura. Cargó con el chiquillo, un chico joven al que luego me volví a encontrar dos o tres cárceles después. Le pasaba lo mismo que al de un bar en el que tomo café a veces. Pone un cartel en la ventana: “Cerrado por paternidad”. Y un vecino añade: Pepe, abre que el niño no es tuyo. Me contaron las malas lenguas, cuando ya no procedía ni yo tenía capacidad de acción – lo mismo que ahora, imposibilitado para casi todo menos para los rezos frailunos y el gregoriano de este monasterio- que el padre de la criatura era un moro iraní que ya andaba empezando a dar la lata con la guerra santa de Muhammad.

 Me piden algo también sobre ese chico que se ha buscado la ruina – y a toda su familia- en Tailandia. Me remito a lo único sabio y sensato que he leído en estos días: Javier Nistal escribe sobre El previsible futuro penitenciario si es condenado. Canela en rama. Este hombre sí que sabe.

Manuel Avilés

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