Apesta a podrido

CONDECORACIONES, MEDALLAS
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Uno de los mayores y mejores principios aprendidos en el periodo de formación como agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado —FCSE—, es la facultad de no cumplir órdenes ilegales. Es decir, al menos desde la democracia —antes desconozco con certeza si eso era posible—, resulta recomendable no seguir los términos tan españoles «aquí mandan mis ‘güevos’», «soy Dios», «esto se hace sí o sí». En caso de duda, «no es obligatorio cumplir órdenes que vayan contra la ley», ya que, de realizar alguna labor ilícita, te van a dar un sartenazo con todo el peso de la ley; esa legislación que aplican poco o nada a los delincuentes.

Los servicios discretos constituyen un pilar fundamental para el mando: dotar de información, la mejor información, para tomar decisiones. ¿Cómo se llega ahí? A través del «Ciclo de Inteligencia»: dirección, obtención, elaboración (valoración, análisis, integración e interpretación) y difusión. En consonancia con la legislación vigente, respetando «no cruzar la raya», nos diferenciamos de terroristas y otros delincuentes.

Nuestros servicios son buenos, extraordinarios, los mejores del mundo; una opinión parcial cuando se ha estado dentro de ellos y realidad, en base al prestigio alcanzado fuera de nuestras fronteras. Válidos, ambos casos. Sin embargo, cuando se mezclan con favores de esa gentuza que vive de la política… ahí, justo ahí, se suelen realizar cagadas monumentales.

En España, como en cualquier parte de este mundo, la historia se repite, el hombre tropieza dos veces con la misma piedra y consigue llenarse de mierda hasta el cuello con mucha facilidad y frecuencia. Los agentes somos humanos y frágiles. Especialmente cuando los ascensos, destinos, futuro y emolumento recibido dependen de la «vía digital» en el «dedito» del político.

Esos políticos, de altas esferas y bajas intenciones, sin darle demasiada importancia, especialmente porque conocen la sensibilidad de los datos a obtener, pueden pedir cuestiones más o menos simples. El titular de una matrícula de un vehículo, el propietario de un inmueble, si una criatura ha sido «buena y temerosa de la ley», respetando todos y cada uno de los preceptos; algo así como aquello de «ser una persona de bien».

La clase política, formada por tiparracos que basan su evolución y supervivencia en apuñalar a otros, a aquellos cuya sonrisa vieron el día anterior y cuya mano acarició su espalda. Bodas, bautizos, comuniones, entierros y convenciones donde se hermanaron «de por vida», hasta que esta se acabó. La codicia, el gusto por el dinero ajeno, más aún si se gana con «el sudor del tipo de enfrente»; momento «de partir peras». Unos para un lado, otros para otro y encontrar las presuntas evidencias de incriminar o salvar el cuello al jefe, se convierte en el principal problema.

Tanto pedir y obtener, a cambio de pequeños favores sin importancia o con ella si fuere preciso, se les va de las manos. La pinza se suelta, desboca, corre por la calle para llegar al fondo de una cloaca. Allí abajo, en la ciénaga, donde todo es oscuro, opaco, «por un lado está el corazón y por otro la cartera». Llega la necesidad de información; como todo aquello de «hoy por ti, mañana por mí»; el famoso y más que popular «no pasa nada, seguro que es legal y no nos pillan».

La operación comienza con una orden difusa, sin mucho sentido ni importancia. Los agentes de base —la gloriosa escala básica, infantería de toda la vida—, suelen gastar suela como si no costara; ponen lo mejor de sí para conseguir el éxito de la misión. Ahora bien, la misión es una mierda: favores y traiciones en la política. En el lado del mal, en cuanto a la especie humana, hay gente mala, pésima, peor y se llevan la palma los compañeros de partido.

¿Quién de ellos será el «stopper»? ¿Quién de ellos sujetará la alfombra mientras se ocultan hechos, autores, resultados y servirá para pechar con las consecuencias de la cagada si la operación se descubre? Ya en tiempos pretéritos, la «X» de la incógnita quedó en el aire, en suspenso. Si bien todo el mundo sospechaba del número 1, nadie  puso el cascabel al gato ni se atrevió a enjuiciar su más que presunta responsabilidad. «Normal, era Dios», decían años después.

La historia se ha repetido, aunque en distintos lares. Un puñado de policías señalados por su participación en un hecho presuntamente delictivo muy importante en este hermoso país llamado España. Las altas instancias tienen bajo sospecha su responsabilidad en los hechos. Y, como hace años, nadie que conozca este mundo se encuentra convencido de la inocencia del «chef», mientras los cocineros elaboraron una receta, que apesta a podrido.

La Justicia, ¿dará la razón que tienen los inocentes, si los hubiere, y castigará a aquellos que cruzaron la línea, se lucraron con el «negociete» y ordenaron la operación? Veremos alguna palmada en la espalda, cuan puñal puñalero de arriba hacia abajo. La historia, se repite.

Un artículo de Alonso Holguín F.J. para h50 Digital 

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