Somos nuestro peor enemigo

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Columna de Olga Maeso para h50 Digital

Puede que el título te parezca algo exagerado, pero si me acompañas durante todo este recorrido entre palabras, estoy convencida de que descubrirás que se ajusta bastante bien a la realidad.

Si miramos la historia, los profesionales del propio sector siempre hemos sido los más reticentes al cambio, a la mejora… en definitiva, a la evolución, y todo ello ha conllevado, en ocasiones, efectos dramáticos. Cada uno de nosotros somos el resultado de una educación donde no se nos enseña a pensar por nosotros mismos, solo a memorizar. Nos enseñan a que tenemos que aceptar lo preestablecido y que debemos rechazar lo diferente, y eso es justo lo que hacemos. Nos marcan y nos dicen que debemos seguir el “abc” y no te explican que también existen otras alternativas: puede que haya una nueva opción, la “d”, que todavía está por descubrir y quizás esa opción “d” la vayáis a crear alguno de los que ahora mismo estáis leyendo este artículo.

No somos culpables de cómo pensamos, ni cómo actuamos… lo hacemos de acorde con lo que nos han enseñado. Ser y pensar así no conllevaría ningún problema si nuestra actitud no afectara a nadie pero, desgraciadamente, tanto lo que pensamos como nuestros comportamientos repercuten en los demás. Lo cierto es que la historia se sigue repitiendo año tras año y espero que las palabras de este artículo sirvan para reflexionar sobre aquellos futuros comportamientos ante los nuevos cambios o las nuevas propuestas.

En el año 1847, el doctor Ignaz Semmelweis con tan solo 30 años, ante las muertes constantes debido a la fiebre puerperal que afectaba a las parturientas, empezó a indagar los motivos de su propagación. Se dio cuenta de que los médicos y los estudiantes de medicina, tras analizar un cadáver de fiebre puerperal, iban a visitar y a tratar a otras parturientas sin haberse lavado previamente las manos, y eso hacía que fueran los propios médicos y estudiantes quienes transportaran y contagiaran a las parturientas sanas. En aquella época la fiebre puerperal ocasionaba la muerte de la parturienta después del parto.

Semmelweis compartió con sus colegas sus descubrimientos y les propuso lavarse las manos con una solución de cal clorada antes de atender a las parturientas para evitar propagarles la fiebre. Sus colegas le tildaron de loco y charlatán y prosiguieron utilizando la misma metodología de siempre.

Es entendible que a un profesional que se dedica a salvar vidas, cuando un compañero más joven y con menos experiencia le comenta la posibilidad de una cierta responsabilidad ante la propagación de la enfermedad, la idea genere al inicio cierto rechazo, pero el hecho de negarse ante esa posibilidad supuso muchas vidas. Se calcula que en aquella época, 700 mujeres al año murieron a causa de esta enfermedad.

En el año 1865, el doctor Semmelweis, falleció de una infección provocada por la fiebre puerperal tras analizar un cadáver. Cuenta la leyenda que con el mismo bisturí que había utilizado para abrir el cadáver, se provocó una herida, contagiándose él mismo de fiebre puerperal, y poder así demostrar su teoría. El mismo año de su muerte, otros médicos comprobaron que la teoría de Semmelweis era válida: desinfectarse las manos antes de tratar a las parturientas, evitaba muchas muertes. Ahora, al doctor Semmelweis se le conoce como “el salvador de madres”, pero este reconocimiento nunca lo obtuvo en vida.

A fecha de hoy, aunque disponemos de más información, seguimos reaccionando de la misma manera y se siguen produciendo casos similares. Hace unos meses estaba leyendo el libro del doctor Amen, un psiquiatra que después de tratar durante años con medicación y sin demasiado éxito a sus pacientes, decidió buscar nuevas maneras de terapia.

El doctor Amen se juntó con un amigo suyo que se dedicaba a escanear el cerebro y ambos combinaron la información verbal que recibían de sus pacientes con el escaneo cerebral. Esta práctica le permitió descubrir cómo funcionaba el cerebro y la posible existencia de algún área cerebral afectada. Gracias a esta nueva praxis, supo qué parte del cerebro debía tratar, obteniendo unos resultados muy satisfactorios por parte de sus pacientes.

Amen, en un acto de generosidad, quiso compartir sus descubrimientos con el resto de sus colegas por medio de una convención. “Actualmente somos los únicos que seguimos medicando no por lo que vemos, sino por lo que nos dice el paciente”. ¿Cómo creéis que reaccionaron sus colegas? Lamentablemente, de la misma manera que en el caso del doctor Semmelwies: tildándolo de loco y obviando sus recomendaciones.

Actualmente en la policía actuamos de la misma manera que el resto de profesionales: ante lo “nuevo”, lo “desconocido”, manifestamos un rechazo enérgico.

Aparece el uso por parte de los cuerpos policiales de las nuevas herramientas de comunicación como TikTok o cualquier otra que permite comunicarnos y llegar a los más jóvenes, pero al tratarse de algo diferente a lo que estamos acostumbrados, lo criticamos ferozmente. No damos tiempo a ver si la idea es buena o mala, simplemente la rechazamos tajantemente y, si además lo hablamos entre los compañeros y todos coincidimos —suele suceder—, ya pensamos que la razón está de nuestra parte.

¿Cuándo cambiaremos de opinión al respecto?

Probablemente si nos encontramos a cualquier persona joven que nos diga que, gracias a haber un visto un vídeo de TikTok, no ha caído en una estafa. Será entonces, solo entonces, cuando empecemos a pensar que quizás esta red social no está tan mal.

Tenemos que ser conscientes de que ejercemos una profesión donde al igual que la de los médicos, el hacer o no hacer permitirá salvar o no salvar vidas. Conocemos la importancia de la prevención y para prevenir hay que tener y dar información al ciudadano. Poder llegar a los más jóvenes por medio de contenidos que les generen interés es una herramienta que no debemos desaprovechar.

Probablemente después de leer el artículo no habré logrado cambiar muchas opiniones. Como dijo Albert Einstein “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, pero me contento si con él he logrado que al menos reflexionemos ante los nuevos cambios y que no nos cerremos en banda, que utilicemos frases del tipo “yo no lo haría así, pero veamos con el tiempo si es efectivo”.

Cuando estemos tomando café con nuestros compañeros, nunca sabremos realmente qué piensa cada uno de ellos ni lo que ellos pueden aportar al colectivo: Pero si nuestros compañeros percibieran cierto rechazo ante sus nuevos pensamientos/acciones, jamás se atreverán a compartir sus nuevas ideas con los demás, y preferirán ser queridos y apreciados por el grupo antes que recibir el desprecio del colectivo.

Si el doctor Semmelweis hubiese contado con la ayuda de sus compañeros, cientos de vidas se habrían salvado.

Si el doctor Amen hubiese contado con el apoyo y ayuda de sus compañeros, nos hubiésemos beneficiado de diagnósticos y tratamientos más precisos.

Si nosotros, en vez de criticar las nuevas ideas de la policía, nos sumamos para aportar las nuestras, habrá una sociedad más segura y probablemente salvaremos más vidas. Para el progreso y la mejora necesitamos más personas con nuevas visiones y que todos nos esmeremos por abrir nuestras mentes y no desechar nada hasta comprobarlo.

Como dijo un sacerdote que se ha modernizado y tiene su canal en Instagram: “hay diferentes maneras de hacer las cosas, y si otro las hace de una manera diferente a las mías, no significa que por ello estén mal hechas”.

“Gracias por leerme”. Enlace de Olga Maeso.

Olga Maeso
Próximo artículo: “Reserva de plazas para mujeres”.

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