Siete años sin ti: “Nuestras últimas horas”

In memoriam de Francisco Javier Ortega Del Real

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Martes 30 de diciembre de 2014, el reloj marca alrededor de las 20:30 horas, es invierno desde hace nueve días y se nota el frío en el rostro, así como en el cuerpo. El año laboral se puede dar por concluido, y con él su dichosa estadística; los compañeros de la Brigada Móvil – Policía en el Transporte – indicativos Trébol, se cambian en los vetustos vestuarios de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, sita en la calle de Francos Rodríguez de Madrid, sin ser conscientes de que algunos de ellos se van a desear un feliz año y desgraciadamente no se van a volver a ver nunca más.

Una vez listos y cambiados de ropa, se esperan entre ellos, suben los cuatro tramos de escaleras que separan los vestuarios del hall principal y salen por las dos puertas casi siempre abiertas de par en par, salvo en esta época del año, de la Dependencia; bajan las escaleras que dan al distribuidor del aparcamiento principal y una vez allí, a la entrada o a la salida de la Comisaría, según se mire, se quedan unos breves instantes parados. Alguien de los allí presentes dice, – ¿Y si nos vamos a tomar la última del año y brindamos por el que viene? ¿Os hace?

Y así fue. Alguien preguntó ¿A qué bar nos vamos?, pues a estas horas – respondió otro – podríamos ir al Frisbee, que tiene terraza y se está de un fresquito del carajo. – dijo un compañero en tono socarrón.

Todos le rieron las gracias, el rumbo pues, estaba claro, pero no lo de la terraza, evidentemente.

Allí se juntaron en dos mesas varios componentes del indicativo Trébol, no todos del mismo grupo, pero no había problema alguno, entre todos ellos había buen rollo. Así pues, los presentes, que eran seis (omitiré sus nombres por seguridad) estaban dispuestos a tomar algo y brindar por el porvenir.

Aún recuerdo perfectamente lo último que te pediste con tus compañeros, una Coca-Cola, no quisiste tomarte nada con alcohol por si te paraban “los del Betis” de camino a Navarredondilla, donde tantos días felices pasabas y disfrutabas con tu abuelo, tu hermana, tu novia y tu familia.

Una compañera, allí presente con vosotros, se tomó una Coca-Cola contigo, el resto de tus amigos, se decantaron por una Heineken, todos alzasteis los vidrios, chocándolos entre sí, deseándoos lo mejor, y después bebisteis.

Después como siempre hablasteis de nimiedades, boberías y anécdotas durante el servicio que os habían pasado y echasteis unas buenas risas. Recuerdo que dijiste – me tengo que ir señores – con esa voz tan nasal tuya. Intentaron engatusarte con otra Coca-Cola, pero tenías claro el rumbo que debías tomar; ir al pueblo, y no querías retardar más tu partida, porque en uno de tus últimos viajes habías tenido un percance con un animal salvaje, no recuerdo bien si dijiste un ciervo/venado/corzo y no querías ni más sustos, ni más dispendios en la reparación. Además, pudiera ser probable que se estuvieran formando placas de hielo en la calzada, si lo demorabas más, y no había necesidad.

Chocaste la mano a todos y cada uno de los allí presentes, diste dos besos a la compañera y nos dijiste adiós. ¡Buen viaje y feliz año! – te dijeron el resto de los presentes – y saliste en busca de tu vehículo para emprender el sin tú saberlo, y desgraciadamente, el penúltimo viaje rumbo al pueblo de tu vida.

El día 31 de diciembre, en el grupo de WhatsApp de trabajo, también os despedisteis y os deseasteis feliz año, continuando las bromas y el cachondeo general, que continuó hasta el día 1 de enero del 2015.

Al siguiente día, algunos de tus compañeros y tú tuvisteis que volver a trabajar, puesto que en función del permiso de Navidad que se hubiera escogido, eso implicaba trabajar los primeros días del año, o no.

Ese día, 2 de enero de 2015 algunos de tus compañeros trabajaban en Avenida América, y no los viste, puesto que tenían un horario diferente al tuyo, y a ti ese día, las moiras del destino, te habían asignado la C-5 de cercanías con tu compañero.

Nos relataron que te habías ido a desayunar con tu binomio y otros compañeros de la Brigada Móvil – Policía en el transporte (un compañero y una compañera) en las inmediaciones de Atocha. Lamentablemente sería tu último desayuno, después emprendiste el rumbo a un día, que desde luego había nacido ya de por sí convulso, puesto que se habían producido ya por entonces, cuatro terremotos de relativa intensidad en la Comunidad Valenciana y además, justo esa mañana, se produciría el desalojo de la estación de Atocha, dado que un ciudadano de origen magrebí, Jamal Herradi, al grito de ¡Alá es grande! paró un tren de cercanías accionando el freno de emergencia, a quinientos metros de Atocha, amenazando con suicidarse/inmolarse detonando un presunto explosivo que portaba en su mochila.

La situación creó la misma situación de histeria, pánico y terror que se vivió aquella mañana de marzo de 2004, en la citada estación, produciéndose en ella el mayor atentado islamista en España y Europa hasta la fecha.

Tú, junto con tu binomio y los otros compañeros con los que desayunaste colaborasteis en el desalojo de la estación. Una vez vuelta la calma, emprendisteis el camino final. Tu último servicio como Policía Nacional.

Pasasteis por los tornos de acceso del hall principal de Atocha, introduciendo la tarjeta trimestral que facilitaba RENFE a los Policías de la Brigada Móvil – Policía en el Transporte, para trabajar en los Cercanías, y os dirigisteis hacia las escaleras automáticas de la derecha, que llevan a la línea C-5 Móstoles – El Soto.

Era ya cerca de medio día y el servicio para ser el primer día del año estaba siendo de lo más movido tras el desalojo de la estación. Una vez en el andén, esperasteis los dos minutos que indicaba el luminoso hasta la llegada del tren. Cuando llegó, se abrieron las puertas, entrasteis dentro y tras el pitido de rigor, las mismas se cerraron automáticamente. El tren emprendió el trayecto hasta vuestra siguiente parada, Embajadores, a escasos tres minutos en cercanías desde Atocha.

Una vez os apeasteis del tren, observasteis el andén, todo se encontraba en calma, así que decidisteis subir al recibidor de la estación (si no conocen la estación les indicaré que la misma, al compartirse con metro, posee unos halls muy espaciosos y varios pasillos intermedios hasta llegar a los tornos de acceso/salida).

Las moiras del destino quisieron poner en tu camino a un ser despreciable, Ali Raba Yode, ese hijo de la grandísima […] que se encontraba discutiendo e increpando a unos vigilantes de seguridad tras haber sido pillado saltándose los tornos y negándose a pagar el correspondiente billete. Justo, casualidades del sino, aparecisteis vosotros para acabar de alterarle aún más, sin siquiera haber hecho nada.

Según os vio, por su trastornada cabeza se le pasó volver a acometer lo mismo que meses atrás le había salido mal con otro policía; acabar con vosotros, asesinaros.

La situación acabó derivando en que entre los Vigilantes de Seguridad y vosotros, que intentabais serenarle para identificarle, comprobar quién era, qué antecedentes tenía si los tenía, y por qué actuaba así, con el simple objetivo de resolver de manera satisfactoria la situación para todas las partes implicadas.

Como quizá ustedes no sepan, en esa estación el equipo de transmisiones -pocket-, tan abajo no tiene cobertura, así que pasaron el filiado por su teléfono móvil particular a la Sala Titán.

Todo ello sin ser conscientes de que os habíais acercado demasiado al andén. La gente que se encontraba en la plataforma os miraba expectantes, sacando sus teléfonos móviles para grabar la escena, – pero ayudar a la policía, eso ya queda para otra realidad u otro mundo ideal; el bellaco os profería todo tipo de insultos y se negaba y resistía a obedeceros, así como a seguir vuestras indicaciones.

Después de todo lo relatado, llegó la tragedia. En un forcejeo, te asió con fuerza y tiró de ti a las vías justo cuando hacía su entrada en la estación el tren de cercanías. La desgracia había ocurrido.

Varios minutos después, no lejos de allí, tus otros compañeros de grupo que estaban trabajando en Avenida América, volvían de las dársenas de los autobuses, ajenos a lo que había sucedido. Uno de los tres sacó el teléfono y observó que el grupo de trabajo del WhatsApp tenía actividad, y se pudo leer – ¿Qué ha pasado en el Cercanías de Embajadores? – El resto del equipo de trabajo sacó su terminal para ver quiénes estaban en esa ruta, la C-5, comprobando que estabais tú y tu compañero en la misma.

El grupo empezó a arder a mensajes del tipo – ¿Qué ha pasado? -, era la ruta que cubría el Grupo 2, estaba asignada así. Incluso gente que estaba de permiso de Navidad inquiría sobre lo acaecido.

Recuerdo como aquella mañana vuestra querida y añorada compañera canaria, no dudó en llamaros al teléfono móvil a vosotros dos, para indagar sobre lo ocurrido. No llamó una ni dos veces, sino varias. La escena en Embajadores tuvo que ser dantesca, los teléfonos de los dos daban tono.

De repente, alguien en el grupo puso: “Ha muerto Ortega”.

Se os hizo un nudo en el estómago, creísteis que era broma y cogisteis el teléfono para llamar a la Sala Titán incrédulos por lo que se decía en el grupo de WhatsApp. Al tercer tono contestaron desde el otro lado de la línea: -Sala Titán ¡Buenos días! – Les dijisteis: “hola ¡buenos días! Mira somos el indicativo Trébol en Avenida América, perdona que te haga una pregunta, ¿Es cierto lo que nos dicen que ha pasado en Embajadores?”

Fueron los cinco segundos más largos de vuestras vidas, todos ahí arremolinados al lado del compañero que había llamado, con el altavoz puesto, esperando cualquier cosa de respuesta, pero al oficial que estaba al otro lado, se le entrecortó hasta la voz, para confirmar con estas palabras lo sucedido: “Lo siento mucho”.

No dijo nada más, no dijisteis nada más, se produjo un silencio incómodo, alguien de los dos tuvo que colgar, seguramente el operador de Sala, erais incapaces de musitar palabra alguna.

De los tres allí presentes en Avenida América, con la cara desencajada, uno se sentó en el suelo apoyado en la pared, atónito. Otro lloró en soledad, y la compañera no daba crédito a lo que le acababan de confirmar y empezó a dar vueltas alrededor del quiosco del intercambiador, con un pañuelo en la mano y lágrimas en los ojos. No se dijeron nada durante mucho tiempo.

Intentando asimilar lo sucedido, alguien en el grupo de WhatsApp mandó un pantallazo diciendo: “la última vez que escribió en el grupo”, y eran dos frases, unas risas por un lado y por otro opinando sobre un comentario que había hecho un compañero.

Mucho tiempo después, o al menos así se lo pareció a los policías aquel día, los jefes decidieron levantar el servicio para todos los indicativos de la Brigada Móvil, y la gente se fue trasladando a la Comisaría General de Seguridad Ciudadana.

Todos los que trabajaron ese día se fueron reuniendo en la segunda planta, al lado de dónde se encuentran las oficinas de la J.U.E., en la Sala de informática que había arriba por entonces. Iban llegando los compañeros y os abrazabais rompiendo a llorar, muchos sin consuelo. Llegaron los compañeros que desayunaron contigo, la cara desencajada y llorasteis juntos otra vez. Todos incrédulos, pensando que era un mal sueño, otros repetían que no podía ser.

Pasada la hora de comer, aunque nadie comió, porque no tenían ni cuerpo ni estómago, se os informó que el sepelio tendría lugar en Canillas, que iba a acudir el Director General de la Policía, el por entonces Ministro del Interior, hizo otro feo más a la institución y a ti, y ni se dignó en aparecer, aunque acudiera a la estación al poco de suceder todo.

En relación con lo anterior, un superior jerárquico, nos sugirió, mediante llamadas telefónicas, que deberíamos ir todos al acto, con el traje de gala. Desconocíais si la idea era suya o de más arriba, pero fue la única vez que todos, a pesar de la solemnidad del hecho en sí, les dijisteis, con otras palabras, que no estabais para trajes de gala ni ostias, a lo que añadió que os atuvierais a las consecuencias. Así pues, allí os fuisteis presentando en Canillas, con vuestras mejores y más solemnes galas, pero eso sí, en ropa de calle.

Después, por la tarde, te encontramos a ti compañero y amigo. Tú que viviste en primera persona lo sucedido, en la entrada principal al complejo policial de Canillas por la calle Julián González Segador, te abrazamos, ibas con tu pareja de entonces, el gesto desencajado, el semblante pálido y la mirada perdida. Y ya empezaron las lágrimas que no cesarían durante todo lo que restaba de tarde.

Entraron contigo los tres que allí estabais en ese momento, y os encaminasteis al edificio multiusos donde se encontraba la capilla ardiente. El féretro estaba cerrado cubierto con una bandera de España, al fondo dos banderas nacionales más en su pedestal con crespones, y unas velas alrededor tuyo.

Hicisteis el recorrido que tenían estipulado, dando el pésame a los familiares, amigos y novia tuyos. Sin embargo, al llegar a tu querido y añorado abuelo, de quien tanto nos habías hablado, quien te había criado en ausencia de tu madre, sus historias, su bastón… las lágrimas asaltaron los ojos de más de uno, y solo fueron capaces de darle la mano y decir llorando como magdalenas, – “lo siento mucho, lo siento muchísimo” – él también lloró.

Al verle con esa cachaba que tan bien habías descrito en infinidad de viajes y comisiones, cuando pasasteis a su lado, y pesar de que el bastón era firme, rígido, consistente y le sujetaba el porte mientras con su mano diestra os estrechaba la vuestra a la vez que le dabais el pésame; la otra mano le ayudaba a mantenerse en pie, sujetando ese bastón erguido aún, pero muy débil y quebrado por dentro, como el olmo viejo de Machado. Frágil, endeble ante una nueva embestida de la vida.

Después, os dirigieron a la Sala más grande del Edificio Multiusos, dónde trasladarían tus restos. Los que iban con ropa de civil, a pesar de ser de tu grupo de trabajo, así como a otros, os colocaron arriba, en la zona del gallinero. Por allí, y antes de entrar al auditorio, apareció el Director General de la Policía, D. Ignacio Cosidó, que sí tuvo la deferencia de saludar uno por uno y dar el pésame individualmente a todos, por el fatal desenlace de esa mañana y la pérdida de vuestro compañero y amigo.

Tras lo anterior, se produjo el acto solemne, la misa y la entrega de la Medalla de Oro al Mérito Policial. Días más tarde también te reconocería, concedería, y entregaría el Ayuntamiento de Madrid, otra medalla; la máxima distinción de la Policía Municipal a ti también amigo.

Hubo muchas lágrimas en ese acto, se pudo ver llegar a tu abuelo, para ponerse en primera fila, con el bastón que le sujetaba, pero quebrado por dentro como su vida misma, al verte allí; a tu hermana llorar desconsolada, a tu novia destrozada, fue uno de los momentos más dolorosos jamás vividos.

Varios de tus amigos y compañeros, con el traje de gala, te estuvieron velando toda la noche.                 

A la mañana siguiente saliste en hombros de Canillas, el vestíbulo abarrotado, la entrada repleta de Policías, Guardias Civiles y Policías Municipales que rompieron a aplaudir al salir el féretro que te portaba camino del coche fúnebre, en el que desgraciadamente harías tu último viaje a Navarredondilla, para reunirte con tu amada madre.

Fuiste llevado con todos los honores, con la Policía Municipal abriéndote paso para tomar rumbo a tu pueblo y después haciendo lo mismo la Guardia Civil.

En el pueblo en el que creciste como persona y hombre, hubo una misa íntima a la que volvieron a acudir muchos de tus compañeros, para despedirse una última vez. La Iglesia de Santiago Apóstol de tu pueblo se volvió a llenar de ramos de flores como antes había sucedido en Canillas, y ahí sí hiciste el último trayecto de tu vida, de la Iglesia de tu pueblo, al camposanto, aplaudido, vitoreado y llorado a partes iguales, para descansar eternamente.

El día cinco de enero, día de Reyes, se dispuso en la que fue y será siempre tu casa, la C.G.S.C. de Francos Rodríguez, al igual que en el resto de Las Comisarías de España, cinco minutos de silencio. A ese evento acudió tu hermana. Entre todos la acompañaron, la abrazaron e intentaron dar consuelo, pero fue muy difícil. Una vez llegados a la puerta de la Comisaría, a las once de la mañana se guardó riguroso silencio.

La última vez que nos vimos, fue un 26 de julio de 2020, fui a verte a tu pueblo, donde descansas desde hace ya tanto tiempo, y no pude reprimir unas lágrimas al ver tu lápida, en la que había unas flores y dónde dejé un ramo de parte de todos los que fuimos tus compañeros de la Brigada Móvil. También había una especie de cuenco que contenía un coche patrulla de la policía nacional que alguien te había dejado. Eso ya fue demasiado y rompí a llorar en la soledad del Camposanto. Limpié un poco la lápida del polvo del estío que el viento había depositado sobre la misma, y te hablé un poco de las novedades de todos los que habían sido tus compañeros de trabajo.

Antes de despedirme de ti, hasta la próxima vez, te repetí la frase de tu lápida…; Un buen policía, mejor persona, a la que yo te añadí: además excelente compañero y amigo.

Me gustaría despedirte, con unos versos de un poema de Miguel Hernández, que se titula: “Elegía a Ramón Sijé.” 

Es probable que quizá muchos de ustedes, no conozcan, pero siempre que lo he leído, me ha evocado a él, y a su recuerdo.

Y dice así:
A las aladas almas de las rosas…
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Hace ya tiempo que estás en casa con todos los demás Ángeles Custodios que nos cuidáis desde allí arriba, y sólo os pido que nos sigáis protegiendo y velando hasta que nos llegue el momento de reunirnos de nuevo.

Volveremos a vernos amigo, pero aún no, aún no.
Autor: Alberto Crespo González para h50 Digital Policial

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