Los escritores me salvan

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Mal que le pese a algunos  – juntaletras, tuercebotas, encefalogramas planos, rellenadores sosos de cuartillas, gentes que jamás hicieron pública una idea propia-, mal que les pese a esos  – noten que voluntariamente no utilizo esa gilipollez que ahora llaman lenguaje inclusivo: esos, esas, eses- los escritores me salvan y eso incluye a algunas mujeres excelsas, con cabeza privilegiada, que hacen que uno vuelva a creer en el género humano y su quehacer por la cultura, mujeres que no necesitan un día porque todos los días son suyos. Luego haré referencia a más de una sin el menor ánimo feminazi, feminoide, feminero, feminusco: mujeres de inteligencia privilegiada, de pluma suelta y de una delicadeza suave y contundente que te obliga a confesarte  – por pecar contra la castidad, contra  la decencia y alimentar de manera malsana la propia envidia- al leer lo que escriben.

Me salvan de tirarme con la moto debajo del primer camión con que me encuentre en la carretera cuando contemplo el desastre que andan preparando estos pegados al sillón y dispuestos a vender a su mismísima madre, si fuese necesario, para conservarlo.

El turbio asunto Koldo-Ábalos ya me está pareciendo, casi, una cortina de humo porque unos cuantos millones de euros  –  presuntamente, sigamos creyendo, a pesar de todo en uno de los principios esenciales del Derecho- uso cuantos millones de euros, unos trapicheos en embajadas y un poco calderilla no valen casi nada en comparación con el desguace del Estado de Derecho.

Estoy cada día más convencido  – yo he sido de izquierdas toda mi vida. No he votado jamás a Aznar ni a Rajoy. He corrido delante de los grises con Franco vivo y he salido a palos de una iglesia en la que estábamos encerrados protestando por el golpe de Pinochet y los asesinatos de Allende y Víctor Jara. No vengan a darme lecciones de rojerío y a llamarme facha, quienes no han hecho ni el huevo en este rollo y viven de él como Dios. Como viven de Dios Munilla y su sacristán con todos los canónigos.

Cada día estoy más convencido, repito, de que Sánchez y su portavoz, Bolaños, piensan que somos imbéciles. Estoy convencido de que ambos, siguiendo la doctrina de Joseph Goebbels, creen que una mentira repetida mil veces se acaba convirtiendo en una verdad y todo el mundo se la cree como tal y se convence de que una rueda de molino es una hostia de las de comulgar.

Sánchez afirmó  – lo oí en dos mil setecientos dieciocho telediarios- que no cambiaría la ley de amnistía, que estaba cerrada. Estábamos todos disconformes con ella y, no obstante, lo creímos. Sabiendo que era una ley oportunista, injusta y contraria al más elemental principio de igualdad. Pues bien, Sánchez  – que me caía bien cuando se rebeló contra el viejo e instalado aparato socialista y dio la vuelta a España en su Peugeot para combatirlo- me ha recordado necesariamente a Kubati, el etarra con el que me entreviste dos docenas de veces y cuya caída del lado de la ley reventó un señor de derechas  – me insiste mi buen amigo don Juan Eslava Galán en que escriba las  memorias y, al final, tendré que hacerlo, aunque tenga que pasar los pocos años que me quedan en un módulo de Fies y sin vis a vis. Kubati, muy serio y con la cabeza bien amueblada, pero fanatizado,  aunque luego defendiera que me pegaran dos tiros donde y cuando pudieran, me dijo en la congelada y pestosa enfermería de la cárcel de Burgos: “En política, nunca jamás, quiere decir que no en los próximos die minutos”. Repasen el curriculum de Sánchez y de otros mil políticos más y verán la verdad de tal afirmación.

Dice Sánchez que no hay nada que cambiar en esa mierda de ley. Presiona Puigdemont porque le parece poco y en dos minutos está cambiada a gusto del consumidor. Ahora nos vende la moto de que es una ley para la concordia, para la convivencia, para la paz y para el bienestar en Cataluña. Maravilloso. Me llena de orgullo y satisfacción ver cómo nuestros gobernantes se preocupan por el bienestar de sus ciudadanos.

Dice Sánchez que la ley es plenamente constitucional   – bola-, no veo nada constitucional ese privilegio de una ley “ad hoc” que es fundamental y esencialmente injusta como todas las que se hacen para favorecer a un grupo privilegiado y pequeño, que tiene al gobierno cogido por su parte más dolorosa y porque depende de sus siete votos para sobrevivir.

Admitamos pulpo como animal de compañía. Admitamos que la ley cutre y salchichera es por el bien común y por la paz en Cataluña  – noten que ellos hablan de Cataluña como diferenciada de España siempre, o así lo he oído salvo que yo, además de sordo y analfabeto, sea imbécil-. Sé que algunos se sumarán rápidamente a la observación: en efecto, eres imbécil.

Si con esta ley de amnistía, impulsada, dictada, modificada milimétricamente conforme a la voluntad de Puigdemont, se consiguiera la concordia definitiva…¡Venga la ley! Pero no. Lo he vuelto a ver en mil telediarios. Son honrados, lo dicen en voz alta y sin esconderse: Esto es solo el principio  – la amnistía- ahora vamos a por la autodeterminación. Palabra mágica que he oído mil veces a los etarras en los años plomíferos.

Mientras dicen que van por la autodeterminación, cantan a coro: IN…DE… IN   DE PEN  DEN CIAAAAA.  Luego en las cárceles a cualquier preso por los delitos más variados, para darle permiso o tercer grado, le exigen que vocalice y proclame su culpabilidad, su arrepentimiento   y que no va a caer más en lo mismo. Exactamente eso  es el principio de igualdad jurídico: tratar a todo el mundo por igual,. A unos delincuentes y a otros.

Me salvan del asco los escritores. Estas mujeres que no necesitan hablar todo el tiempo del empoderamiento porque ellas son poderosas cada segundo del día y de la noche. Ana Lena con “La niña del sombrero azul” me vuelve loco con Manuela, una mujer luchadora que me enseña cada rincón del tormentoso siglo XX. Sandra Aza con el “Libelo de sangre” me revuelve las entrañas y me da clases de historia, del Madrid del siglo de oro y de la Inquisición. Ella, guapa y dulce como pocas. Anabel Escribano con “El canto del grajo” me traslada a la Mancha, tras las huellas de Don Quijote y me hace pisar las tierras duras y congeladas de el Pedernoso a la vez que el policía Villarta investiga la muerte de su padre, como si estuviese escuchando la historia de sus labios, a la lumbre de una chimenea. ¿Y Cris Echegoyen, se puede ser más inteligente y más ilustrada? Me lleva y me trae en su “Resurrecta” por las calles asoladas de la Lisboa del terremoto de principios del XVII, cuando nosotros estábamos empezando a padecer a los borbones, después de padecer a los Austrias. Miriam Rivero, escritora como nadie de relatos eróticos. Delicada e hirviente que te suelta la testosterona y las ganas de ir al infierno con ella mal que le pese a todos los obispos y curas encapotadamente lascivos. Cuando Laura Conesa te escribe: ¡Qué poca vida me has dejado!  Piel hecha jirones sobre el suelo mojado. En la nada he quedado”, uno no sabe si colgarse del primer pino con el primer cordel que encuentre o ponerle una querella a su propia madre por haberlo traído al mundo veinte años antes de la cuenta. Eugenia Sánchez da la impresión de mujer distante, fría e indiferente. Pasota y lejana. Con su mirada de miope y de estar lejos escribe: “tu lengua alcanza el perfil de las aves y yo voy contigo. Ya no se oye la acústica de los huérfanos. Ya nada nos vaciará el alma de nuevo. Susana Gabaldón, “La memoria del alma”. Arqueóloga paciente y serena que transmite quietud. Te lleva por el Egipto antiguo y, sin moverte de su sillón, te transporta a las pirámides a la vez que te enseña la Piedra Roseta, esa que ayudo a Champolion a descifrar los jeroglíficos.

Luego está Carolina Roca, esa mujer etérea que se mueve como si fuera mística, en éxtasis, elevada diez centímetros sobre el suelo. Ella no escribe, pinta. Domina la luz y el espacio. Es la virgen de Fátima y la de Lourdes juntas porque te fotografía y saca belleza donde no había nada. Escribe con sus fotografías y te ilumina mirándote. ¿Para que necesitan de pancartas ni de lemas vocingleros? Su inteligencia, su trabajo, su capacidad es poder. Me salvan del asco de la política y hacen que me odie cada día un poco mas porque con estas mujeres uno no debería llegar jamás a viejo.

Manuel Avilés

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