Hablemos de las cárceles (XIV parte)

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Tenía olvidados a mis amigos de la Policía con la historia de las cárceles que, en bastantes aspectos, es la de España. Es la vida que, muchas veces te llena de historias y no puedes abarcarlas todas a la vez.

El amor de mi vida me ha dejado. Dice que definitivamente y no sé si creerla. Es domingo por la mañana y no tengo nada que hacer. Los otros días tampoco. Me voy a desayunar con Casilda a una terraza, antes de salir con la moto a dar una vuelta cerca del mar que hay que aprovechar lo que uno tiene cerca y muchas veces no valora. Siempre me acompaña un libro y procuro que sea bueno. Michel Houellebecq. Lean todo lo que pillen de este tipo. Inmenso, aunque yo hoy no esté de acuerdo con él. “La proximidad de la nada es inhabitual”. Discrepo. Es justo lo contrario. La nada está siempre rondándonos lo que pasa es que nos empeñamos en ignorarla y hacemos como que no lo sabemos  hasta que anda pisándonos los talones.

Yo, de joven, era cristiano y comunista, ferviente seguidor de la Teología de la Liberación de Pedro Casaldáliga, Ernesto Cardenal y similares. Luego pasé a ser simplemente un tipo de izquierdas – aunque ahora algún descerebrado me llama facha como a Felipe González, a Guerra a Belloch, a García Page, a Redondo Terreros….-. Después, por la inevitable dialéctica hegeliana, pasé a ser anarquista y hoy he devenido irremediablemente nihilista porque la proximidad de la nada, contradiciendo a Houellebecq, es lo más habitual.

Ver la lucha por mantener los sillones o conquistarlos, prescindiendo de la ideología, la ética y la estética me resulta vomitivo por no decir algo peor. Nos tienen alienados con Rubiales y su pido famoso mientras la gasolina está a más de trescientas pesetas el litro, los préstamos asfixian a la gente y los abuelos andan buscando residencias que no existen porque nadie es capaz de pagar tres mil euros por mantener a un viejo vegetando hasta que la Parca tenga a bien aparecer con su guadaña. Me incluyo en lo de viejo.

Ayer me entró en el facebock – me he retirado del cotilleo y solo pongo los artículos- un mensaje publicitario que decía más o menos: Indultaron a los que asaltaron el Congreso a tiros y ahora se ponen como locos porque indulten  a quienes no pegaron tiros ni nada.

Con todas mis disculpas al autor: El indulto presupone un perdón después de un juicio y una condena. Presupone un informe favorable del tribunal sentenciador y del equipo de la cárcel donde cumple condena el penado y presupone un arrepentimiento del delito cometido y la voluntad de no delinquir. La amnistía – que piden los independentistas  que dieron el golpe, que junto con peneuvistas y bildus llaman a Puigdemont “President de la Generalitat en el exilio”, tócate los cojones-, presupone un punto y aparte, un partir de cero y afirmar que ni siquiera ha existido delito. El President volvería “del exilio” y habría que hacerle la ola incluso.

Nos estamos cargando el Estado de Derecho con esta y otras barbaridades de las que habrá que hablar  – principio de igualdad ante la ley inexistente, carga de la prueba y valoración de las mismas, etc…-. También y para terminar creo que hay que cuidar bastante los indultos incluso. Acuérdense del que le dieron a Sanjurjo tras su golpe de Estado fallido que le sirvió para preparar lo que luego fue una guerra civil terrible. El golpista imbécil, avisado de que el avión no podía con la carga de sables, medallas, metopas y otros cachivaches, se negó a desprenderse de tanta chatarra e hizo que Ansaldo capotara, muriendo y dejando paso  – el Director, el mentiroso general Mola también murió en accidente de avión- al general Franco que se autonombró al poco tiempo, Generalísimo de todos los ejércitos.

No me quiero cabrear más de lo que estoy. Vamos a volver  a nuestra historia penitenciaria que dejamos en el Psiquiátrico Penitenciario alicantino, en Martínez Zato – que hizo algo- y en Márquez Aranda y Blanque Avilés que, si hicieron algo, nadie lo notó. Algún otro mando supremo de prisiones ha habido así, que ha pasado por la casa sin que la casa notara que había pasado por allí.

En 1988 fue nombrado por Enrique Múgica, el gran reformador de la institución penitenciaria española: Antonio Asunción. Ni siquiera Carlos García Valdés, autor de la Ley General Penitenciaria, ha sido más importante que Antonio Asunción.

Para empezar, transformó lo que era una simple Dirección General en Secretaría de Estado, amplío las plantillas y los equipos directivos y sanitarios de las cárceles y metió en ellas, de lleno, la gestión empresarial. Se encontró con unas cárceles decrépitas, viejísimas, salvo las pocas hechas por la UCD – Fontcalent, Lugo, Murcia, Lérida…- y acometió sin dudarlo el plan de modernización de centros penitenciarios que aún hoy sigue vigente con casi todos los centros renovados con el llamado centro tipo. Él fue el inventor, el impulsor y el constructor, que hay mucha gente a la que le gusta colocarse medallas por algo que ha hecho otro, de la nueva infraestructura penitenciaria que tiene este país.

Cuando estaba trabajando en el diseño de ese centro tipo comenzaron, después de unos años olvidados, los graves motines e incidentes en distintos centros penitenciarios. Les voy a recordar unos cuantos de los que tengo memoria a bote pronto para que vean la situación explosiva, casi comparable a la que vivimos en el 77, aquel verano sangriento, de incendios y destrozos carcelarios en toda la geografía.

En marzo del 90, ETA asesinó a un funcionario de la oficina de administración en  San Sebastián, Ángel Mota. Los funcionarios, en protesta por el asesinato, se negaron a entrar a trabajar. No hubo propuesta de huelga, no hubo servicios mínimos ni hubo nada, simplemente no entraron y quedaron las cárceles en manos de algún interino, de los subdirectores – el director se quedaba en el despacho en permanente contacto con Madrid-…y de los presos, que destrozaron cuanto quisieron, quemaron y camparon a sus anchas hasta que la policía y la guardia civil restituyeron el orden. En Fontcalent, donde yo era entonces subdirector de régimen, secuestraron a un funcionario interino en la cocina – no contaré el motivo  ni diré el nombre porque era un pobre hombre – y amontonaron contra la puerta de la misma las botellas de butano para hacerlas estallar. Tuve que sacar a aquel señor personalmente – creo que murió unos años después-, tras mantener durante un par de horas una conversación de besugos con el que llevaba la voz cantante en el grupo que había tomado la cocina, y  lograr convencerlo de que lo mejor era que cada uno se metiera en su celda por las buenas, sin dar lugar a que entraran los grupos de operaciones especiales,  que estaban en la puerta preparados, porque la conversación sería entonces de otra forma.

Las revueltas de marzo por la ausencia de funcionarios que protestaban así por el asesinato del compañero solo fueron el inicio de algo mucho más violento que vendría después.

En noviembre del 90, saltó de nuevo Fontcalent a la primera página de los periódicos. Cortés Escobedo – el zorro- y su cuñado Pinteño con el Parrot, suicidado años después en Villanubla – todos de la Tafalera eldense y conocidos de las cárceles desde que entraron como menores, carne de cañón irrecuperable- lideraron un gravísimo motín con funcionarios secuestrados y con un interno argelino asesinado en el patio, apuñalándolo con el palo de una escoba. Aquí no hubo negociación y fueron las fuerzas de seguridad quienes restauraron el orden. El juicio en la Audiencia Provincial, en el que se repartieron más de quinientos años entre los participantes, tuvo que repetirse al ser revocada la sentencia por el Tribunal Supremo por considerar que los imputados no tuvieron garantizados suficientemente sus derechos cuando fueron juzgados por el sistema de videoconferencia.

Apenas extinguido el motín de Fontcalent se desató otro gravísimo hecho en la cárcel de Huesca. Manuel Castillo Jurado y Carlos Estévez secuestraron a unos funcionarios, hirieron al Jefe de Servicios y consiguieron llevar a cabo la fuga ¡En el coche del director y con dos funcionarios como rehenes! Nunca en un motín hay que facilitar la salida porque, mientras estén dentro hay posibilidad de acción y de negociación. El gobernador de Huesca, Vicente Valero – lo conocí como funcionario en la subdelegación de Alicante- y el director de la cárcel, José Otal, fueron cesados inmediatamente después de esta fuga. Creo recordar que el coche del director fue arrojado a un pantano y los evadidos fueron detenidos tiempo después en Barcelona.

Unos meses después, en el verano del 91, tuvo lugar otro motín grave en El Puerto de Santamaría. También un interno extremadamente peligroso, Julio Romero Amador, decapitó al que hasta hacía poco había sido su amigo, el atracador alicantino Miguel Anguita. Un ajuste de cuentas, así se definen genéricamente los arreglos de deudas, insultos, chivatazos y afrentas de todo tipo entre delincuentes. Juan Redondo, otro famoso y peligrosísimo preso, se paseó y enseñó la cabeza del asesinado metida en un cubo de fregona para “demostrar que la cosa iba en serio”.

Así estaban las cosas de graves y de desmadradas con Antonio Asunción al frente y este hombre, capaz y con decisión de sobra supo hacer frente a lo que era un reto en toda regla. Un grupo de no más de cien presos, todos con historiales terroríficos, habían sido capaces de poner al estado contra las cuerdas. No terminaba el motín, los destrozos,  los secuestros, las gravísimas lesiones o el asesinato en un centro penitenciario, cuando ya estaba teniendo lugar otro incidente gravísimo en un centro distinto.

Manuel Avilés

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