El timo del “entierro”

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El timo del “entierro”, objeto del presente comentario, se sigue perpetrando en la actualidad, como lo demuestra el hecho de la existencia de las llamadas “cartas nigerianas”. La difusión que ha tenido, incluso internacionalmente, ha sido enorme, porque se perpetraba en países muy lejanos de España, con afectados en Honduras y Nicaragua, por ejemplo. El texto elegido de la revista “La Policía española” de 1897, describe perfectamente el modus operandi de los timadores, y por eso se ha elegido como cabecera de estos comentarios.

Lo nuevo del “cuento” utilizado por los timadores es que utilizan el nombre de un ilustre general, Don Carlos Espinosa de los Monteros, que realmente existió y participó en la Guerra de la Independencia. Pero es lo único verdadero: este general fue sumamente honrado y nunca fue acusado de quedarse con nada perteneciente al prójimo o al Estado. Utilizan el nombre de alguien famoso y, muy posiblemente, conocido, para que “el cuento” suene más creíble a los oídos del “primo”

El timo del “entierro”

En realidad fue el producto de una mezcla del timo del envoltorio y de otro, el del tesoro escondido, en lo que respecta a España. Su antecedente más claro se encuentra en Francia en las llamadas “cartas de Jerusalén”, que toman su nombre de la calle Jerusalén en la que estaba situada la cárcel de Bizerta a las afueras de París.

Desde allí los presos enviaban cartas a ciertas personas partidarias de la monarquía diciendo que eran mayordomos de un título de grandeza y que habían sido obligados a enterrar un cofre con dinero en las afueras del pueblo y pedían dinero para poder mandarle un croquis con el que poder desenterrarlo. Este “modus operandi”, adaptado a los militares, cajeros de regimientos, fueron los que emplearon los presos en cárcel de Villanubla en 1886 y los que pusieron en circulación este timo de una forma masiva y sistemática.

En esencia es el mismo que, con los nombres de cartas nigerianas, NILO, (Nigerian Lotheries), y sobre todo “scam 419”, la estafa del artículo 419 del Código Penal nigeriano se le conoce actualmente y que tiene una norme variante de modalidades.

1.- Timos desde la cárcel: el del “entierro”

Por paradójico que parezca los timos realizados desde la cárcel tienen una gran antigüedad y tradición. Los presos tienen mucho tiempo libre, que pueden dedicar a idear como mejorar su situación –las que padecían en las cárceles del XIX eran sencillamente inhumanas-, pero en esa tarea no están solos: la cárcel es una escuela, la gran escuela, para la delincuencia.  Por eso, si nos ponemos en plan un tanto pedante, podemos decir que los brain storming, la tormenta de ideas entre los reclusos es y sería en el siglo XIX una cosa bastante frecuente. Nada tiene, de extrañar por lo tanto, que se propusieran nuevas modalidades a  timos existentes, se aprovecharan elementos de otros para perpetrar otros nuevos…

Tras el intento golpista del Brigadier Villacampa el 19 de septiembre de 1886, que terminó con su derrota y la prisión de las tropas que le siguieron en Colmenar de Oreja (Madrid),  el 4 de octubre  fueron condenados trescientos soldados, implicados en la intentona fallida, a cadena perpetua. La casi totalidad de estos trescientos fueron ingresados en prisiones militares de Valladolid. Entre ellos había algunos pertenecientes a la oficinas de los cuarteles, que conocían perfectamente el funcionamiento de los organismos militares. Las condiciones de vida en las prisiones fueron tan inhumanas, pasaron tanta hambre que idearon un medio para intentar remediar su situación. Los más ilustrados se pusieron manos a la obra y redactaron una carta con  “el cuento” como núcleo central.

A estos padres del timo se les ocurrió una brillante idea: mezclar un viejo timo que era muy común por entonces en todas las cárceles de España, el timo del envoltorio, con otro, que era bastante frecuente fuera de ellas, el timo del tesoro escondido, que tenía sus raíces en el ocultamiento de monedas, oro y otros objetos de valor, durante la Guerra de la Independencia. No sabemos hasta qué punto influyó también en ellos el timo del casorio, muy frecuente por aquellos días, y que se cometía a través de anuncios en la prensa: prometiendo una ingente cantidad de dinero –he visto uno en que la cantidad era de 100.000 duros- a la joven que estuviera dispuesta a casarse con el adinerado propietario.

Del timo del envoltorio se tomaron dos elementos claves: la carta, que era la única forma para poder dirigirse a la gente que estaba a muchos kilómetros de la prisión, es más todos se encontraban en el extranjero, porque las cartas se dirigieron a “primos” de Italia, Francia y Alemania y el propio envoltorio, que ya contenía como elemento esencial algo de dinero, se sustituyó únicamente por mucho dinero.

Del timo del tesoro escondido se tomó el elemento que terminó por dar nombre a este timo, el del entierro, que, en este caso se convirtió en una cantidad considerable de dinero –dependía de la voluntad y ganas del escribiente de ponerle ceros a la cifra- que había sido “enterrada”, que “el primo” podía proceder a desenterrar, previo pago de unas quinientas pesetas, que era lo que se necesitaba para mandarle el plano del lugar,  a través de una jovenzuela, cuyo retrato se adjuntaba, hija supuesta del timador.

El  “modus operandi” consistió en la elaboración de una carta en la que se narraba “el cuento”.  Este, en esencia, venía a decir que el remitente había sido el tesorero de las compañías que se habían sublevado contra el Gobierno y que estando en peligro inminente de ser detenido y extraditado había “enterrado”  una caja conteniendo cuatro o cinco millones de pesetas en las cercanías del pueblo del destinatario. A este le suplicaban (normalmente se trataba de un sacerdote) que les ayudara a recuperar esa caja porque él estaba en prisión imposibilitado para hacerlo. La mejor forma de hacerlo era enviando quinientas pesetas,-¡de las de 1890!- y a cambio se le mandaría por medio de una hija suya de unos quince años, de la que se adjuntaba una foto, el plano del lugar exacto en el que había tenido lugar el entierro.

Las razones históricas de que tanto “primo” se creyera a pie juntillas “el cuento”,  fueron que durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) mucha gente, para evitar las confiscaciones de que eran objeto, sobre todo, por parte de los soldados del ejército de Napoleón, escondían ollas llenas de dinero o de joyas, bien enterrándolas en algún lugar de la casa, bien en escondites abiertos para ello en las paredes. Otras veces ese “entierro” fue hecho por los propios jefes y soldados del ejército de Napoleón, que no podían seguir las necesidades de movilización con esa “carga” encima. Lo que sucedió después fue que el que escondió las monedas o las joyas, bien por causa de la guerra misma, bien por el hambruna que la siguió, bien por cambio de domicilio sin posibilidad de volver al lugar del escondite, murió y  el tesoro quedó intacto y  sin recuperar.  Al hacer obras  -sobre todo excavaciones-poco tiempo después, comenzaron a aparecer esos tesoros escondidos y de ahí nació “el cuento”.

Una de esas primeras cartas  llegó a manos de alguien que la publicó. Por ello es posible transcribirla  tal y como es recogida literalmente por la Revista “La Policía Española” en su número 285, de 20 de septiembre de 1898:

“Muy ilustre señor. Desde esta prisión donde me encuentro, he oído elogiar los generosos sentimientos de V. Yo no tengo el gusto de conocerle, pero por lo que he oído es V.  un cumplido caballero, y por eso me atrevo a recurrir a V. y contarle todas mis penas, que si V. quiere puede convertir en alegrías.

El caso es el siguiente. Yo era cajero del regimiento que se sublevó en Madrid el día tantos de septiembre de 1886, al mando del brigadier Villacampa, y como fracasara aquel movimiento republicano sin esperanza alguna de triunfo de nuestras ideas, determiné fugarme con los fondos que ascienden a ….tantos millones.

Huyendo de la persecución de que era objeto me interné en Italia (o Francia o Alemania, según la nacionalidad del individuo a quien tratan de engañar) y a una legua de distancia de esa población, después de haber formado mi plano del terreno, que conservo, enterré todo el dinero, y dos días después caí en poder de las autoridades.Me trajeron aquí y ya llevo tantos años padeciendo una vida miserable, sin esperanza de libertad.

Conocidas y notorias su bondades me permito molestarle suplicándole que se digne apiadarse de mí y ya que he perdido la libertad, pueda al menos recuperar el dinero, a cuyo fin si V. está conforme y me contesta, le enviaré los planos y demás antecedentes que llevará una hija mía, la única que tengo, de 15 años, que también quiero confiar a su custodia. Sírvase remitirme en tal caso quinientas pesetas para el viaje de mi niña, del aya que la acompañará, y después…a su magnánimo corazón confío mis intereses y los afectos más caros de mi corazón.

Tengo el honor Sr. de ofrecerme su más sincero amigo S.S. etc”.

¿Quiénes dirían Vds. que fueron los primeros “primos” que picaron en este timo? No se lo pueden ni imaginar, porque la mayor parte de tales incautos fueron “curas párrocos” italianos, que comenzaron a hacer caer sobre la cárcel de Villanubla una lluvia copiosa de pesetas, que alivió bastante la situación de los que pusieron en marcha el negocio.

Tal fue el éxito de las cartas que el timo terminó por descubrirse debido precisamente por eso. Cada vez se necesitaban más y más escribientes para hacer copias de la carta que se enviaba a Italia y a Francia. Para que los presos pudieran dedicarse a esta tarea en exclusiva tenían que ser destinados a la enfermería de la cárcel. Así fue como una carta cayó en manos del médico, luego en poder del director de la cárcel, y, finalmente, de la Policía.

2.- La enorme difusión, frecuencia e importancia de este timo

Este timo saltó los muros de la cárcel y el círculo de los sacerdotes, sobre todo italianos, para extenderse a comerciantes y otras profesiones acomodadas. Tan extendido llegó a estar que constituyó una verdadera plaga entre los años 1890 y 1936. Fueron tantos los primos desplumados, sobre todo franceses, que se propusieron medidas muy drásticas para evitarlos, entre ellas, las de censurar toda la correspondencia que saliera desde Barcelona al extranjero. Medida que fue rechazada por inconstitucional. En la Orden General, que, como se sabe comenzó a publicarse en Madrid en 1908, era frecuente encontrarse con listas de direcciones desde las que  remitían las cartas “los enterradores”.

Otra prueba fue la modificación del Código Penal. Tan a mayores fue este timo que el día 21 de febrero de 1926 se promulgó un Real Decreto, en plena Dictadura de Primo de Rivera, por el que se introdujo una modificación en los artículos que contemplaban los delitos de estafa dentro de dicho Código. Una consecuencia de esta modificación fue la circular, ya citada, de la Fiscalía General del Estado del día siguiente para dar instrucciones para mejorar la persecución de ese delito.

Ninguna de estas medidas resultó eficaz para erradicar este timo. Tanto en las revistas de la Policía y en la Orden General como en los periódicos continuaron apareciendo protestas y listas de direcciones desde las que enviaban sus cartas al extranjero los enterradores.

¿A qué se debió el éxito de este timo? Básicamente a cuatro razones. La primera porque casi siempre quedaba impune. El delito tal y como fue concebido por los suboficiales de Villacampa se consumaba en otros países, que era donde los perjudicados tenían que presentar las denuncias contra alguien que no residía allí. Al consumarse el delito fuera de España, no podía perseguirse con las leyes penales españolas, por el principio de extraterritorialidad. ¡Se debía aplicar el Código Penal francés, italiano, alemán!

La segunda razón era que los engañados en muy pocas ocasiones denunciaban los hechos, a pesar de que, en muchas ocasiones, esto les supuso la ruina. Existe una carta conmovedora de un pequeño comerciante de Burdeos pidiendo a los timadores que devolvieran parte del dinero estafado para seguir pagando la educación de su única hija.

La tercera era que la persecución del timo resultaba sumamente difícil, porque o se frustraba cuando el engañado viajaba a Madrid o Barcelona con el dinero antes de que lo entregara o ya no había forma de evitarlo. Hubo quien hizo el viaje desde Honduras y Estados Unidos…

La cuarta y más anecdótica de todas, se encuentra en un detalle significativo, pero no inocuo, acompañaba a este texto: una fotografía de una joven agraciada se incluía también en el sobre. Era  de la supuesta hija. Esta foto la conseguían fácilmente a través de cualquier fotógrafo ambulante. No se sabe si era siempre de la misma persona o de varias, aunque de todas formas esto era irrelevante para la comisión del timo.

Como se puede comprobar, dos señuelos importantísimos operan en el cuento de forma simultánea: por un lado los millones y la impunidad de poder apoderarse de ellos, que excitan la codicia  y por otro, la joven de quince años, desvalida y falta de protección, a la vez que hermosa y de buen ver – y tal vez de mejor palpar, como diría Cela- , expuesta a todos los peligros del mundo y sin fiscalización de nadie.

Este timo con algunas variantes tuvo que ser tipificado como delito independiente en el Código Penal de 1926. Fue una auténtica plaga que no terminó hasta la Guerra Civil. En la actualidad ha sido puesto de nuevo en acción por delincuentes nigerianos con dos variantes: una en socorro de una tribu en vías de extinción, “los ogonis”, y la otra es la célebre NILO, que no es el río en el que todos pensamos al oír este nombre, sino que responde a Loterías Nigerianas, modus operandi que ha servido para estafar a muchas personas en todo el mundo.

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