Carta abierta al ministro Marlaska

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Ya queda poco Sr. Ministro, algo más de año y medio para que las luces se apaguen.

La pomposidad, los coches oficiales, las cenas de postín, los premios, las fotos oficiales, los agasajos… toda la arrogancia del poder se termina en un abrir y cerrar de ojos, da igual que ganen o pierdan las siguientes elecciones porque es usted un personaje amortizado, no le echan ahora por el coste político que eso tendría, nada más.

Han utilizado su imagen de juez valiente y usted mismo se ha ofrecido voluntario a escupir sobre ella.

Cuando llegue ese día, yo seguiré vistiendo uniforme y usted sólo será otro ex político más, el peor ministro de interior de la democracia, aquel que nos vendió siempre que pudo, aquel que no dedicó un solo día de su mandato a proteger ciudadanos, y puso todo su empeño desde el primer día en proteger el discurso del gobierno.

Porque empezó usted así, Ministro: en los primeros días de la pandemia y con el coronavirus azotando ya en Italia, cesó al mayor experto en prevención de riesgos laborales de la Policía Nacional porque se había atrevido a solicitar mascarillas para los agentes de campo, incluso llegaron a quitarle la frase “potencialmente mortal” del documento donde predecía lo que estaba por llegar. Y todo porque el discurso del poder en aquel momento se dirigía a  minusvalorar la amenaza, a hacerla pasar por gripe común, para poder llegar a aquel gigantesco cementerio de mujeres que a la postre supimos que fue el 8M.

No le puedo negar, eso sí, su maquiavélico triunfo a la hora de manejar la propaganda y conseguir convencer a medio país de que la delincuencia baja porque bajan los hurtos, mientras las agresiones sexuales y los asaltos violentos se disparan. También a la hora de colocar en la diana a miles de agentes para focalizar la ira de la gente.

Sus socios no soportaban que los encerrados en sus casas salieran a las ventanas no sólo a aplaudir a sanitarios, sino también a policías, así que planeó usted el acoso y derribo de ciudadanos a base de multas que jamás se cobrarán, a sabiendas de que los agentes cumplirían la ley, aunque no les gustara, hasta que el órgano pertinente: el Tribunal Constitucional, la declarara ilegal, y para cuando eso sucediera, la estrategia ya habría triunfado.

Lo ha vuelto a hacer hace unos días, tras una manifestación histórica que por primera vez unió a todos los cuerpos policiales de España y el evidente apoyo de la ciudadanía a aquella marcha, cuyo respaldo fue casi unánime entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, diseñó usted en Valencia la enésima operación de distracción arropado por mandos políticos de uniforme, y en lugar de tener a los efectivos concentrados en Burjassot, donde un niño de 13 años era apuñalado hasta la muerte, los tenía pidiendo pasaportes Covid contra su voluntad por discotecas de la ciudad.

Todo perfectamente orquestado; así, en entradas que habitualmente se llevan a cabo al mando de un inspector, había comisarios, inspectores jefe, prensa… Maquiavelo y su obra.

Una vez más sabía que a pesar del asco que le producían estos operativos a mis compañeros,  no se podían negar a hacer cumplir un protocolo avalado por el tribunal superior de justicia de la zona y por el Tribunal Supremo, y también sabía que los ciudadanos no saben de derecho procesal y por lo tanto iban a acabar inundando las redes de insultos hacia ellos. Esa es una victoria suya, nadie se la puede quitar.

La criminalidad cuantitativa (pedir pasaportes Covid), que protege discursos de poder, frente a la cualitativa (dispositivos de prevención para evitar apuñalamientos), que protege ciudadanos.

¿Se acuerda cuando se lo explicamos?

No, no se acuerda; porque cuando desde Una Policía para el S.XXI le pedimos una hora para hablarle de esto, usted respondió que no era posible debido a su agenda.

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Así que en lugar de sentarse con policías, ha preferido usted hacerlo con Bildu, sí Bildu, el partido cuyo líder decía en una rueda de prensa hace unos días: “todavía tenemos 200 presos en las cárceles”, y esos presos, indigno ministro, son los que ponían bombas en los patios de los cuarteles a la hora en la que sabían que ya había acabado el cole y los niños estarían jugando, haciendo que varios de sus pequeños cuerpos volaran por los aires.

Cuando todo acabe, Sr. Ministro, se preguntará usted todas las noches antes de acostarse si mereció la pena tener que negociar a diario la ética para mantener su sillón, y dilapidar una imagen forjada durante años de trabajo, por cuatro años del glamour del poder, anestesiado bajo su influjo.

Ya le adelanto yo la respuesta: No, no habrá merecido la pena pasar a la historia como pasará usted, sólo por sucumbir a la atracción de sentarse en la silla de Frank Underwood y dar dos golpes con los nudillos en la mesa.

Ha llegado usted a un nivel tan bajo de interlocución, que ante la mentada manifestación convocada por organizaciones policiales contra la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, y a la que se unieron partidos en la oposición como sucede siempre (también cuando ustedes estaban en la oposición y se pusieron detrás de nuestras pancartas durante el gobierno de Rajoy), su única y mediocre respuesta ha sido repetir de manera goebbeliana: “derecha y ultraderecha”. Si se junta usted con los Pablos Iglesias de turno, acaba indefectiblemente descendiendo a su nivel Sr. Ministro.

Si mantiene durante años la mentira de que el derecho de manifestación estaba amenazado en un país en el que se producen miles de manifestaciones al año (sólo en Madrid más de 3000), acabara confundiendo el derecho fundamental a manifestarse con la estupidez de creer que ese derecho te deja libertad para pisotear con violencia los derechos de los que no se manifiestan. Si compra usted el mantra de que son los antidisturbios los que generan la violencia, a pesar de que estos sólo cargan en el 1% de las manifestaciones, siempre con los mismos, acabará usted aplaudiendo una modificación legal que vigila más a los que mantienen el orden que a aquellos que llevan años queriendo imponer su ideario a través del caos.

Pero da igual cuán grande sea su aparato propagandístico y el control que ejerzan sobre gran parte del cuarto poder. Los policías sabemos que bajo su gobierno se han batido records de utilización de una ley de seguridad ciudadana, al igual que nunca antes se habían realizado tantas devoluciones en caliente, aunque ahora, por fin , las llame usted por su nombre: rechazos en frontera, avalados por todos los órganos judiciales europeos.

Sr. Ministro, en El Arte de la Guerra, Sun Tzu dice que “si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no temas el resultado de cien batallas”. Nosotros, los policías, sabemos quiénes somos, ¿sabe usted en lo que se ha convertido?

Me despido Ministro, recuerde siempre que todavía existen personas que nos guiamos en la vida por una máxima que usted decidió enterrar a cambio de poder: La ética no se negocia.

Samuel Vázquez, presidente de la Asociación Una Policía para el Siglo XXI

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