Nosotros

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Hay profesiones divinas, maravillosas, donde se disfruta del servicio a los demás, como si se estuviera del otro lado, en la otra parte, recibiendo en lugar de dar lo mejor de sí. Desde fuera nos ven como unos trabajadores más, sin mucha distinción, apenas formación, incluso con derecho ajeno a recibir insultos, sea cumpliendo nuestra función o al conocer la misma entre la población cercana.

Si ya la forma de acceso es mediante concurso oposición, conseguir el empleo precisa un curso de formación cada vez más exigente. Permitan un recuerdo de hace 31 años cuando, en Úbeda, teníamos algún licenciado universitario en la Academia de Guardias Civiles. Alguno, muy, muy pocos de nosotros había «estudiado» más que el resto. Años después, 7 años a día de hoy, mi sobrino en su clase de la Escuela Nacional de Policía comentaba «hay uno que no es universitario; el resto, todos, incluso tenemos experiencia en empresas ajenas al estado».

Es un orgullo la formación recibida en la actualidad. Salen —salimos, con permiso— mejor preparados en todas las áreas y materias. Auténticos conocedores del Código Penal, Ley de Enjuiciamiento Criminal, procesos administrativos, legislaciones europeas y nacionales, donde se apoyan los miles de reglamentos autonómicos para regular la vida y obras de los ciudadanos. Amén de los usos tecnológicos de la actualidad —¡parezco el abuelo cebolleta! Disculpen—, que son inventos ciertamente complicados y casi nunca utilizados para el bien común, sino con intención de joder al prójimo próximo o alejado.

Un aparte importante para los agentes consiste en atizarse una innumerable cantidad de protocolos —protoculos, en confianza—. Esos sistemas originados por los políticos para indicarle al personal, especialmente de la escala básica, cómo y cuándo atender a la población civil; así como otros, especialmente indicados para la escala media y superior, para regular las actuaciones cara al público de la básica. ¿Quién levanta la mano para reconocer el desconocimiento de algún protoculo que regule las cagadas de los superiores orgánicos? No se amontonen, tranquilidad. Hay muchos que son de los nuestros.

Nosotros, los agentes, hemos aprobado al menos una oposición, superado la formación indicada y obtenido un destino en función a mérito, capacidad, preparación y oportunidad. Oportunidad es cuando decides ir o no a una vacante o quedarte donde estás, de acuerdo a tus intereses. Eso es una diferencia notable con los políticos que dirigen nuestras instituciones; ellas han pervivido años, siglos, frente a las acciones, propósitos y ganas de acabar con nosotros. Hemos de tener en cuenta que, si bien nos atacan desde fuera, en el instante que nos conocen por dentro —especialmente cuando tenemos que cuidar de su pellejo y cuello— se enamoran locamente de nosotros, del trabajo, incluido sacrificio, para su seguridad.

Hemos tenido Directores Generales buenos —los menos—, pasables —algunos—, indiferentes — bastantes—, y malos, malos como la carne de pescuezo —muy pocos y muy destacables—, que llegaron llovidos desde la moqueta a nuestro barrizal sin llegar a tocar tierra. No, no digan paracaidista: los Caballeros Legionarios Paracaidistas del glorioso Ejército español tienen una categoría muy superior sobre aquellos trajeados, encorbatados y apesebrados políticos, cuyo interés queda muy lejos de la leal vida de servicio a la patria. Un respeto.

Vuelta a la historia. Recuerdo dos cuarteles de la Guardia Civil en el año 1990. Uno de ellos recibió una enorme inversión para reparar la construcción de seis pisos, seis, en edificio de planta baja, tipo molinera.

Se consiguió la reparación de la mitad de una de las tres alas del tejado. Otro comenzó a construirse, quedando sólo el esqueleto de las columnas en hormigón a la vista, ya que se acabó el parné. Por tanto, los compañeros continuaron residiendo y prestando servicio en aquél viejo edificio inclinado —con mayor caída que la Torre de Pisa— de Barruelo de Santullán, Palencia. Eran tiempos de Luis Roldán Ibáñez. La juventud puede buscar por ahí la historia de aquél individuo como Director General.

Ahora, en la actualidad, se han conocido hechos, sucesos, casualidades en definitiva, dentro del cuerpo hermano que viste de azul, al cual estoy unido por cariño, respeto y almohada. Debemos reconocer el cambio de los tiempos a lo largo de la historia. Los políticos nos caen encima cada vez con más formación y experiencia. Si buscan su biografía particular, la gran mayoría son universitarios, mayormente con conocimientos de Derecho. También han pasado la mayor parte de su vida dedicados al servicio del partido en cargos electos. Un día aquí, en el pueblo, otro en la capital de la comunidad, al siguiente en la capital del Reino de España y vuelta la rueda a comenzar, en cuanto el líder de la formación precisa de tus servicios —siempre muy leales a su persona en particular— en otro cargo o carga pública para sujetar bien la pasta y las riendas del estado, especialmente a los funcionarios.

¡Qué buenos son, coño —con perdón, me vengo arriba—! Igual te conducen una comunidad autónoma, su parlamento, tal concejalía, un descansito en una empresa privada, que te vuelven a necesitar para una Dirección General. Entre unas actividades laborales y otras, acabas levantando el teléfono a tus antiguos compañeros de la vida civil; te llaman para preguntar si conoces cómo va el tema de tal contrato, subvención e indicarte que ellos —los tuyos en otrora momento—, disponen de la mejor oferta y ajustada o ajustable a los intereses generales.

Todos aquellos que estén convencido en la inexistencia de las casualidades, sepan que estoy de acuerdo con ellos. La lotería toca cuando llevas una participación; la política toca cuando tienes un cargo o carga de bien llevar. Nosotros, la mayoría de nosotros, limpios de polvo, paja, sospecha y muy dignamente sosteniendo el prestigio de la institución día a día, año a año, siglo a siglo, a pesar de los restos que nos caen mediante la lluvia.

Prudencia, lealtad y buen servicio. Nosotros, compañeros, hemos de sostener este hermoso país llamado España frente a ellos, los otros.

Un artículo de Alonso Holguín F.J. para h50 Digital 

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