Taruguistas y falsos chalanes en acción. Barcelona 1886

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La clasificación de los delincuentes es un tema literario muy recurrente hasta nuestros días. El siglo XIX lo practicaron, a falta de criminólogos reputados, algunos jueces y policías. Básicamente coincidían, porque lo normal era que unos tomaran elementos de los otros, hasta terminar por fundirse en una misma forma de enfocar la cuestión. Los delitos de los que nos vamos a ocupar tienen en común ser cometidos sin violencia y estar dentro de los conocidos como timos. El primero de ellos ya era rechazado por su inhumanidad en la ciudad, cuando estos hechos transcendían a la opinión pública a través de la prensa.

Para estos delitos se seguirá la descripción ofrecida por un juez, D. Manuel Gil Maestre, que llegó a ser subdirector general de Seguridad en 1886, poco después de haber publicado su libro “La Delincuencia en Barcelona y en otras grandes poblaciones”. En él, se juntan de alguna forma la tradición judicial y policial en estas clasificaciones. Los dos delitos de los que nos vamos a ocupar hoy, ya no se practican en la actualidad con esas modalidades, porque la evolución de los tiempos y de las condiciones socioeconómicas los han hecho periclitar. Son: la forma de despojar a los viajeros, en el caso concreto de los que iban a buscar trabajo a Barcelona y de los falsos chalanes.

1.- ¿Cómo despojar a un forastero? Lo taruguistas.

Un diputado elegido por Málaga en 1820 en un debate sobre la delincuencia en el Congreso, afirmó que en España el viajar era considerado como una auténtica desgracia. Y sucedía así, porque no solamente era el hecho de tener que desplazarse por zonas y lugares a menudo pobladas por gentes del trabuco y bandoleros, sino también por las ventas y los lugares de descanso, que eran de lo menos confortable que se pueda imaginar.

La llegada a las ciudades grandes, como Barcelona, Madrid, Cádiz o Sevilla, podía suponer la exposición a peligros mayores aún que los que había que soportar por los caminos y despoblados o en las ventas y posadas. En Cádiz, como puerta del comercio con América se desarrolló muy pronto, incluso a finales del siglo XVI, un arte o industria que consistía en desplumar a los viajeros, sin hacer ascos ni a los que iban a embarcar para América ni a los que volvían de aquel continente. A los que, tal arte, practicaban, se les dio el nombre de “pimpis”, y bajo este nombre se divulgaron sus muchas y poco heroicas hazañas.

En Barcelona, dentro del proceso de industrialización del siglo XIX, se desarrolló una especie de delincuencia que era especialmente repulsiva: la que se dedicaba a expoliar a los provincianos que iban a la ciudad en busca de trabajo. Inspiraban una gran repugnancia en la sociedad, porque se cebaban en la parte más miserable e indefensa de ellas como eran los trabajadores más pobres y humildes.

El “modus operandi” de estos delincuentes consistía en buscar al forastero en las inmediaciones de las estaciones de ferrocarril. En cuanto veían a alguno cargado con un voluminoso equipaje o que preguntaba donde podía alojarse o encontrar trabajo, se le acercaban y entablaban conversación con él. Le decían que un pariente suyo, dueño o encargado de una fábrica cualquiera necesitaba trabajadores para guiar los carros, para portear fardos o bien para realizar cualquier otro trabajo, para el que creyeran que estaba capacitado el forastero. Le ajustaban y contrataban. Pero… a continuación le mandaban que trajera su equipaje, porque iba a comenzar a trabajar enseguida, diciéndole que les esperara en un sitio determinado.

El forastero hacía todo tal y como se lo habían indicado, y se presentaba en el lugar que le habían citado que normalmente era un bar, en el que el delincuente o los delincuentes invitaban a su víctima a tomar una copa e incluso a comer. Debería dejar allí el equipaje, pues para que fuera más fácil de transportar, irían a buscar el carro de un pariente. Salían juntos, alejando a la víctima de su equipaje, y en otro lugar se le indicaba que tenía que esperar, hasta que volvieran con el carro. Como es natural pasaban las horas, dando así un tiempo precioso para que los farsantes volvieran al bar y se apoderaran del equipaje del forastero.

Lo normal era que el forastero volviera al bar y allí la escena que le esperaba era aún muchísimo peor. Los clientes se reían de él y celebraban la burla de que había sido objeto.

Gil Maestre cuenta cómo uno de estos infelices que se topó con una cuadrilla de tales delincuentes desaprensivos, terminó enrolándose en el Ejército y marchándose a Cuba, sumido en la más completa desesperación.

Una variante de este modus operandi se puso en marcha para recibir a los soldados que volvían de Cuba tras el desastre de 1898. Se les recibía en el puerto, eran llevados a posadas y fondas, de compras y por comercios previamente concertados, y entre compras y francachelas y juegos, e incluso por la fuerza, eran despojados de lo que traían consigo de algún valor o de lo que cobraban al llegar al puerto.

Gil maestre da una muestra de ese rechazo en el libro, que estamos comentando. Dice así: “Dignos de la mayor execración son los malhechores de que vamos a ocuparnos, pues buscan sus víctimas, no entre los que aspiran a una fácil ganancia, no entre los que ciega el Dios de la codicia, sino entre los infelices trabajadores, pobres braceros cuya única aspiración es ganarse el sustento siguiendo la dura ley del trabajo. Malvados de la peor especie, explotan la laboriosidad y la miseria. Numerosos son los casos de que hemos tenido conocimiento” (Pag. 43).

Dentro de esta categoría de taruguistas – tarugo significa recipiente- se solían encuadrar también los que se dedicaban a dar el timo de los perdigones, que es el que se muestra en la ilustración. Se realizaba simulando que se encontraban dos timadores, uno de acento extranjero y que enseñaba un recipiente que contenía monedas, que quería cambiar por dinero español con mucha urgencia. Esto le resultaba imposible, pues lo había intentado en el consulado de su país, sin poder realizar la gestión, porque las oficinas estaban cerradas. Tras unas negociaciones, “el primo” acepta darle todo el dinero que lleva encima a cambio de lo contenido en el recipiente, que se supone es una cantidad respetable. Realizada la operación, los dos timadores desaparecen rápidamente. El primo, lleno de curiosidad, quiere ver el contenido del recipiente y se encuentra con que únicamente contiene perdigones. De esta modalidad del timo del tarugo, hay noticias en la prensa de todas las provincias, se dio ni principal ni exclusivamente en Barcelona.

2.- Los falsos chalanes. Timo del delantal

Otra modalidad delictiva de raíces típicamente catalanas era esta que se pasa a describir. Sus víctimas eran siempre payeses y, en general labriegos, que necesitaban comprar caballerías para labrar sus campos. Para poder cometer sus delitos merodeaban alrededor de los mercados y de los puntos en que se vendiera ganado.

Cuando el timador sabía que un campesino quería comprar una caballería de poco preciose iba a una cuadra en que los alquilaban, y le decía al dueño que un amigo suyo quería alquilar una, por lo cual quería que se las enseñase.

El segundo paso consistía en hacerse el encontradizo con el primo, y se ofrecía para venderle el caballo que necesitaba. Le llevaba a la cuadra para que escogiera el caballo que más le gustase, a lo cual contribuía de una forma indirecta el dueño de la cuadra ponderando las cualidades de sus caballerías, pero sobre todo de aquella en la que hubiera puesto el ojo el primo. “Hecho esto se despide el timador diciendo que ya volverá, sale con el primo, a quien manifiesta que son suyos todos aquellos caballos, y su dependiente el amo, arreglan el contrato, hacen la tradicional bebida que le pone sello, recibe el precio, entrega en un papel la orden para que le entreguen la caballería al comprador, pretextando cualquier urgencia para no acompañarle o le acompaña hasta la cuadra, y después de decir al dueño que puede entregar el caballo, pues están conformes en todo, se marcha tranquilamente mientras el engaño se descubre y el primo le busca por todas partes”.

A estos timadores, de cuyos negocios acabamos de presentar un ejemplo se les conoce con el nombre del delantal” (Manuel Gil Maestre, La Criminalidad en Barcelona y en otras grandes poblaciones”. Pág. 46. Barcelona, 1886).

Martín Turrado Vidal, historiador y columnista h50 Digital

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