Soto del Real

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Manuel Avilés*

Ustedes perdonan que me centre, en primer lugar, en aproximaciones históricas. En marzo del 95 era yo eso que los horteras llaman “alto cargo”. Había venido ese fin de semana a ver a mi novia  – soy un caballero y no hablaré de ella, ni siquiera en las memorias que están casi a punto de caramelo-, una chica escultural, guapa a reventar, estilosa, elegante, con mala leche a raudales y capaz de volverte loco  con medio beso hasta dado con desgana. Nada que ver, ni a la alpargata le llega al amor de mi vida que es de otra galaxia, capaz de fundir el acero con una mirada y de incendiarte con una caricia aunque sea de compromiso.

Andaba un servidor haciendo lo que hacía siempre en mis tiempos de descanso: leer, escribir y mirar a una vecina del bungalow de al lado, que no sabía cómo podía estar casada con aquel espécimen.

La guardia civil hacía guardia en la puerta de la urbanización porque los etarras habían puesto precio a mi cabeza y estaban empeñados en cobrar ese recibo. Las buenas gentes de aquel sitio se preguntaban: ¿Qué pasa aquí, que hay dos nissan patrol, con sus perinolos azules, sus letreros  y todo,  parados en esa puerta y duren ahí todo el fin de semana?  ¿Qué pasa para que paren a algunos vecinos de la calle, les pregunten dónde van y les pidan incluso la documentación? ¿Por qué los lunes desaparecen y no vuelven hasta el fin de semana siguiente o al otro? Era por mi. Las viejas del visillo, que en la urbanización había varias y hasta el alcalde trepa y con ganas de homenajear a “gente importante” se había percatado, supieron pronto de qué se trataba. Por allí merodeaba un tipo que andaba en líos con los etarras y, estos, se habían juramentado para tirotearlo.

Un servidor, desastre como ha sido siempre, no llevaba teléfono móvil ni busca, utilizaba  – lo mismo que los etarras- las cabinas de teléfono para llamar. La propia guardia civil, iba a buscarme dos o tres veces cada día a requerimiento de Margarita Robles  – entonces Secretaria de Estado- o del propio Juan Alberto Belloch – biministro que debería estar dándoles clase a los de ahora pues así era su estilo, su clase y su sabiduría-.

Voy al cuartelillo, marco el número del ministro y coge de inmediato: Manuel mándame un escrito hoy porque mañana te vienes conmigo a inaugurar una cárcel. Me lo imagino, Juan  – contesté amigablemente y sin decir a tus órdenes-. Ya sé que es Soto del Real, conozco la historia.

Cuando la Sociedad que hacía las cárceles, SIEP, encontró el sitio para ubicar aquella, se montó un follón de cuidado. Nadie quiere una cárcel en su municipio hasta que los que se manifiestan en contra, ven cómo suben los precios de los pisos o cómo alquilan mierdas auténticas por pastas gansas, porque una cárcel como Soto, lleva seiscientos funcionarios que cobran un buen sueldo al mes. Los mismos que protestaban fueron los primeros que pusieron sus pisos baldíos en alquiler.

Llegué antes que Belloch, yo tenía escolta potente por el asunto etarra, y llegó él ocasionando el seismo correspondiente porque a Juan Alberto, aunque los plumillas envidiosos le llamaran “el cochero de Drácula”, tenía un aura que hacía que la gente – las mujeres más- se revolvieran y gritaran como si hubiesen llegado los Rolling Stones. Pasamos al interior y yo sin separarme ni un segundo, lo llevaba cogido por el cinturón de la gabardina   – ahí está él, que hablamos con frecuencia, para decir si es verdad-. Los periodistas, en procesión aturullada, insistían: Don Juan, entre usted a una celda que le hagamos una foto dentro. Dos veces hizo intención y esas mismas veces lo sujeté por el cinto. Ni se te ocurra, le dije en voz baja.

Era la época  – tomen nota los que me tienen que renovar el carnet de conducir de que, anciano inservible, conservo la memoria perfectamente- en que todo estaba revuelto porque Roldán se había fugado y andábamos negociando con el capitán Kanh, para que el fugado se entregara en el lejano oriente y tirara de la manta cantando lo que había robado. Los plumillas querían hacerle una foto dentro de una celda para tener el titulo: Belloch en la cárcel. ¡Qué cabrones! Ya saben que noticia es lo que molesta a alguien, si no molesta a nadie, es publicidad.

Había en la comitiva dos o tres generales de la Guardia Civil. Yo los veía unos abuelos, pero debían tener la edad que yo tengo ahora y me veo como un chaval sin media arruga. Ellos me hablaban de tú y yo a ellos igual. Se acercó mi conductor – guardia civil también- y me dijo al oído: no les hables a estos de tu, que estos con el cuerno, pegan un derrote y se llevan por delante a media humanidad. Esas fueron las dos frases que faltaron en el discurso: Ni se te ocurra entrar en la celda y ten cuidado con el cuerno de estos que con un derrote joden a media humanidad. Esa la dijo aquel sargento sabio y buena persona que había estado años y años de comandante de puesto, no diré dónde. Viva la Guardia Civil.

Tomamos un aperitivo  que había preparado el nuevo director, un almeriense trabajador y competente y me causó una sonrisa  imparable el mural que habían hecho en el polideportivo de la cárcel, haciendo referencia a las muchas vacas  que pastaban por la zona: “Choto del Real”.

Hoy, choto del real o Soto del Real, ha saltado a la fama. Esta cárcel saltó a la fama hace tiempo: Rato, Bárcenas, Pujol  – Nogueras, portavoz de Junts dijo que los catalanes no roban, se ve que olvidó las bolsas que iban a Andorra, conforme denunciaba la novia de Pujol, hijo-, Blesa  – el de Caja Madrid-, Romeva, Rull, Turull, Villar   – el del futbol-. Y un largo etcétera de Vips. Hoy ha entrado quien jamás pensó en dormir ahí. Si yo fuera director ahora   – ¡que suerte que acabaron aquellos años!- lo pondría bajo especial vigilancia y con un interno de apoyo, un negro o un moro tranquilos, con años de talego a las espaldas y acostumbrados al Choto, porque no da este hombre el tipo  suicida, pero la clave de una buena dirección es ponerse siempre en el peor de los supuestos y así nunca se lleva uno ninguna sorpresa. Di que le da por colgarse y la frase ya está hecha: la fachosfera se lo ha cargado. Un muerto siempre es un problema y famoso como este, mucho más. Aun me acuerdo de la que se levantó con el suicidio  – supuesto, que yo no estaba allí- cuando el caso del Aceite de Redondela, una nadería unos millones de kilos de aceite desaparecidos.

El señor Cerdán, dicen, no ha tirado de la manta. Koldo, Ábalos y muchos más están de los nervios, visitando el aseo con velocidades de vértigo. El colmo del morro lo ha tenido la Montero – una mujer que me caía de maravilla-: Se trata de un señor que no tiene nada que ver con el partido. #mecagoentoloquesemenea. Un tío que ha mandado en él durante años y años.

Se presenta como víctima porque él negoció la investidura con Puigdemont con los peneuveros y los bildus. Claro, leamos el auto de prisión que ya anda publicado. He leído: “persisten notabilísimos indicios de que el mismo pudiera haber participado en unos hechos que provisionalmente pudieran calificarse como constitutivos de sendos delitos de integración en organización criminal, tráfico de influencias y cohecho… también se sugiere la comisión del delito de malversación de caudales públicos o delito contra la Hacienda Pública”  – es un resumen, no copia literal-. Me tiene que venir a la memoria la canción de la vieja trova santiaguera: ¡Cómo cambian los tiempos, Venancio, qué te parece!  Del sofá y el hotelazo en Suiza, al banquillo de ingresos en Soto del Real. De estar negociando el desguace del Estado con Puigdemont a estar esperando que te tomen las huellas y te hagan la foto de frente y de perfil. No somos nadie.

Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50

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