Sheila Barrero: un disparo, un silencio y el perfil psicológico del asesino que no dejó huellas

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Por Concha Calleja*

A propósito del caso Sheila Barrero, 21 años después

El 25 de enero de 2024, el asesinato de Sheila Barrero prescribió. Se cerró legalmente un caso sin resolver. Ya no habrá juicio, sentencia ni responsabilidad penal. Pero queda, intacta, la necesidad de comprender. Porque a veces, lo que no se castiga, puede —al menos— analizarse. Y desde la psicología forense, este crimen ofrece lecciones que siguen vigentes para quienes investigan, juzgan y comunican.

Sheila tenía 22 años. Fue hallada muerta de un disparo en la cabeza, dentro de su coche, en una carretera de montaña entre León y Asturias. No había señales de lucha. No faltaba nada. No hubo mensaje. Sólo una ejecución limpia, con un arma que nunca apareció. El entorno, estrecho. Las hipótesis, escasas. El caso se cerró una y otra vez. Hasta que prescribió.

El perfil de un crimen relacional, no aleatorio

Desde la perspectiva criminológica, este no es un asesinato común. No responde al patrón de robo con violencia, ni al de crimen impulsivo. El hecho de que la víctima fuera ejecutada de un solo disparo en la sien derecha, a corta distancia, sin signos de enfrentamiento físico, sugiere planificación, dominio emocional y una clara decisión de eliminar sin confrontar.

El uso de arma de fuego —precisa, definitiva, sin error ni repetición— revela frialdad. No hay ensañamiento. No hay escenificación. Hay eficacia. Pero no por eso ausencia de motivo. El tipo de crimen, por su limpieza, suele asociarse con vínculos personales donde el asesino no desea la escena, sino el resultado. Es lo que llamamos un homicidio relacional no expresivo: el objetivo es terminar, no castigar, ni dramatizar.

Este patrón, especialmente cuando no hay robo ni testigos ni huida violenta, nos orienta hacia un agresor emocionalmente implicado con la víctima, que no actúa desde el arrebato, sino desde una decisión silenciosa y sostenida.

El valor del entorno: lo que se sabe sin pruebas

Sheila había salido de casa de su novio horas antes. Se dirigía al trabajo. Nunca llegó. Las investigaciones se centraron en el entorno sentimental y familiar. Se realizaron pruebas, interrogatorios, reconstrucciones. Pero no hubo prueba directa. Solo una acumulación de indicios débiles y contradicciones sin peso judicial.

En la criminología conductual, cuando no hay escena desordenada, ni robo, ni desplazamiento torpe, suele asumirse que el autor sabía cómo moverse. Que no improvisó. Que conocía el recorrido. Que eligió el lugar no por azar, sino porque le ofrecía tiempo, cobertura y silencio. Es decir: estaba familiarizado con la zona. No buscaba exponerse. No buscaba espectáculo. Buscaba desaparecer también él de la escena.

El análisis de la conducta post-crimen es también revelador: el asesino no se atribuyó el crimen, no envió mensajes, no contactó. El silencio fue su estrategia, no su debilidad.

Un perfil invisible, pero reconocible

La psicología forense no nombra culpables. Pero puede describir tipologías. Y la de este crimen encaja en un perfil específico: alguien con vínculo previo con la víctima, con capacidad de contención emocional, sin antecedentes violentos visibles, pero con estructura narcisista encubierta y necesidad de control.

No hay espectáculo. Hay eficiencia. No hay firma. Pero sí mensaje: tú desapareces, y yo permanezco. Sin que nadie me vea.

Este tipo de perfil se detecta en crímenes donde la víctima es “desactivada” de forma quirúrgica. No se busca sufrimiento. Se busca resultado. La muerte no es castigo. Es eliminación de un conflicto que el agresor no supo o no quiso resolver de otro modo.

¿Qué nos queda cuando prescribe?

La ley establece límites temporales para perseguir delitos. Pero esos límites no borran lo ocurrido. Ni lo aprendido. Para policías, jueces y peritos, este caso sirve como ejemplo de lo que puede perderse cuando no se interpreta bien la escena, cuando los indicios no se consolidan a tiempo, y cuando el silencio del entorno sustituye al relato de los hechos.

No se trata de buscar culpables ahora. Se trata de leer lo que ocurrió con las herramientas que tenemos hoy. Y de evitar que el próximo crimen limpio, sin ruido, sin huellas, sin escándalo… también prescriba.

El crimen de Sheila Barrero no podrá juzgarse. Pero sí puede analizarse. Y a veces, comprender cómo se comporta un asesino que no necesita matar con furia, sino con método, nos prepara mejor que mil manuales.

Porque el perfil del asesino silencioso no es una sombra sin forma. Es alguien real. Alguien que estuvo ahí. Alguien que entendió que matar sin ser visto era, también, una forma de victoria.

Perito judicial en criminología, perfiles criminales y psicología forense

 

 

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