Manuel Avilés *
Sigue la gente – todos somos gente- empeñada en llamar santa a esta semana que, como todas las fiestas estacionales no es sino la sacralización de anteriores festejos paganos, que la historia es muy larga y tan pronto rascas un poco encuentras un antecedente más antiguo de lo que crees. Bueno, dejémonos de equinoccios y solsticios y vamos al grano.
Veo tipos con sotanas, medallas, capirotes, capas pardas y cara de compungidos, algunos incluso descalzos y arrastrando cadenas, cargando una escena de la pasión de Jesús de Nazaret previa a su asesinato por el poder religioso y civil. Otros andan amarrados a un palo – en Cáceres, que tierra tan preciosa-, otros golpeándose con látigos la espalda hasta sangrar – los picaos de la Rioja- y otros bajando cuestas suicidas mientras dan vueltas para demostrar una habilidad que puede ser casi disciplina olímpica. Dicen que eso es una devoción de cojones, una expresión de la voluntad y de la religiosidad popular, un fervor que se derrama por las orejas. Yo lo veo exclusivamente como folklore – algunas me gustan por su vistosidad, otras por su silencio y disciplina, otras por su capacidad de organización, porque sacan las imágenes sincronizadamente, esquivan los cables de la luz y la estrechez o la inclinación de las calles. Los legionarios nos gustan porque nos rejuvenecen a quienes hicimos la mili, pero lo veo puro folklore – como los moros y cristianos, que a todo el mundo le gusta disfrazarse y vestirse con ropajes raros- por más que vea a señoras en los balcones llorar a moco tendido como si estuvieran presenciando la resurrección de Lázaro o la curación instantánea de la hemorroisa. Puro folklore que la Iglesia aprovecha para sobrevivir como institución esencial, aprovechada de la huida del dolor y la búsqueda de la felicidad común a todos, aunque el noventa por cierto, o más, de los procesionantes no vuelvan a aparecer por los templos hasta el año siguiente.
En medio de este folklore de trompetas, velas y tambores, de música entre militar – para marcar el paso militaroide- y sacra, me he pirado al extranjero. El amor de mi vida me pone los cuernos – eso sí que es una penitencia y no los padresnuestros que me recetaba a mí el padre Afrodisio preguntando si me tocaba, cuando yo no sabía ni qué era lo que tenía que tocarme para ir directo al infierno porque en mi época, con nueve años uno aún no sabía esas cosas. Retrasados que éramos-. Como el amor de mi vida me es infiel – con su marido-, me he cabreado y me he ido, huyendo de los cuernos y del folklore, a Viena. Bueno, cerca de Viena con una amiga casta como yo, que es traductora simultánea de lo que le pongan por delante. No puedo dar más detalles, no me deja. Andamos en un pueblo en el que no me entero de nada porque hablan húngaro, Sopron. Congelado y húngaro, cerca de Budapest, donde Orban.
Se está celebrando en Viena la 25 conferencia de la Alianza Internacional contra la trata de personas. El lema es maravilloso por la solidaridad que destila: “ Para criar a un niño hace falta toda la aldea: para protegerlo hace falta toda la sociedad”. Participan 57 países e intervienen políticos, policías y supervivientes de la trata. Me cuelo. No digo cómo, pero me cuelo. Es maravilloso no tener pasaporte, solo DNI.
Se habla de rutas nuevas, de métodos delictivos innovadores – todo por la pasta aunque se sacrifique a seres humanos – de innovaciones tecnológicas para luchar contra los rincones más sórdidos y espeluznantes de esta guerra silenciosa y encarnizada que se cobra miles de víctimas al año. Hoy no existe ningún lugar en el mundo libre de este delito que causa raptos, asesinatos, torturas y desapariciones, sobre todo de mujeres y niñas.
¡Es la economía, estúpido! También la tecnología: internet a la sombra, redes sociales, redes de chateo y ligue en línea, foros de juegos y agencias dudosas de ofertas de empleo que encubren redes de captación de mujeres y niños. Loa clientes puteros y pederastas – a veces bajo un aspecto de honestos ciudadanos y hasta encumbrados en puestos de relevancia- alimentan de dinero constantemente estos crímenes contra la humanidad para alimentar sus trastornos.
He conocido a miles de prostitutas en las cárceles – por ellas y por respeto a ellas el título de mi libro “DE prisiones putas y pistolas”- y todas cuentan los engaños, las falsas promesas de trabajo en el primer mundo y los sufrimientos que han tenido que soportar para enriquecimiento de estos desalmados. Para proteger a los más desventurados de estos delincuentes internacionales y de cuello blanco, es precisa la intervención de toda la sociedad que no puede mirar hacia otro lado, como hace.
Pese a mi ser carcelero, con mil historias vividas de este calibre cochambroso, impresionado por los testimonios de esta Conferencia internacional sobre trata de seres humanos, vuelvo a mi refugio húngaro de Sorpom. Desde la ventana, de noche, veo y tirito ante los campos magiares congelados mientras en la playa del Postiguet empiezan a tostarse los guiris y los autóctonos a veinticuatro grados. No hace sueño entre Viena y Budapest. Hay noche por delante y vuelvo a mi trabajo voluntario desde que termine mi estancia en las cárceles.
Ando con una vida sumamente interesante. Un hombre de Almoradí que nació en el año 1935, cuando la segunda república aun no era consciente – sirva de aviso, que a mayor confianza, mayor peligro, cantaban las sevillanas bíblicas en la película magnífica de Carlos Saura- cuando la república no era consciente de que ya andaban los africanistas, Mola y el inútil Sanjurjo, preparando un golpe contra ella. Este hombre, aun no había un instituto en cada pueblo, estudiaba en el Liceo Politécnico de Almoradí y se examinaba libre en junio de todas las asignaturas. Entonces se estudiaba. No era como ahora, que el profesor te sube los apuntes a la nube, no te puede llamar la atención porque va tu padre y lo agarra del pescuezo, y no te puede suspender porque lo llaman al orden por si acaso te frustras con un suspenso. Así vemos a licenciados en cualquier cosa que no han leído a Pío Baroja, que no saben quien era Cicerón aunque dominen el tik tok, y que no tienen ni puta idea de lo que pudo escribir Voltaire, o Freud o y que si le preguntan por Vargas Llosa dicen que fue “ese tío que se enrolló con la Preysler”.
El hombre al que yo estudio para escribir sus memorias biografiadas es Joaquín Galant Ruiz, un chico que en pleno imperio franquista, cuando en la Andalucía profunda solo salíamos para ir a la vendimia o a barrer calles en Stutgart, él ya iba a trabajar con los asentadores de alcachofas de la Vega Baja en Perpignan, en Ginebra o en Londres. Hijo de una tierra industriosa y emprendedora, con su carrera de abogado bien terminada, sintió el gusanillo de la política. Nacionalcatólico en sus inicios, hombre de fe pero no aprovechado, afianzó la Democracia Cristiana en Alicante y llegó al Congreso como diputado constituyente en los inicios de la democracia, con Suárez, Junto con Felipe, el mejor presidente de España en los últimos quinientos años.
Me está gustando estudiar y escribir la vida de este hombre bueno, al que su mujer, Manuela, una palentina guapa e inteligente, boticaria, le decía: Joaquín, no seas tan modesto. Él en los noventa años y con despacho de abogado abierto y funcionando, es un libro abierto sobre la historia de este país extraordinario. Ya lo decía Von Bismarck; España es el país más fuerte del mundo, lleva doscientos años intentando destruirse y no lo ha conseguido. Miren a su alrededor, aun hay gente empecinada en eso.
