Manuel Avilés*
Perdonadme. A esta edad provecta no quiero tirarme faroles. No voy a ir aquí fardando de polvos estratosféricos cuando uno va ya mucho más de ternura… cosas de la edad-, de amor dulce y de palabras suaves al oído, que de becerro empotrador, salvo que los astros se alineen y un día puedas cambiar las medallas y las condecoraciones – decía Groucho Marx-, los reconocimientos y los títulos, por una erección a tiempo, cosa más que deseable.
Esta mañana me he levantado enervado – no piensen mal-, un memo hablaba en la radio – los vejestorios tenemos la manía de escuchar la radio por la noche, porque nos queda una eternidad inconmensurable para dormir- un memo, repito, hablaba en la radio de que, desde una conversación garbada a un guardia civil de la UCO, que ya no está porque se ha ido a trabajar para Ayuso, se proponía, o se especulaba, con ponerle a Sánchez una bomba lapa debajo del coche.
Me levanté de la cama sin ponerme ni siquiera los gayumbos, enervado como he dicho, cabreado como una mona sin el vis a vis que espera, y pensando – con todos mis respetos para el descerebrado autor del montaje-, el asesor que, como munición para evitar la que esta cayendo a los socialistas, como carga de profundidad política, quiera vender la especie de que alguien quiere poner una lapa a Sánchez, por favor, que lo cesen de inmediato. El que ha inventado esa argucia no puede estar en ningún laboratorio de fontanería de ningún partido sino en un Cottolengo, cantando vamos de paseo en un coche nuevo, haciendo los coros de Fofó, Miliki y Fofito.
He gastado muchos pantalones tirándome al suelo, mirando debajo del coche para buscar una lapa en los bajos, en los pasos de ruedas e incluso en el motor o en el maletero, o debajo del asiento del conductor. Y eso que tuve mucho tiempo escolta porque me la puso Antonio Asunción y ordenaron que siguiera – yo no la quería porque era un rollo- Margarita Robles y el Superjefe Juan Alberto Belloch, un hombre que no me conocía cuando me reclamó para trabajar con él y me trató siempre como si fuese mi hermano mayor. Pregúntenle.
¿Cómo, la guardia civil, que sabe de eso va a programar una lapa al Presidente del Gobierno? He trabajado con unos cuantos generales de la Guardia Civil y no he conocido ninguno que fuese tan imbécil como para imaginar semejante gilipollez. El Presidente no se sube nunca a un coche, ni va a un sitio, ni duerme en un hotel, que no haya sido escudriñado minuciosamente por el grupo de escoltas.
Les voy a contar una cosa – que desarrollaré en las memorias, al loro-. Estaba yo con un grupo de policía en una operación contra los etarras. No digo donde ni cuando, en las memorias soy capaz de decirlo con nombres, ya veré. Vuelvo a Madrid y había quedado con mi novia que no la veía hacía más de un mes y ya saben el peligro que tienen esas ausencias. Guapa, alta, delgada, estratosféricamente preciosa, aunque no le llegaba a mi chica de ahora, mi gran amor con la que quiero disfrutar hasta el último día de mi existencia, que tiene la sonrisa terapéutica, la boca de seda y el cuerpo, el tipo y la geografía entera de pecado original. No hablaré del tacto de su piel porque directamente entrarían todos a pecar contra el sexto y el noveno mandamientos. Si los que escribieron el Génesis, la hubiesen conocido, ella habría sido Eva, la perdición de la humanidad, la mujer por cuyos besos uno pierde los principios, la vergüenza, la salvación eterna que predican los curas y la muerte en la hoguera, despellejado antes, si es preciso.
Ya me he ido por los cerros de Úbeda, que estaba yo buscando a unos etarras con unos policías y – esto va a cuentas de que Sánchez no se sube al coche sin veinte revisiones previas- y vuelvo a Madrid donde me esperaba mi novia, que yo creía estratosférica hasta conocer a quien me quita el sueño hoy, mañana y pasado, con la que voy a vivir hasta que entre directo al crematorio. Comimos, con cuatro escoltas en dos mesas contiguas, que ni a mear me dejaban ir solo y, cuando nos fuimos al hotel, cerca de la Plaza de España, donde el piso de Jessica, solo que aquel hotel lo pagué yo de mi sueldo mensual, entraron cuatro y miraron cada centímetro cuadrado: bajo la cama, el aseo, los armarios, el balcón y hasta las bombillas de la lámpara del techo. No digo lo que me preguntó un motrileño, que era del grupo de escoltas, porque es capaz de no haberse jubilado y todavía le meten una falta grave.
Habiendo vivido yo estas películas me dicen “los asesores y hasta algún ministro” que querían ponerle una lapa al Presidente. ¡Césenlos inmediatamente! Con ayudantes así no necesita enemigos. Esa comparsa, Presidente, te lleva a la ruina.
Después de tirarme de la cama con el pelo alborotado – sin las media de color, que no me van esas mariconadas- y sin haberme tomado ni medio café con leche, dada mi inutilidad y que no tengo nada que hacer, salvo pedir porque Satanás me deje tranquilo y no me tiente enviándome cerca a mi chica, que me hace pecar de palabra pensamiento y obra, enciendo la televisión y veo lo que nunca imaginé. La política se ha deteriorado y ha quedado como carne de “salvamedeluxe”. Puro cotilleo barato con el eslogan de siempre: “Y tú más, que tienes a la Gürtel”.
Sale una señora que se hace un lío explicándose y ya no sabemos si es fontanera que acumula basura para hundir al contrario, periodista que se documenta para escribir un libro sobre las cloacas o una señora que pasaba por allí y todo le ha caído del cielo por arte de birli birloque. En medio de la comparecencia – ya la han dado de baja en el partido porque ese es un mecanismo de defensa más viejo que las cortinas de saco: no respondemos porque no es militante-. En medio entra Aldama, otro señor con mil sospechas encima hasta que haya sentencia firme de algo y otro espontáneo, defensor de la fontanera insurgente, lo empuja para que deje de reventar un mitin sobrevenido que reúne más gente que si hubiera resucitado Fredy Mercury para cantar otra vez.
¿Esto es la política? ¿La vivienda? ¿La atención médica? ¿La inmigración en la vía canaria que tiene el atlántico infestado de muertos? ¡la opresión de las mujeres con el cuento de la cultura islámica? Pues no, la política es fontanería barata que no sabe ni cambiar un grifo.
Me cabreo, cojo la moto – me jubilé tras cuarenta años jugándome el pescuezo para dedicarme a las motos y la literatura- y me da por subir a la Carrasqueta. De cero a mil cien metros en media hora, la Jijona turronera, los barrancos de la sierra alicantina, curvas divinas para rozar las rodillas vejestorias en el suelo y las carrascas con sombra que dan nombre al Puerto. En un merendero, con la sombra arbolada y al fresco sueño con mi chica. Ni política ni hostias, que se endiñen hasta que se cansen y que cambien de fontaneros y de pactos para mantenerse en el sillón. Al fondo la costa alicantina, el cabo de las Huertas, la playa de San Juan, la Vila, el mar mediterráneo azul e intenso…y mi chica. Su piel de sacrilegio, su sonrisa luminosa, sus manos finas que restauran la más grave herida y sus ojos, hondos, expresivos en el silencio y capaces de hablar solo mirándote. ¿Qué me van a interesar Sánchez, Puigdemont, Rufián, Feijoo, Tellado o las fontaneras? ¿Sabeis lo que es un orgasmo? Yo hoy, intentando bordar las curvas de la Carrasqueta y con ella grabada en mi entrecejo. La felicidad.

Que buen articulo Manuel y cuanta razón tienes. “A viejo zorro no lo engañan con mañas nuevas”. Lo que más me molesta es que nos tomen por idiotas. Y lo peor es que si hubiera elecciones ahora mismo, tiene narices a ganar el Psoe de nuevo. No escarmentamos con todo lo que esta cayendo. Tu libro autobiográfico no me lo perdería por nada del mundo, aunque me consta por tus libros ( leídos todos), que siempre cuentas algo vivido por ti. Un fuerte abrazo amigo.