Orden y justicia: la Santa Hermandad

Comparte ese artículo

jorge_avila_h50_historiador

10 de abril de 1476. La guerra civil por el trono de Castilla está casi decidida. Isabel y Fernando se han impuesto a las pretensiones de Juana, hija del fallecido Enrique IV de Castilla, y a sus partidarios.

Sin embargo, hace tiempo que la criminalidad campa a sus anchas por el reino, aprovechando el caos y la anarquía derivados de la guerra: homicidios, robos, violaciones… Los caminos y los montes ya no son seguros para nadie, y las ciudades son el único reducto en el que los súbditos encuentran algo de seguridad. Actividades cotidianas como realizar un viaje, labrar la tierra o conducir un rebaño a través de las cañadas son ahora peligrosos negocios, con unos riesgos que muy pocos están dispuestos a asumir. La rapacidad de la gran nobleza castellana añade más leña al fuego. Muchos nobles son tanto o más poderosos que los propios reyes y compiten con estos en riqueza, tierras y prestigio. Los castillos y fortalezas que salpican el paisaje castellano sirven de escondrijo a todo tipo de salteadores y bandidos, engrosando con ello las mesnadas de algunos nobles opuestos al poder real.

Ante esta situación de violencia, unos jovencísimos Isabel y Fernando, futuros Reyes Católicos, convocan Cortes en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, a las que han sido llamados los procuradores de las ciudades castellanas y donde está a punto de decidirse la creación de la primera fuerza de seguridad de alcance general en la Historia de España: La Santa Hermandad.

La idea de una fuerza de seguridad dependiente del poder real y encargada de la seguridad del reino no era algo nuevo. Sucesivos monarcas castellanos habían intentado impulsar el proyecto, aunque sin éxito. Unas veces, por las sucesivas guerras entre nobleza y corona; otras, por la resistencia de algunas ciudades a contribuir económicamente a su sustento. No obstante, la habilidad política de Isabel y Fernando acabó por vencer las resistencias de las ciudades, logrando establecer la contribución económica necesaria para sufragar la Santa Hermandad.

Orden y justicia fueron los santos fines de esta nueva institución, concebida como una liga o confederación de ciudades cuya dirección se encomendó al Consejo de la Hermandad, dependiente a su vez de la autoridad real. Desde el momento de la aprobación de las ordenanzas reguladores de la Hermandad en abril de 1476, todas las ciudades, villas y demás lugares del reino tuvieron un plazo de treinta días para hermanarse en su lucha contra el crimen. Salteamientos de caminos, robos de bienes muebles o semovientes, muertes, lesiones, detenciones ilegales e incendios provocados en casas, viñas y cosechas fueron inicialmente los delitos competencia de esta fuerza de seguridad, los llamados casos de Hermandad. Su jurisdicción territorial se limitó a los yermos y despoblados, entendiéndose como tales los montes, los caminos y los núcleos de población de menos de cincuenta habitantes.

En cada ciudad o villa y dependiendo de su población se nombraron entre uno y dos alcaldes de Hermandad, cargos que aunaban las funciones judiciales con las policiales. A los alcaldes les correspondía principalmente realizar pesquisas para el esclarecimiento de los delitos, ordenar partidas de persecución y juzgar a los malhechores. También se nombraron cuadrilleros, personal operativo por excelencia de la Hermandad encargado de realizar la vigilancia de las cuadrillas asignadas, recibir denuncias, indagar, perseguir malhechores e incluso ejecutarlos en el momento de la detención dependiendo de la gravedad del delito cometido. La dotación armamentística de los cuadrilleros estaba compuesta por lanzas, dardos, ballestas y espadas. También podían llevar alguna protección corporal metálica, como capacetes, brazales o pectorales de placas.

* Cuadrilleros ajusticiando un delincuente (Manuel Ángel García González, 2021).

La represión de la delincuencia por parte de la Santa Hermandad fue tan brutal y despiadada como exigían la propia delincuencia y el carácter de los tiempos. Los juicios eran sumarísimos, y aunque es cierto que en la mayoría de las ocasiones los delincuentes eran despachados in situ con azotes, multas o destierro, no lo es menos que la pena de muerte por asaetamiento estaba a la orden del día, y se aplicaba sin miramientos cuando era menester. Los reos eran atados a un poste y se disparaban varias saetas contra ellos, hasta acertar en el corazón. A continuación, el cadáver era colgado de un árbol en los márgenes de algún camino, como advertencia pública para todos aquellos que osaran quebrantar la paz del reino. En muchas ciudades existían cárceles de Hermandad, como la que aún se conserva en Toledo, convertida en museo, y en la que es posible visitar las celdas en las que se encerraba a los delincuentes a la espera de su juicio en el salón al efecto habilitado en el mismo edificio.

La eficacia de la Santa Hermandad en la lucha contra la delincuencia en general y contra el bandolerismo en particular fue tal, que lo que nació como una solución de fuerza temporal acabó por prorrogarse veintidós años. Durante ese tiempo, la Hermandad habría de tener un papel protagonista en dos hitos importantísimos para la Historia de España: la toma de Granada y el descubrimiento de América. Una milicia compuesta por unos diez mil miembros de la Santa Hermandad participó en la toma de la ciudad, que capituló el dos de enero de 1492. Por otro lado, fue el tesorero de la Santa Hermandad, Luis de Santángel, quien prestó a la reina Isabel el dinero necesario para sufragar la expedición de Colón a las Indias. En el segundo de los cuatro viajes realizados por el almirante incluso embarcaron miembros de la Santa Hermandad, para proporcionar seguridad a la tripulación una vez que esta llegase a su destino.

Llegado el año 1498, los niveles de delincuencia eran ya más o menos tolerables, y el coste de mantenimiento de la Hermandad se había convertido en una pesada carga sobre los súbditos, que comenzaban a verla más como un instrumento de recaudación fiscal que como una verdadera fuerza de seguridad. En consecuencia, en 1498 la reina Isabel ordenó la disolución del Consejo de Hermandad y de la contribución económica, pasando cada hermandad a depender de su respectivo concejo. A partir de entonces, la intervención de los personajes poderosos de las ciudades en sus respectivas hermandades, ya deslocalizadas, supuso el declive progresivo de este modelo policial a lo largo de toda la Edad Moderna. Las últimas hermandades (de Toledo, Talavera y Ciudad real) fueron finalmente disueltas en 1834, tras la creación de la Superintendencia General de Policía del Reino de 1824, aunque no sin dejar un interesante testimonio de su existencia.

Un artículo de Jorge Ávila. Oficial de Policía Nacional. Historiador y profesor de Geografía e Historia en la Academia PROCIVIL.

* Ilustración realizada por Manuel Ángel García González, reputado ilustrador/grabador leonés especializado en temática histórica. Entre sus diversos trabajos se encuentran las ilustraciones del Centro de Interpretación del León Romano, visitado cada año por miles de turistas nacionales e internacionales.

2 comentarios en “Orden y justicia: la Santa Hermandad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

error: Contenido protegido por derechos de autor c) 2021 h50. Está expresamente prohibida la redistribución y la redifusión de este contenido sin su previo y expreso consentimiento.