Las putas, los puteros y otras historias para no dormir

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Manuel Avilés*

lo que voy  escribo a continuación hay que entenderlo presuntamente pero…claro no voy a estar, por cuestiones de higiene en el estilo – me jubilé, perdí la mitad del sueldo, el complemento de paternidad y pasé a ser mucho más cero a la izquierda de lo que ya era, solo para andar en moto e intentar escribir bien-  no voy a estar, para satisfacer a los que imponen el pensamiento, poniendo la palabra presuntamente cada dos líneas del artículo y siempre con ellos, ellas y elles, que menuda gilipollez se han inventado, argumentando que eso es igualdad.

Si  digo, es un ejemplo: Koldo es un putero, hay que entenderlo presuntamente y como consecuencia de lo mucho publicado en este terreno. Si yo digo: ¡Qué casualidad, que tantas sobrinas de Ábalos sean putas!  Me hago eco de lo que anda por las redes a modo de chiste, por las tertulias y por cada conversación de terraza al atardecer, que ahora es imposible estar en un café.

Les voy a ser claro y sincero, que luego viene alguna y me llaman superficial y vanidoso, y mentiroso y ligón de playa  – pobre de mí, que cumplí el otro día cincuenta y dos años, y ya no ligo ni echando mano de los books de Koldo-. Conozco a mucho más de mil putas. No se pueden imaginar hasta qué punto las respeto y les tengo aprecio a muchas.

Es por la cárcel. Por eso escribí un libro hace unos años, que ahora quiere reeditar Santi Montañés en Samarcanda, titulado “De prisiones, putas y pistolas”. Más de una feminazi, feminista, feminoide, elegetebé, y elegete lo que sea, tendría que leerlo. Conozco a muchas putas y he defendido a muchas, empezando por las viejas de la plaza de Correos de Alicante. Muchas a las que el SIDA liquidó.

He sancionado a mil putas en las Juntas de Régimen y administración que he presidido durante años. También he roto y tirado a la papelera expedientes castigadores sin empecinarme en arreglar por vía disciplinaria lo que era un problema de pobreza, de necesidad, de incultura, de delincuencia criminal de trata de blancas. A todas las he respetado, incluso a la que me destrozó el brazo mordiéndome y la mano izquierda de dos puñaladas. Fui al hospital en el land rover de la guardia civil, volví curado, vendado y acojonado porque los tests del sida tardaban mucho entonces y, al volver, tres valientes que no estaban cuando tuvo lugar la agresión porque aquella negra cubana  – lo siento, para los puristas, era negra y no uso el adjetivo como insulto- se asustó y respondió mordiendo y apuñalando con un cuchillo de comedor. Los tres valientes, cuando volví, querían “darle un repaso a la negra” y yo dije: a la negra el único repaso es sacarle sangre, para ver sus niveles de VIH. De repaso nada porque no se le pega a una mujer que está esposada y con la cara contra el suelo. Sepan que luego las medallas y las cruces del mérito eran para los culiplanos del sillón.

Las mil putas que he conocido han sido muchas veces ejemplo de dignidad, de sufrimiento, de elegancia, pese a tener incluso tatuajes con faltas de ortografía, de agresividad porque era su manera de enfrentarse a un mundo que las había machacado desde la infancia. Por culpa de esta puñetera memoria mía, me acuerdo de todas y a algunas me gustaría verlas ahora e invitarlas a comer o a un café, y preguntarles por cómo ha evolucionado su vida.

No podría invitar a Aurelia, una niña preciosa que trabajaba en aquella plaza de Correos y de la que se enamoró  hasta las cejas  – lo mismo que yo me he enamorado del amor de mi vida, exactamente igual-  un camionero danés. Ella no quiso irse al frío de Dinamarca y murió hecha pedazos por el virus que diezmó la población delictiva y marginal. No podría invitar tampoco a Mari Carmen, que fue miss talego en Fontcalent con un vestido, desvergonzado para la época pero que hoy podría llevar una monja ursulina. También murió por el virus. ¿Dónde estará Geli? Guapísima, violenta, mandona. Le dije un día: Ángeles, antes de hacerte un tatuaje dímelo – hacerse tatuajes en la cárcel estaba sancionado- intentaré que el tatuador no ponga  “amol des madre”. Siendo director de Valencia recibí una carta suya que aún guardo: “Don Manuel, cómo ha subido  – la conocía siendo Jefe de Servicios-. Ya se que uste por su arto calgo no da audencias”. Y se la di e hice un trato con ella: si estás un mes sin pelearte, sin pegar a nadie, te sacaré de primer grado. Y cumplió. Luego llegaron los lenguaraces, culos cuadrados ocupantes de sillones aplastados, y decían que habían inventado los contratos de conducta. Exactamente como los de la película Maixabel, se habían inventado y llevado a cabo la Vía Nanclares.

Quería ver a la Luisa, una murciana gitana y contundente, que le sacó  “las estijeras” a un viejo verde de la Vega Baja porque después de estar un cuarto de hora “magreándola”, se quería largar sin soltar un duro.

Miren hasta qué punto respeto a las putas que nunca fui a ningún sitio en el que ellas trabajaban y me invitaron a todos. ¿Quieren nombres de garitos?  Espérense a las memorias porque ya no voy a decir ni pío sobre ellas hasta que Santi Montañés las ponga en las librerías. Solo una cosa, la mejor fotógrafo de España, con las tres modelos más preciosas  – no puedo decir más, pero es imposible ser más guapa, todas y cada una de ellas- hemos tenido una sesión de fotos para buscar una portada adecuada. Carolina Roca lo va a conseguir.

Me ha resultado extraño cómo, un requisito, una actividad esencial ligada a negocios, poder, encuentros de nivel, mando y otras mierdas, se liga a la prostitución, que es una actividad infame y criminal. NO hacía dos días que yo había tomado posesión de la dirección de una cárcel. Los teléfonos eran de antes del diluvio, sonaba y lo cogías. Tenían una palanca: despacho o casa. Suena a las diez de la noche. Yo ya en la cama como un monje trapense. La cojo y esta fue la conversación:

—Buenas noches, señor director? Verá usted somos unos amigos y queremos invitarlo a una cena, unas delicatessen, unas copas…

—Perdón  ¿los conozco yo a ustedes? ¿Son unos amigos míos?

—No…vamos a ver, somos unos amigos, que queremos hacer una cena, ya sabe usted, una cena de amigos de nivel: unas delicatessen, unas copas, unas niñas, champan… pasarlo bien…y queremos invitarlo.

—A ver un momento  – respondo yo que me hago el tonto de manera natural y sin esfuerzo- ustedes son amigos, pero….¿son amigos entre ustedes o son amigos míos porque aun no me han dicho su nombre, ni a qué se dedican y yo creo que no los conozco? ¿Cómo me van a invitar a cenar en ese hotel tan lujoso?

—No hombre no, somos amigos nosotros y queremos invitarlo, pero a algo sin importancia…ya sabe, champan, un picoteo, unas niñas…

—Pues les agradezco la invitación pero no puedo ir porque no me gusta el champan  -tampoco los barcos y eso es una gran ventaja- y las niñas… tengo yo una novia y no me la termino. En esta vida frailuna de director de cárcel. Si no puedo atender a la central, no voy a poner sucursales   – esperen a las memorias y no lo digo más-.

Se acabó la conversación y a los pocos días entró una recua de narcos a la cárcel. Uno pidió audiencia y se la di porque siempre he escuchado a los presos y a sus familiares. No había empezado a hablar sobre sus derechos y sus situación y me dije a mi mismo inmediatamente: este es el del hotel de lujo, las delicatessen y las niñas. #mecagoentoloquesemenea

Otor día, en otra cárcel, también me invitaron a comer. No a cenar, no hotel  y no nada. El invitador era cargo público. Terminamos la comida sencilla y dijo: vamos a ir a tomar una copa y nos reímos un rato en el club… “La panteras desmadradas”. Le contesté no puedo y casi se enfadó   – el había pagado la comida normal , mi pesetas por barba, eran otros tiempos. No me da risa ni me puedo reir en esos sitios. No soy Savonarola, no me dan miedo las putas, pero si yo me tomo ahí un gin tonic y me medio meto mano con una chica que intente que le pague dos “gin tonis” a ella, pasado mañana puede entrar en la cárcel y dirá a las otras presas: yo he tomado copas con el director y quedo por los suelos, como Roldan en el sofá con los calzoncillos de lunares, como Koldo, como Ábalos como… No he ido jamás de putas por respeto a ellas, por su dignidad. Por eso el amor de mi vida me quiere. Entre otras cosas.

prisiones, putas y pistolas
Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50 Digital

 

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