
Por Ernesto Vilariño*
Desde que tengo memoria, la Vuelta Ciclista a España ha despertado mi curiosidad. He visto a hombres luchar incansables contra el agotamiento en etapas interminables, y siempre he observado en ellos los mismos valores de esfuerzo y entrega que nos definen como guardias civiles. Por eso, cuando el servicio me ha permitido acompañar a La Vuelta o a cualquier otra ronda de estas características, me he sentido especialmente a gusto. Es un privilegio proteger a esos gigantes de las dos ruedas.
Pero las similitudes entre la Vuelta y la Guardia Civil no se quedan ahí. Ambas gozan de un gran reconocimiento, tanto en la sociedad española como a nivel internacional. La Vuelta es un emblema de nuestro país, que con cada pedalada ha sabido ganarse un lugar en la élite mundial. Gracias a corredores de la talla del francés Jacques Anquetil, el belga Eddy Merckx o el holandés Joop Zoetemelk, y luego con españoles muy internacionales con Pedro Delgado o Alberto Contador, la carrera se validó como un evento global que hoy brilla con luz propia cada septiembre, proyectando una buena imagen de nuestro pueblo, principios, valores, costumbres y estilo de vida.
Del mismo modo, la Guardia Civil es una de las instituciones más valoradas y queridas de nuestra nación. Con mi uniforme, defiendo una bandera y a una nación de la que me siento orgulloso. Esta labor de servicio, honor y lealtad, reconocida y admirada dentro y fuera de nuestras fronteras, simboliza el compromiso inquebrantable de España con la seguridad y la estabilidad. Que ambas instituciones, tan respetadas y valoradas, colaboren en un evento de esta magnitud es un reflejo de los valores que compartimos y que proyectamos juntos al mundo.
Curiosamente, las dos, la Benemérita y La Vuelta, han estado siempre unidas. La historia de la segunda es inconcebible sin la participación de la primera. Es una tradición que se remonta a los primeros años de la competición y que, con el tiempo, se ha profesionalizado para garantizar la seguridad de todos. Como miembro de la Agrupación de Tráfico, puedo decir con orgullo que nuestro trabajo es vital: protegemos a los ciclistas y equipos, gestionamos el tráfico y aseguramos el paso de la caravana. Para nosotros, los guardias civiles, acudir a cada edición es un momento de gran satisfacción. Nos sentimos uno más de la carrera.
Sin embargo, este año la gran fiesta de las dos ruedas ha estado marcada por un amargo contraste. Hemos visto cómo la carrera se ha convertido en un escenario para una protesta insana. El derecho a manifestarse es un pilar de nuestra democracia y nuestra labor es precisamente protegerlo. Pero ese derecho no puede ni debe poner en riesgo la vida de nadie ni coartar los derechos del resto de la sociedad.
Lo que hemos presenciado no es una protesta pacífica. Con cada barricada, con cada interrupción, con cada objeto lanzado o con cada intromisión de ciertos grupos extremistas en el asfalto, la situación se ha vuelto más tensa y peligrosa. Los ciclistas, que se juegan el físico en cada etapa, no pueden correr bajo la amenaza de una interrupción violenta. Los espectadores, que acuden a la carretera con la ilusión de ver a sus ídolos, tampoco merecen ser expuestos a la inseguridad. Y nosotros, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, nos enfrentamos a situaciones imprevisibles donde un paso en falso puede causar una tragedia. Porque sí, ahí estábamos nosotros, y no somos considerados como profesión de riesgo.
Ha finalizado la octogésima edición de la carrera de los denominados por algunos “jornaleros de la gloria”, y ha sido, posiblemente, la Vuelta más amarga de la historia. Especialmente para los ciclistas, que no pudieron celebrar las mieles de su éxito tras veintiún días de sacrificio por los violentos altercados que obligaron a suspender la llegada a Madrid en su etapa final. Hubo empujones a los ciclistas para que cayeran, chinchetas en el asfalto, lanzamientos de barreras… y personas con el rostro cubierto realizando estas fechorías. ¿Acaso esa violencia no los iguala a aquellos contra los que supuestamente protestan? En cuanto a la verbal, más allá de las increpaciones, ¿no son igualmente intimidantes las consignas que se han escuchado en Madrid, como aquel “¡No pasarán!” que nos transporta a momentos de la historia de los que todos deberíamos haber aprendido algo tras 50 años de democracia?
Estos últimos doce días hemos presenciado una escalada de tensión difícil de controlar, caldeado y animado incluso por el propio presidente del Gobierno de todos los españoles, algunos de sus ministros y sus socios de gobierno. Es una irresponsabilidad echar leña al fuego y mucho más que el jefe del ejecutivo, consciente del ambiente caldeado en el que se desarrollaba la prueba, el último día declarase en un mitin en Málaga su “admiración a un pueblo español que se moviliza por causas justas, como la Palestina” dentro del contexto de la final de Vuelta a España. En un país democrático no se puede echar gasolina, leña y otros acelerantes al fuego porque uno se acaba quemando, y desgraciadamente sabemos mucho de incendios. El presidente debería ser más consciente de que violencia genera violencia. Además del ciclista Javier Romo, que tuvo que abandonar la carrera en Galicia tras ser empujado al suelo por los manifestantes, decenas de agentes han resultado heridos en esta prueba, entre policías y guardias civiles, y aun así, no somos considerados como profesión de riesgo.
Por eso quiero hacer un llamamiento a la sociedad y, de forma muy especial, a la clase política para que rebaje la intensidad de sus discursos y asuma su responsabilidad de mantener el orden. No es de recibo que quienes nos gobiernan hayan alentado a los extremistas a mantener su posición en cada etapa, los mismos gobernantes que deben cuidar por la seguridad de toda la población, entre los que nos encontramos las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Y no, no somos considerados como profesión de riesgo.
Insisto, se puede reivindicar y condenar, pero no poner en peligro la vida de gente inocente, ciclistas, seguidores y, por supuesto, nosotros, los guardias civiles y policías. Las protestas, cuando se traducen en barricadas y lanzamientos de objetos, violencia física contra las personas, pierden toda su legitimidad y nos obligan a intervenir, poniendo en comprometiendo la vida de todos los implicados. Se ha dejado de hablar de la carrera y el debate se ha centrado en los incidentes. No ha sido noticia quién ganaba cada etapa, sino si los corredores podían llegar a la meta, el número de detenidos en ella y cualquier incidente extradeportivo. Y ahí estábamos nosotros, que no somos considerados como profesión de riesgo.
El mayor contraste, y lo que mucha gente no sabe, es el enorme sacrificio que supone para el Cuerpo un evento de esta envergadura. Lo hacemos con orgullo, por España, como aprendimos de la Cartilla de la Guardia Civil, protegemos la seguridad, el orden y la estabilidad de la nación pues tenemos plena conciencia de que nosotros, la Benemérita, somos la imagen de la nación que representamos. Pero nuestros recursos son limitados y las plantillas están bajo mínimos en muchos cuarteles, con más de 17.000 vacantes por cubrir. Para poder hacer frente al despliegue de La Vuelta, tenemos que desviar efectivos de sus zonas habituales, dejando a gente sin la protección que merece. La seguridad en las carreteras, la lucha contra la delincuencia en el medio rural o la vigilancia de nuestros montes se ven comprometidas. Para evitar o reducir la violencia de unos pocos, hay que dejar de atender a otros. Y ahí estamos siempre nosotros, que no somos considerados como profesión de riesgo.
Es una incomprensible e irresponsabilidad que, a pesar de las carencias, se nos exija más y más sin un reconocimiento real de los riesgos que asumimos. Es un sinsentido que las protestas pongan en riesgo la vida de los agentes, mientras su labor no se reconoce oficialmente como tal. Y ahí estamos siempre nosotros, que no somos considerados como profesión de riesgo.
Por eso, nuestro llamamiento no es a favor ni en contra de ninguna causa. Es, simplemente, una petición de coherencia y civismo. La libertad de protesta nunca puede ser el pretexto para poner en jaque la seguridad y el derecho de los demás. Nosotros, los guardias civiles, seguiremos en la carretera, velando por todos, pero sería un alivio saber que el respeto a la libertad y a la vida de los demás sigue siendo la meta de todos.
La imagen de España ha quedado aún más mermada gracias a este espectáculo bochornoso que desde algún ministerio han incluso alentado. Nos han puesto a todos en peligro. Trabajamos sin hombres suficientes, sin medios apropiados, nos enfrentamos a la violencia más extrema incluso en contextos que se suponen festivos. ¿Y no somos considerados como profesión de riesgo?











