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La muerte silenciosa de la Benemérita

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Ernesto Vilariño, secretario nacional de JUCIL*

Empezamos el curso conmemorando una fecha especial: el 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Ante el preocupante incremento global de este problema de salud pública, la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP), junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS), establecieron en 2003 esta fecha para crear conciencia y reducir las muertes por suicidio y el estigma asociado a la salud mental. Porque sí, esta es una de las causas de fallecimiento no natural más evitables.

Lamentablemente, esta fecha la sentimos con un peso particular en el corazón de la Guardia Civil. Es el recordatorio de una lacra que golpea silenciosamente a nuestro Cuerpo, una herida que, lejos de sanar, se agrava cada año. Los suicidios de agentes apenas ocupan unas líneas en los medios, cuando llegan a estos, pero dejan un vacío inmenso en nuestras filas. Las cifras son demoledoras: mientras que en 2023 y 2024 las pérdidas fueron alarmantes, con al menos 13 fallecidos, en lo que llevamos de año ya tenemos noticia de ocho compañeros que se han quitado la vida. ¿Existe alguna empresa privada donde se sumen anualmente tantos suicidios entre sus trabajadores sin que se tomen medidas?

Si nos realizan reconocimientos médicos y se asume que gozamos de una buena condición tanto física como mental, ¿qué lleva a un miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a tomar una decisión tan extrema? ¿Qué está fallando en el sistema para que más de una docena de compañeros no vean otra salida que poner fin a su sufrimiento con la propia muerte? La respuesta es simple: la desesperación.

Somos una profesión vocacional. Nadie se une a la Guardia Civil por fama o riqueza. Lo hacemos por un profundo espíritu de ayuda y servicio a los demás. No tememos a la muerte, pero la respetamos. Día a día, ponemos en juego nuestra propia vida para garantizar la seguridad de los ciudadanos y aun así todavía no somos considerados profesión de riesgo. La vocación, por sí sola, no es suficiente.

La inmensa mayoría de los compañeros que toman la decisión de quitarse la vida lo hacen por una desesperanza basada en dos pilares fundamentales: las precarias condiciones laborales y la exposición a situaciones extremas.

No pedimos privilegios, solo condiciones laborales justas. Las comparaciones son odiosas, pero necesarias: somos el cuerpo de seguridad peor pagado, con horarios extenuantes a turnos y constantes cambios de destino que dificultan la conciliación familiar. Esta situación se agrava aún más cuando ambos miembros de una pareja son guardias civiles.

Además, nuestro trabajo exige una implicación que va más allá de un sueldo. Afrontamos situaciones extremas como accidentes, catástrofes naturales o crímenes brutales, y en muchos casos nos encontramos con víctimas en un estado inimaginable para el resto de la sociedad. Nadie está preparado para determinadas escenas, y aunque nos esforcemos por mantener la cabeza fría, en ocasiones es casi imposible no ver en esas personas a nuestros propios seres queridos. La realidad es cruda, y nosotros estamos ahí para hacerla más llevadera, pero es inevitable que en ciertos momentos este constante enfrentamiento con el dolor y la desesperanza deje un profundo poso en nuestra psique, un peso que se suma a las precarias condiciones laborales y personales.

La sociedad habla mucho del cuidado de la salud mental, pero ¿quién cuida a quien nos cuida? El apoyo psicológico es una necesidad urgente y real, no un capricho, sin embargo, nuestras peticiones siguen cayendo en saco roto.

En 1929, la Guardia Civil fue reconocida con la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia por sus “innumerables actos abnegados, humanitarios y heroicos”. Este galardón nos brindó el honroso sobrenombre de la Benemérita. Hoy, seguimos demostrando que somos dignos de ese título, sirviendo a la sociedad con una entrega inigualable. Pero ese servicio no debería costarnos la vida por una desesperanza causada por la falta de recursos.

Queremos seguir honrando nuestro nombre, pero para ello necesitamos que las autoridades políticas y nuestros mandos nos cuiden, nos apoyen y nos faciliten los medios humanos y materiales para seguir respondiendo con la excelencia que la ciudadanía se merece.

Nadie debería quedarse en el camino por el simple hecho de ser persona y de sufrir en silencio. No queremos que ninguno de nuestros compañeros se pierda por falta de la preparación, el apoyo o el tratamiento adecuados. Por eso, levantamos una vez más nuestra voz para pedir ese apoyo real que nunca llega: el psicológico, el económico y el laboral. Desde JUCIL, seguimos acompañando a todos los guardias civiles en cada una de sus luchas.

VER ENTREVISTA: Ernesto Vilariño, secretario nacional de JUCIL*

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