La favela de Ceuta: drogas, tiros y omertá

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 Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.

La última vez que pisé las calles laberínticas de la barriada de El Príncipe, en la colina sur de Ceuta, fue por un tema de la universidad. Caía la noche. De pronto, una ráfaga rompió el silencio en la oscuridad. No era viento del Estrecho. “Disparos de subfusil, posiblemente AK-47. Una fanfarronada de las bandas del hachís; la gente ya está acostumbrada”, me dijo con resignación el colega que me acompañaba, destinado en la Jefatura Superior de la ciudad autónoma.

Ley del silencio

Habitualmente, la bruma marítima que envuelve Ceuta se posa poco apoco en la ladera de El Príncipe. Un enclave de mayoría musulmana con 11.000 vecinos censados, de nacionalidad española y raigambre magrebí, y otros tantos oriundos incrustados pero invisibles. Nadie posee título de propiedad de sus casas.

Marcada por la tensión, la marginalidad y la leyenda negra, “la favela ceutí”, con fachadas de mil colores, raya entre la realidad y la ficción cinematográfica con la misma facilidad con la que el tráfico de drogas viaja a través de las miradas cómplices. En sus callejuelas sin orden ni concierto se respira un aire de secreto donde las paredes oyen. El manto de la ley del silencio regula la vida en el poblado, a tiro de piedra con la frontera marroquí.

Gueto

Catalogado en los últimos años como uno de los barrios más peligrosos de España, la policía entra en el submundo de sus calles enredadas con la Franchi del 12 municionada. Mil ojos acechan los movimientos de los agentes. Según los expertos, el distrito es el mayor gueto no-go-zone del país; un auténtico mini estado al margen de la oficialidad donde se aplican códigos de conducta que marcan los capos de las mafias y los líderes radicales. Un caldo de cultivo idóneo para el extremismo, la ley del más fuerte y la omertá. Lo que ocurre en El Príncipe, se queda en El Príncipe.

Sicarios

Los servicios de inteligencia criminal del Ministerio del Interior detectaron hace tiempo un importante caladero sicarial en la barriada ceutí; jóvenes en busca de una “salida laboral” dispuestos a contratarse para “matar a jornal”. Muchachos con poco que perder, a menudo relacionados con facciones locales del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar, son tentados por redes de la Mocro Maffia y otros clanes del “crimen sin fronteras” para ejecutar a quemarropa a un hampón rival, a un delator o a quien se ponga a tiro en un ajuste de cuentas por el vuelco de un alijo, verbigracia. El coto de caza de estos verdugos a sueldo discurre por cualquiera de los países de la Unión Europea con el espacio Schengen de libre circulación al alcance de la mano, incluida por supuesto la Península y su Costa del Sol.

Estigma

Cuando te adentras por el día en El Príncipe, los más ancianos, sentados a la puerta de sus casas contemplan, con esa mirada lánguida que suele acompañar a los ritos de paso, el transitar continuo de hombres y mujeres. Saben, porque lo han vivido, que el barrio es un hábitat con sus propios códigos inexorables. El temor y la lealtad coexisten en un precario equilibrio.

Al mismo tiempo, hay que decirlo en justicia, El Príncipe es un barrio que, pese a su reputación sombría, conserva el latido de quienes se niegan a rendirse al miedo. Un lugar donde el silencio a veces no es cómplice, sino el escudo prudente para seguir adelante. Así, las asociaciones vecinales claman mayor atención, recordando que el poblado no es solo un reducto de delincuencia y radicalismo, sino también un hogar para personas que sueñan con un porvenir sin estigma.

(*) Ricardo Magaz es profesor de Fenomenología Criminal en la UNED, ensayista y miembro de la Policía Nacional (sgda/ac)

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