La cárcel, Cerdan … el líder

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Manuel Avilés*

Aquí me tienen, al modo clásico, con mis calzoncillos  – en lenguaje de Cerdán ya hay que decir gayumbos, carcelariamente-, sin calcetines  – picantes en lenguaje cerdaniano-. Con el ventilador clásico y los pies en la palangana  – el término palanganero surgió en la cárcel a finales de los setenta, tomado de los puticlubs de Koldo, impuesto por los excombatientes de la división azul, a los que Franco hizo funcionarios de calvote, sin entrar siquiera en las faltas de ortografía-. El palanganero era imprescindible  – atiendan a las memorias que están siendo trabajadas a conciencia- porque Carlos García Valdés , magnifico director general detrás de Antonio Asunción, Paz Felgueroso y Mercedes Gallizo, aunque ninguno me dio ninguna medalla, reservadas siempre para los culiplanos de los sillones de ruedas y la moqueta. Los de las trincheras íbamos servidos con el sueldo y los bocadillos de mortadela.

Muerto el dictador, entramos los de oposición y temas memorizados. Al principio, un servidor, en riesgo de suicidio como Cerdán recién entrado, aunque sin interno de apoyo, se preguntaba continuamente: ¿Para qué cojones tanto Hegel, tanto Kant, tanto Nietzsche, tanto Freud… que falta hacen en esta cloaca de miseria?  Luego Vino Antonio Asunción y dignificó las mazmorras.

La cárcel es un microcosmos  – noten el detalle de acendrada cultura y espíritu crítico-. Es una fotocopia de lo que hay en la calle.

Tengo una garganta profunda que me mantiene informado de cualquier publicación Cerdánica. No iré de profeta que luego me retiran hasta el saludo, me vetan en los sitios y no me mandan ni un triste mensaje de feisbu.

He escrito mil veces sobre el político rampante  – muchas veces iniciado en la ugeté- despellejado en su empeño por los pobres y los desvalidos, e insomne una noche tras otra, luchando por los trabajadores, aunque él no haya dado palo al agua en su puta vida   -véase líder del foulard, por ejemplo, que entró a trabajar en metalurgia en los setenta, se liberó y no ha cogido un alicate en su vida, salvo para descabezar bogavantes, me cuenta garganta profunda.

El prototipo de político rampante tiene varias características ineludibles. Si le preguntas por el imprescindible espíritu crítico, se remite inmediatamente a la vieja del visillo. Crítica es poner verde a la vecina y espiar morreos y metidas de mano por la ventana, disimulada tras la cortina. Nada de capacidad de discernimiento y de no comulgar con ruedas de molino.

El político rampante, que pasa de ayudante de cocina  – puesto dignísimo – a inspector general del partido instalado en el machito, tiene un primer detalle que lo define. Se le instala en los entresijos del cerebro el síndrome del Espíritu Santo. Cree que, como lo han nombrado y ha sido aplaudido en el cónclave, aunque no haya leído El Príncipe, ni por encima, ya se cree politólogo consumado. ¡Polítologo, una carrera de acarreo, dicen en Graná, ni ciencia ni pollas! De coletas, monederos y otros con ganas de colgar titulillos enmarcados que no valen para nada, salvo para liderar al grupo ágrafo en algún lugar de los Monegros y pillar un sueldo apañado en la diputación.

Con el síndrome del Espíritu Santo tatuado en sus arrugas cerebrales – otros las llaman circunvoluciones- este político rampante, que no ha trabajado en su vida, se cree omnisciente. Cree que sabe porque lo han nombrado. Yo conocí una persona, dispuesta a todo por ir en una lista y a mucho más por encabezarla, que jamás consiguió leer las Cartas Marruecas de Cadalso y mucho menos el Arte de Medrar, arte del trepador de Maurice Joly, o El tratado de la Prudencia, de Baltasar Gracián. No hablemos ya De Senectute, de ese cordobés universal cuando Córdoba aun no existía – mi amor no se quiere ir a Córdoba porque sabe que me iría con ella y anda ahora de desprecio en desprecio-.

El político rampante pone el carro delante de los bueyes, empieza a parecer que lee algo, pero hasta ese momento no ha leído nada y lo que sabe es sabe por inspiración divina.

Segunda característica y por hoy no digo ninguna más porque la sabiduría hay que administrarla en pequeñas diócesis  – noten la patada al diccionario común en políticos rampantes, habían diez o doce por lo menos en el congreso, consejo, reunión, comité o lo que sea-. Ignorantes supinos creen que todo el monte es orgasmo.

El político rampante se cree invulnerable. El puede hacer lo que quiera porque para eso manda, para eso lo han puesto atendiendo a sus capacidades y su arrojo, al maremoto interno que lo empuja al éxito. Había un funcionario, de aquellos excombatientes dichos antes que, cuando iba a su pueblo, se ponía el uniforme – los galones también eran inventados y se los colocaban como algunos guardas jurados: cordones dorados, chapas con leones y águilas, con linces, con tigres…una fauna poderosa- presidía la procesión porque era el único del pueblo con uniforme y antes de salir de casa, ante el espejo, exclamaba: doyme respeto de la autoridad que represento, y esa exclamación, en todas las vacaciones de verano, era el orgasmo del año. Yo conocí  a una  politicarampante que decía: Hay que echar a las chinas que venden pasminas del centro de la ciudad. Un policía le preguntó: ¿Y…adonde las echamos? Me da igual, donde sea, pero echarlas. A los barrios por ejemplo, para mantener el centro higienizado. Las chinas vendiendo pasminas contaminan más que los volquetes de putas.

Esos políticos que tienen los síndromes de la invulnerabilidad y del espíritu santo, que se unen casi siempre a la ignorancia enciclopédica, no es raro que acaben en la cárcel.

Tengo la suerte de tener una garganta  profunda que me surte de noticias de Cerdán y de muchos otros porque conoce mi incapacidad informática y mi nulidad absoluta como buceador en las redes. Me apunta mi garganta profunda. Hay una señora que ha afirmado algo importante y grave: No se entiende esta legislatura sin Cerdán – el señor que según Montero no es nadie en el Psoe- porque no solo era el secretario de organización, era el interlocutor con Bildu, el muñidor de una investidura compleja  -con lo que nos ha costado, cargándose el estado de derecho que Cerdán desconoce por completo- el interlocutor con Junts  – heredero directo de la saga Pujol-  y el negociador de la amnistía a los delincuentes del golpe de octubre, en su calidad de catedrático de Penal que deja a la altura de la alpargata a Rodríguez Devesa y a Cuello Calón, a Bernardo del Rosal y a Muñoz Conde.

El líder lleva su empuje, su fuerza, sus cojones de tigre de Bengala, su capacidad de mando en la masa de la sangre. ¡Qué pollas!

Da lo mismo estar liderando al grupo ugetero, de gambas y langostinos, entre los electricistas y el ramo del metal en la Rioja,  que negociando en Berlín u organizando el estado en Ginebra. Un líder que se precie lo es el día entero, como al apóstol Padre Claret de Los Confesores Reales, la política lo abrasa. Es como el Uno de Plotino, emana política, mando y liderazgo, le chorrea por las orejas. Tiene que destilarlo para beneficio de los ciudadanos y para el suyo propio.

Cerdán en la cárcel   – presumamos su inocencia en tanto que electricista venido a más, perdónalo porque no sabía lo que hacía- se ha hecho el amo del patio. ¡Qué cojones de interno de apoyo ni hostias! ¡Yo no quiero apoyo, yo voy a apoyar a los demás! Tengo peculio, invito a café y monto un club de lectura para que vean que estoy rehabilitado de antemano. Domino el patio y tengo una pléyade de ordenanzas  porque a la chusma, a la maraña  – nombre taleguero del colectivo que integra el patio, más maraña cuanto con más gana de bronca- la tengo dominadita. Soy el líder de Choto del Real. Soy una especie de Bárcenas, Mario Conde, Jesús Gil, Gerardo Díaz Ferrán, el Albondiguilla y el Dioni, que os enteréis, pringaos. Que estoy en negativa y dice mi abogado que va a seguir los consejos de Tezanos, que ya han venido varios cercanos al gobierno a verme y yo creo que esto es un bulo, producto de la máquina del fango y de la fachosfera. Hoy, sábado, no voy al club de lectura. Estoy dedicado a la radio  y a ver la televisión. Mis colegas-ordenanzas del club de lectura son fieles. Me traen café y coca cola de vez en cuando. Yo a lo mío. Firme, en negativa. Soy inocente y estoy disfrutando de la reunión de Pedro   -¡cómo me estará echando en falta para meter en vereda a esa pandilla!- Ya ha dimitido el primero. ¡Cojones! A ver si os enteráis. No se le pueden tirar los tejos a nadie. Si quieres casarte vete al firdates, que ahí no pueden decir que no van a lo que van. Los populares lo llevan claro también, otra banda. Al final acabarán fichándome porque reeligen de portavoz a ese, el Borja, que tiene menos universidad que yo y su mérito ha sido estar en Euskadi. Por ese motivo podían haber elegido al Coronel Galindo, o a  mi que tengo a los de Bildu y los peneuveros comiendo de mi mano.

Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50 Digital

 

 

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