Manuel Avilés*
No estoy haciendo literatura de ficción – como mi amigo Félix García Hernán, un genio, que escribe una historia -Tiempos de barro- hace un mes y acierta de lleno con el apagón español y con la gente comprando agua, pan y papel higiénico en los prycas de toda España y empujándose en las colas como les contaré. No hago literatura de ficción: estamos – o por lo menos yo estoy- bien jodidos. Vulnerables
Quieren que me haga no sé qué pruebas por un análisis chungo – mariconadas- y porque suelta uno cosas – problemas de la edad- por lugares que no proceden. ¿Me explico? No voy a ir porque tengo un complejo que me dura desde la mili y me da vergüenza ponerme en calzoncillos – del mercadillo de Babel que es donde compro mi lencería- delante de los tíos. Esta mañana lo he entendido sin que nadie me lo explique. Cojo mi moto, con mi pantalón de cuero negro con un suplemento de discos desmaquilladores para marcar paquete y veo a un abuelo que se hace el despistado y en un seto enfrente de la universidad, disimuladamente, se mete a mear como si nadie lo viera. No sabe que yo he sido espía dieciséis años y veo crecer la hierba, aunque -mutilado de guerra por culpa de la artillería, esté sordo. Mea en el descampado y sale silbando como si no pasara nada. ¿Quién lo va a multar? ¿Qué municipal? Son cosas de la próstata, esa cabrona que nos ha hecho pasar tan buenos ratos y ahora nos los hace pasar tan malos. Estado de necesidad. Absuelto el abuelo. A tomar por culo el expediente administrativo del ayuntamiento.
Con las malas noticias médicas y con el Papa recién enterrado – andan los cardenales llamando al espíritu santo, ni ellos se lo creen, para que elija al mejor jefe de estado Vaticano-, con el Papa sin que se le hayan pasado los efectos del embalsamamiento, yo hago examen de conciencia por si acaso. Y no voy a repetir otra vez lo del maracenero que se moría, comunista él, y le dijo a la hija: niña, llama al cura que esto se pone feo. No vayamos a pollas.
Examen de conciencia: no he robado. No he matado, por ahora, aunque motivos he tenido de sobra. No me metieron mano los curas de mi colegio, pero hostias me dieron casi todos, aunque – una vez más – diré en voz alta, que había allí magnificas personas, unas víctimas igual que yo. La primera mujer a la que le di un beso me casé con ella y tuvimos hijos. No me la ha chupado ninguna secretaria ni he tenido jamás un rollo con gente sobre la que tuviera autoridad o algún asunto que dependiera de mi resolución, como exigía el antiguo código penal. No he fumado porros, no me he metido rayas ni aunque sea piel roja – como incluso algún medico analfabeto, lo mismo que los etarras, dijera: este le pega al güisqui de cojones-. Aunque sea piel roja, repito, no me he emborrachado nunca y cuando me duele la cabeza es porque me aprieta la corona. Me he jugado la vida varias veces por este país – vean las Memorias de Belloch – y las medallas pensionadas se las han llevado pelotas distinguidos expertos en trabajos bu… en fin, vamos a callarnos porque no sé si en la cárcel me llevarían al módulo de Urdangarín o a la celda del comisario Villarejo para tocarme los …la próstata. No me jodan, en estas reflexiones andaba yo, leyendo “La brevedad de la vida” de Séneca, porque esto se está acabando, y de pronto, me di cuenta porque andaba sonando la quinta de Beethoven y se paró el disco – noten la antigüedad de mi aparato de música, como la de todos los demás-. Voy a ver si ha saltado el automático y no hay nada que rascar. Abro el frigorífico para sacar agua fresca y todo apagado. Nada funciona. Ni lavadora, ni microondas ni la madre que me parió. Sigo leyendo a Séneca, confiando en que la fuga eléctrica sea cuestión de unos minutos. Por los cojones. Tengo que ir al bar de abajo y comerme fiado medio bocata de salchichas porque con esta gilipollez de no llevar efectivo y de pagar con el móvil, estoy sin un duro. Menos mal que en “La Esquinica” son confiados y no me han dado dos hostias en lugar de una cerveza y medio de salchichas con tomate.
Llevamos más de una hora sin luz y la gente ya se está mosqueando. Analizo la situación y me decido: voy al chino a comprar una linterna y una radio de pilas. El chino ha cerrado. ¡Qué cabrón de chino! No cierra ni el domingo de resurrección, el muy ateo, y con una hora sin luz ya se ha fugado. Ese sabe algo.
Voy a informarme – lo juro, esto no es literatura- a la Plaza de la División Azul. Mis vecinos son sabios. Empiezan: Esto ha sido Putin. Ni Putin ni hostias, dice un gitanazo – lo siento por quienes nos secuestran el lenguaje, pero el señor era gitano-: esto han sido los chinos. Una amiga mía, la conozco porque es la que vigila en el mercadillo de Babel, junto al puesto en que compro las camisas, por si vienen los municipales, salta rápida: he escuchado la radio, dice a voz en grito mientras se atusa ese moño calorro que hace crecer diez centímetros y se recompone la bata boatiné sobre el pijama que aún no se ha cambiado: dicen en la radio que han sido los marroquíes atacando cibernéticamente, que nos tienen mucha envidia por Ceuta y por Melilla.
El patriarca, vestido de negro de arriba abajo, como yo cuando he presentado “Los confesores reales”, se pone serio y dice con voz solemne: “no sus comais el coco chavales, esto ha sido el Koldo pa despistar de la Jessica y el piso y los puticlús de Marbella o es que sus creeis que somos tontos…” Un patriarca sabio.
Están funcionando las teorías de las conspiraciones y la máquina del fango. Nadie da la cara. Llevamos cuatro horas sin luz, me siento con los colegas de la división azul y traen un pack de botellas de agua. Son generosos. Me dan una botella.
Caigo en la cuenta. No tengo pan, no tengo tortilla, no tengo manzanas y, lo que es peor, no tengo esos tarros de comida para Casilda que son esenciales. Yo puedo pasar hambre o sed o lo que sea, pero Casilda…
Voy a ver si Mercadona ha cerrado como el chino. ¡Ahí están! ¡Como jabatos al pie del cañón! El gobierno no da la cara. El gobernador y el alcalde no han dicho esta boca es mía. Mazón sigue escondido desde la Dana – ni hoy ha aparecido por la santa Faz, que todos los políticos asoman con el blusón y la caña a que les vean el careto-. No ha aparecido nadie, pero Mercadona está y funciona. Hasta cobran con tarjeta. Estos tíos están compinchados con los de la Visa, con el de Google y con el chalao ese que baila delante de los coches eléctricos con el Trump haciendo de gogó.
En Mercadona han arrasado casi toda la fruta, el pan y el papel higiénico – se va la luz y a la gente le da la diarrea. No entiendo. Me hago con mi kit de supervivencia: cerveza, salchichón de pimienta, mortadela, tortilla de patatas y tarros de carne para Casilda. Pago con tarjeta sin problema, pero me falta el pan. Una señora, rubia de bote, con muchos tatuajes, a la que veo con dos paquetes de biscottes me señala que eso hay que comprarlo al fondo a la derecha y con varias revueltas. Señora, muy complicado para un anciano, le respondo. No se preocupe, que se lo traigo yo. Y aparece corriendo con un pack de biscotes para mi. Señora, le digo venido arriba, ahora yo la voy a invitar a eso que usted ha comprado: dos biscotes, dos chismes de jamón de york y dos paquetes de leche. Por amable. Muchas gracias. Ya sabe usted, señora, que en estos mercadonas proletarios, nosotros nos tenemos que echar una mano porque los ricos, incluso las comunistas que ahora van con ropa de Versace y de Agatha de la Prada y piden que les corten la calle para no ser molestadas, esos no van a venir a sacar castañas de ningún fuego.
Corro al coche a oír las noticias de las seis. Sánchez sale a las seis y siete minutos, pero no dice nada. La Jefa de la Red Eléctrica sale tres días más tarde y solo se reafirma en que tenemos la mejor electricidad del mundo. Dicen en la división azul que han sido los ecologistas porque esto con las nucleares no habría pasado. NI puta idea. No sé nada de electricidad. En este país lo único que funciona es Mercadona. Siguen las noticias. Tres días después nadie sabe qué ha pasado. En setenta años de vida jamás he visto un corte de luz así. Ni con Franco, que no había mercadonas ni pagábamos con tarjeta.
