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El Quijote, la política, el asco … la felicidad

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Manuel Avilés*

¿Ha terminado ya el genocidio de Gaza? ¿Van a responder los responsables ante algún tribunal o  veremos, como siempre desde hace siglos y siglos, que tras las catástrofes, solo van al banquillo y a la cárcel los pringaos?  Ahora, cuando todos van a Egipto, a Sharm el Sheij, en la península del Sinaí, donde dicen que Dios le dio a Moisés las tablas de la ley, que nadie cumple. Ahora, cuando van  corriendo a hacerse la foto como artífices y conseguidores de la paz, incluidos los que han fabricado y vendido las armas bajo las que, los desgraciados de siempre han muerto, ahora… ¿Alguien va a organizar el imprescindible Nüremberg?

Todos van  a ese pueblo antes pesquero y ahora turístico, en el golfo de Salomón,  cerca del monte donde ardía la zarza como si el butano no se acabara nunca, van a firmar el enésimo alto el fuego en la zona. Ahí ha habido también guerras, huidas-  saben que los judíos se inventaron un Dios que les separaba el mar y les paraba el sol para que ganaran siempre como pueblo elegido. Ha habido  invasiones, batallas épicas y atentados espectaculares como en julio del 2005, cuando las Brigadas de Abdullah Hazzam  – Hermanos Musulmanes de los que fundó Hassam Al Banna a principios del siglo pasado- mataron a 80 turistas e hirieron a 150.

He conseguido la paz, dice Trump, el fascista, el que agita el avispero mundial a diario. Crea el problema y después surge como salvador. Allí todos le harán la pelota y lo coronarán  de facto como Nobel de la Paz. Él, mientras, como todos los dictadores, pondrá a su servicio la justicia del país para meterle mano a una fiscal negra y vengarse políticamente de su trabajo acusándolo.

Me han etiquetado como   pro moro. Nada más lejos. No me gusta la cultura islámica, no me gusta ninguna cultura sometida, inspirada, obediente a ninguna religión porque quiero ser libre. Tampoco me gusta que los poderosos masacren a los desgraciados, porque luego surgen las guerras asimétricas y los califican como terroristas.  He constatado esa conducta a lo largo de mi azarosa vida carcelaria: el poderoso humilla y se aprovecha del débil. Luego chupa, se arrastra, hace la pelota y se deja pisar por el que es más fuerte. Asco de cabrones. Nada nuevo bajo el sol. ¿No hubo sangre y muerte en el crecimiento del imperio romano, en las guerras púnicas, en la expansión islámica, en las cruzadas,  en las guerras de religión europeas, en las Mundiales?  La vida siempre igual.

Vuelvo con el flamenco, música sabia e imprescindible para conocer al género humano: todo el hombre que se casa con una mujer bonita, hasta que no llega a vieja, el susto no se le quita. Recuerden el fandango del artículo anterior y júntenlo con este. Yo, que nunca he sido celotípico, sino más bien lo contrario, despegado y suelto. Ahora tiemblo cada minuto  – será la edad- por mi chica extra galáctica, bellezón sideral y luminosa como un amanecer mediterráneo.

Con estos pensamientos quijotescos, como si se llamara Dulcinea…no diré aún el nombre, me voy a Cuenca. No a mirarla, sino a ser feliz, olvidando el mundo peleón y dinerario: un congreso internacional cervantino organizado por la UIMP. Miren la foto que le mando al editor. Invitado por ser Comisario del Quijote Negro e Histórico, un festival literario que, en menos de dos años, se ha aupado al pódium de la literatura española y se va a hacer Internacional. Invitados estáis del quince al dieciocho de este mes en El Pedernoso. Veréis lo que es bueno, lo que vale un peine.

Desde pequeño, a falta de medios para  divertirme, ni un duro para cines, discotecas, bares, tapeos y demás farándula, me dio por leer. Todos los veranos, como un gilipollas, repetía varios libros clásicos, nada de best sellers, que no decían nada y que – a lo peor- ni siquiera habían sido escritos por quien los firmaba, sino por algún negro mal pagado. Desde entonces he leído El Quijote más de diez  veces. Sin cansarme. Junto a otros genios que ahora no procede nombrar.

Cervantes, genio literario sin igual, escribió – creo que sin ser del todo consciente de lo que estaba haciendo, la obra cumbre de la literatura universal. Hablando un día de esta manera, un cura fascista  me declaró persona non grata en mi pueblo y, por amor a la pasta, dejó una parroquia pobre para ser capellán del ejército, un oficio más acorde con el Antiguo que con el Nuevo Testamento, un oficio bien remunerado sin oposición ni pollas, como dicen en Granada. Este cura saltó de inmediato diciendo: la obra cumbre de la literatura es la Biblia, no el Quijote. No tienes ni idea.

Padre, le contesté. Y el cura se cabreó como se cabreaba don Joaquín, el profesor de Canónico cuando le llamabas así. La Biblia no es un libro como El Quijote, la Biblia son muchos libros. En ellos han metido la mano centenares por no decir miles de hombres. Está formada de historias, mitos, poemas, canciones, fábulas, cantos de bodas, refranes, cuentos… con mil y una interpolaciones, cambios, suprimidos, añadidos, hasta que una Iglesia mandona e instalada, decidió en la Vulgata, qué libros eran  buenos y cuales  falsos. Una obra inmensa, aun con esa metedura de mano de una iglesia que se creía iluminada, una historiografía riquísima. Nada de inspiración divina, sino la obra de muchos hombres con  muchas vivencias y mucho arte que, tras siglos de transmisión oral, empezaron a poner por escrito  quinientos años antes de Cristo. ¿Han oído hablar de los manuscritos que encontró un cabrero en las cuevas de Qumram, junto al Mar Muerto? Pues eso.

Paloma mía, amada mía, ven y bésame con los besos de tu boca. Eso es un canto de bodas, que yo le voy a cantar a mi chica cuando nos vayamos de viaje no sé dónde. Ni la Iglesia ni Cristo aparecen por ningún lado, que por traducirlo, metieron en la cárcel a Fray Luis de León.

Siéntate a mi derecha y pondré a tus enemigos como escabel de tus pies. Ese salmo lo ha cantado Netanyahu para justificar su genocidio trescientas veces, al menos, en los últimos dos años.

Acusad a vuestra madre porque ya no es mi mujer ni yo su marido. Que quite de su rostro sus prostituciones y de sus pechos sus adulterios, no sea que yo la desnude entera y la deje como el día que nació. No tendré compasión de sus hijos porque son hijos de prostitución. No reconoció que yo era quien le daba el trigo, el mosto y el aceite, quien multiplicaba para ella el oro y la plata. Ahora descubriré sus vergüenzas ante los ojos de sus amantes. Por mucho que los exegetas se esfuercen en torcer significados, Oseas, un profeta, habla de una señora que le ha puesto los cuernos y con la que está rabioso hasta límites extremos – la vida misma-. Este profeta, con ese discurso, hoy iría de cabeza al cuartelillo y al Juzgado de Violencia. El texto es un prodigio de fuerza y de pasión, de rabia provocada por la pérdida, el cabreo extremo de los que tienen sentido de la propiedad del otr@. No me fusilen, que los textos están cogidos de la Biblia de Jerusalén, edición  Desclée de Brouwer.

La Biblia, digo al que me etiquetó de hereje, es un libro maravilloso, sin necesidad de dictado divino, de mil autores, para conformar un pueblo. El libro más grandioso escrito por un hombre es El Quijote de Cervantes, como la poesía más grandiosa es la de Jorge Manrique, hasta que apareció sobre la tierra el oriolano Miguel Hernández. Lean mis Cuarenta años de cárcel. Sin redención.

Cervantes era un hombre complejo del que se desconoce mucho. Liante, irónico, gran enredador, observador de la realidad -muchos de sus personajes están tomados de los pueblos por los que anduvo y de personas que conoció-, idealista, mujeriego, inteligentísimo y cobrador de impuestos con problemas de liquidez y contables.

En mi condición de carcelero  – Cuarenta años de cárcel. Sin redención. Y tendría que añadir, sin medallas, que las de oro y las pensionadas son más para amiguetes y pelotas, vean la ultima dada pro Marlaska, que para gente que realmente se jugó la vida-. Como carcelero, tenía que maravillarme Cervantes  – y Quevedo y Buero Vallejo y Miguel Hernández, que todos anduvieron por distintas trenas-.

No estoy entroncado con la nobleza castellana ni he tenido nunca carta de hidalguía, que tan bien estudia mi paisano el Doctor Carlos Ballesta y defiende  mi amiga María Esperanza en la fundación Aben Humeya. Siempre he sido pobre, sin  siquiera un palmo de tierra. No obstante, ya que todos defienden que El Quijote nació aquí o allí y que era su pueblo el lugar del que Cervantes no quería acordarse, sepan que mi teoría se acerca más que ninguna a la realidad.

Hay un cuadro famoso en la Iglesia de Argamasilla de Alba con un anciano loco y moribundo, del que parece que tomó Cervantes aquella frase: del poco dormir y del mucho leer, se le seco el cerebro. Aquel abuelo – S.XVI-  era un cacique medio noble de la zona y era mi lejano tatarabuelo: Rodrigo Pacheco de Avilés. Su hermana Magdalena, intimó con Cervantes. Ya saben los problemas que conllevan las promesas matrimoniales. Cervantes acabó en la cárcel, la cueva de Medrano, empujado por mi tatarabuelo, cuyos descendientes  – mi prima Paloma Fontes de Garnica, prima también de la gran escritora Paloma Sánchez Garnica-  disfrutan un casoplón de la época con mil ventanas enrejadas en El Pedernoso. He ahí el lugar del que Cervantes no quería acordarse y por donde anduvo el Ingenioso Hidalgo. Ahí celebramos esta semana el festival literario más importante de España. En El Pedernoso, el QUIJOTE NEGRO E HISTÓRICO.

Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50 Digital

 

 

 

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