El estado de alarma y el orgullo de Pablo Casado

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Por Leopoldo Bernabeu

He querido dejar que bajara la espuma de la excitación y se rebajara el grosor en las venas de los políticos, para poder opinar sin pasión sobre la moción de censura que VOX planteó la pasada semana. Un tiempo muy corto que ha servido, además de para reflexionar y poder aclarar el porqué de muchas decisiones y el porqué de tomarlas de esas formas tan complejas, para que de nuevo, el equipo de brujos que Pedro Sánchez  maneja, de un giro a esa maldita tuerca del terror que creíamos ya pasada de vueltas. Ya tenemos de nuevo un ilegal, ineficaz e inexplicable estado de alarma entre nosotros, que además ha venido para quedarse. Me revelo contra aquellos que catalogan a ese grupo de pervertidos con adjetivos peyorativos. Son malvados y persiguen una debacle de consecuencias desconocidas, pero en absoluto son unos ignorantes.

Quiero entender lo complicado que ha de ser liderar en estos momentos un partido de Gobierno como lo ha sido el Partido Popular, pero es lo que tiene pretender hacerlo, hay que llegar con las ideas claras y saber donde te metes. A Pablo Casado, que tuvo que dejarse barba para no parecer tanto lo que es, el traje le viene demasiado grande. Y antes de que nadie saque conclusiones precipitadas, añado que el gran culpable de lo que hoy pasa en esa formación es Núñez Feijóo, un buen político demasiado acomodado en su Galicia, que rehuyó aceptar el papel que la historia le aguardaba, liderar su partido, dejándolo en manos de un imberbe al que alguien que se podría llegar a parecer al gran Adolfo Suárez. Y claro, de aquellos barros estos lodos.

Pablo Casado hizo un magnífico discurso, no lo niego. Pero a destiempo y contra el enemigo equivocado. Si necesitaba dejar claro que era un líder tiempo ha tenido durante dos años para demostrarlo. Abascal, que no es el ejecutivo adecuado para sacar adelante este país desde el punto de visto administrativo, demostró con la presentación de la moción de censura, mucho más sentido de la realidad que ningún otro. Hoy quedan muy pocos diputados dispuestos a perder el dineral y las prebendas que se obtienen cada mes sólo por estar ahí, la disciplina de partido es la mayor aberración actual. El poder nubla la mente de quien lo atesora hasta límites desconocidos. Nadie se atrevió a proponer un voto secreto, sin luces que te señalen. El miedo a un resultado tan distinto atenazaba las partes blandas de muchos.

Mientras Pedro Sánchez disfrutaba como un cosaco viendo el lamentable espectáculo que daban aquellos que todavía se apellidan constitucionalistas, preparaba el menú del fin de semana, con el aperitivo de su visita de postal al cariacontecido Papa Francisco, y dejando para el plato fuerte su toque de queda al más puro estilo militar. Con la vaselina que suponía la fotografía católica, nos introducía su obsceno plan para subvertir todos los poderes y mandos que nivelan la España democrática que está hoy en juego. Era tan previsible lo que iba a suceder que el Presidente del Gobierno ya tenía organizado su plan con el que termina de hundir a los españoles en la más absoluta miseria, con la añadida analfabeta complicidad de una clase política abducida por este tahúr envilecido que nos habla de elefantes volando y hacía arriba que miramos.

La moción de censura la presentó VOX por la cobardía de Casado, incapaz de sopesar la realidad de un país que se va por el sumidero. Tras un discurso dirigido sólo a su limitada galería y que hubieran aplaudido da igual lo que hubiera dicho, consiguió varias cosas: creerse que salía reforzado pues su visión es así de limitada, que le felicitaran sus principales enemigos dando con ello el pistoletazo de salida a un futuro muy oscuro en su liderazgo, que VOX haya crecido en una semana lo que no lo había hecho en ninguna encuesta desde las elecciones del 10 de noviembre, que en su propio partido se activen los tambores de guerra y, sobre todo, que hoy nos veamos los 47 millones de españoles de nuevo asustados ante este grupo de peligrosos suicidas que están calcando la hoja de ruta que ya vivió la España previa a 1936 o la Venezuela de Chávez. Si alguno cree que exagero, que repase la historia y pregunte a Leopoldo López.

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