El caso de Francisca Cadenas 8 años después

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REPORTAJE Concha Calleja*

Desaparecer entre vecinos: el perfil silencioso de un crimen sin escena

La noche del 9 de mayo de 2017, Francisca Cadenas, 59 años, salió de su casa en Hornachos (Badajoz) para acompañar a unos amigos hasta la esquina. Caminó apenas unos metros, cruzó una calle sin apenas tráfico, y se desvaneció. En segundos. A escasos metros de su portal. En un pueblo donde todos se conocen. O se creen conocer.

Ocho años después, no hay cuerpo, no hay testigos, no hay prueba concluyente. Lo que sí hay es una certeza: Francisca no se evaporó. Alguien intervino. Y quien lo hizo sabía cómo, cuándo y dónde actuar sin dejar rastro.

Desde la criminología y la psicología forense, esta desaparición —como otras que no tienen escena visible ni explicación lógica— requiere una lectura no basada en lo que se ve, sino en lo que se deduce: la conducta del posible autor, el peso del entorno, y los silencios que a veces hablan más que los hechos.

El tiempo, el lugar y la oportunidad: el agresor que no improvisa

La desaparición de Francisca no ocurrió en un lugar remoto, ni en plena noche, ni en una zona de paso anónimo. Fue en su calle, a las diez de la noche, con vecinos en casa, luces encendidas, niños aún en la calle. Y sin embargo, nadie vio nada.

Esta aparente invisibilidad apunta a una hipótesis clara: el autor no llegó de fuera. Estaba dentro. En el pueblo. En la calle. Quizá observando desde su propia ventana. No necesitaba planificar un secuestro. Solo necesitaba esperar la ocasión. Esa noche, la tuvo. Y la aprovechó.

Desde el punto de vista forense, el perfil del agresor en este tipo de desapariciones silenciosas suele incluir tres elementos clave: conocimiento del entorno, capacidad de contención emocional y percepción de impunidad. No actúa con violencia visible, sino con estrategia y precisión. Su mejor arma es el silencio. Su mayor ventaja, la confianza que le otorga el entorno.

Lo que no se dice: el entorno como espejo de la acción

En desapariciones sin escena, el comportamiento del entorno se convierte en material analítico. ¿Quién se mostró nervioso, evasivo, sobreactuado? ¿Qué rumores surgieron sin fuente clara? ¿Qué vecinos parecían saber más de lo que decían?

En criminología social, los pueblos pequeños ofrecen un laboratorio intenso de observación. Las relaciones están marcadas por códigos de silencio, jerarquías invisibles y lealtades no siempre conscientes. La omertà no es exclusiva de las mafias. También opera, en otro nivel, en comunidades cerradas donde todos se deben algo, o temen algo.

Uno de los primeros interrogados por la policía fue un temporero que trabajaba en el pueblo y tenía antecedentes de violencia. Fue descartado al comprobarse su coartada en ese momento. El foco inicial se dirigió hacia él, como ocurre con frecuencia cuando el entorno tiende a señalar hacia afuera. Pero a veces, el peligro no viene de fuera. Está dentro. Y precisamente por estar integrado, permanece invisible.

El perfil del autor: control, oportunidad y silencio

Si asumimos que se trató de una desaparición forzada, el análisis conductual apunta a un perfil muy concreto:

  • Varón con conocimiento preciso de la rutina de la víctima.
  • Sin necesidad de uso de la fuerza excesiva.
  • Con alta capacidad de autocontrol.
  • Posible historia de conflicto relacional no explícito.
  • Integrado socialmente, sin levantar sospechas inmediatas.

Este no es un depredador que caza al azar. Es alguien que se desliza en lo cotidiano, aprovecha un instante y ejecuta un acto de desaparición con economía de medios. Alguien que conoce las grietas del entorno. Y que sabe que el silencio, en ciertos lugares, lo protege más que cualquier coartada.

La ausencia como mensaje

En algunos crímenes, el cuerpo dice todo. En otros, su ausencia dice aún más. Cuando no hay escena, ni restos, ni pruebas, lo que queda es el impacto emocional: una familia paralizada, un pueblo dividido, una verdad que nadie puede contar.

Desde la psicología criminal, la desaparición sin cadáver puede ser un acto de castigo simbólico: te borro, y nadie podrá devolverte. Un gesto de poder absoluto, en el que el autor se siente invulnerable porque no deja nada que investigar.

Pero el perfil sí habla. La conducta previa, el contexto emocional, el modo en que se adapta a la rutina después del crimen, el exceso o la falta de colaboración… Todo eso construye una silueta, aunque el rostro aún no se conozca.

Ocho años después, el caso de Francisca Cadenas sigue abierto. Y aunque no haya escena, ni cuerpo, ni prueba directa, sí hay una conducta. Una oportunidad. Un cálculo. Un silencio demasiado medido para ser casual.

Desde la criminología forense, estas desapariciones sin estruendo nos recuerdan que lo invisible también puede investigarse. Que la ausencia tiene forma. Y que un crimen sin escena sigue siendo un crimen.

Conche Calleja Perito judicial en criminología, perfiles criminales y psicología forense

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