Dos víctimas del timo del entierro: Papa Pío IX y un vinatero aragonés

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Buscando temas sobre delincuencia en Internet, me encontré con un libro, cuya existencia conocía por haberlo visto citado en la Wikipedia, pero que no había leído. La bibliografía sobre temas de delincuencia se hace inabarcable. Se trata de uno titulado “Catorce meses en Ceuta. Narraciones que interesan a todo el mundo”[1]. El autor, Juan José Relosillas, malagueño, fue un cargo importante, Ayudante primero, en el presidio de esa ciudad durante ese periodo de tiempo en 1873, durante la I República. En ese libro, sumamente interesante, se consagra un capítulo, el XV, a los delitos cometidos desde el presidio. Ocupan dentro de él un lugar preferente los timos del entierro.

El autor los define perfectamente, como preámbulo, a los dos casos que cuenta. Es una definición perfecta en estas líneas que dicen así:

“El entierro consiste en suponer que hay un tesoro escondido en cualquier parte, y que buena porción de ese tesoro se entregará al que facilite determinada suma que se necesita para desenterrarlo. Si la codicia ve un negocio lícito en apoderarse de una crecidísima suma por cien duros; si la estupidez no sospecha del estilo carcelario especial, sui generis, en que las cartas de entierro están redactadas; si maliciosamente guarda silencio el requerido, claro es que acepta como buena la maniobra, claro es que se asocia voluntariamente al estafador emprendiendo un negocio a riesgo y ventura, y claro es que si le sale mal, el estafado no tiene derecho, moral ni legalmente considerado el caso, a quejarse de un socio que desde el primer momento le parecía tan digno de que en él se depositara ilimitada confianza. El dolo en una operación honrada, debe castigarse, como si se empleara la fuerza; pero el dolo en un disparate, y el dolo en un negocio entablado con fines indignos, por toda pena debería merecer la cita por los tribunales, de aquel añejo proverbio que dice: ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón”.

No se sabe con mucha certeza cuándo se originó este timo, que internacionalmente fue conocido como “the spanish swindle”. La primera carta de un enterrador, conocida hasta ahora, es de 1854. Salió del presidio de Ceuta. Se retrotrae la fecha bastante hasta mediados del siglo XIX. Esa carta tiene un gran parecido con las que se encuentran en el libro “Les voleurs” de Vidocq, que se publicó en París el año 1837 bajo la rúbrica de “Cartas de Jerusalén”[2].  Sin embargo, ni en su libro “El arte de robar” (1844), ni en su folleto de 34 páginas “Apuntes históricos. Ladrones de Madrid y modo de extinguir los robos[3], de 1852, el abogado madrileño Felipe Monlau, reflejó esta forma de delinquir desde las prisiones.

La primera carta, que se conoce hasta ahora, escrita desde una cárcel es de 1854 y fue enviada desde el presidio de Ceuta[4]. El éxito de este nuevo modus operandi de los timadores fue enorme e inmediato. Se puede hacer una idea aproximada, leyendo el libro de Juan José Relosillas:

“El Casino Africano de Ceuta, que es una casa grande, sólida, y bien construida, se edificó con el producto de las estafas descubiertas. Un gobernador de la plaza, usando de procedimientos más expeditivos que ajustados a la ley, dio en abrir todos los pliegos sospechosos que llegaban a Ceuta y los billetes del Banco de Francia que conducían, se transformaron en ladrillos, maderas, herrajes, etc., y durante una larga temporada trabajó de balde la colonia enterradora del presidio. Verdad es, y hay que hacer este honor a su inventiva, que a poco la correspondencia comenzó a llegar con destino a personas escogidas ad hoc, y no hubo ya medio de poner coto al comercio; y hoy día, si bien los presidiarios enterradores no reciben ellos mismos el dinero que les remiten los estafados, el correo sigue conduciendo a Ceuta diariamente fuertes sumas en billetes, producto del negociado de expolio de la estupidez, como bien puede llamarse esta enorme renta segura que han sabido crearse nuestros presidiarios; cuyas víctimas -¡caso peregrino!- suelen ser los avisados comerciantes de Francia, el país del sprit y de la malicia”[5].

Las víctimas del timo

“Referir aquí todos los entierros de cuya realización tuve noticia, y reseñar las angustias de todos los enterrados seria sumamente prolijo, y debo ceñirme a los más salientes y escandalosos.

1.- El Papa Pío IX

Un día de 1873, vieron los habitantes de Ceuta llegar en el famoso pailebot[6] a todo un señor sacerdote italiano, de aspecto venerable y distinguido, que se dirigió sin pérdida de momento a casa del entonces comandante del presidio, en busca de ciertos datos, y además solicitando se le dieran las señas de una casa situada en uno de los callejones más empinados y solitarios de Ceuta.

Satisfecha su demanda, Monseñor X dejó en casa del comandante una abultada y pesadísima maleta de búfalo charolado, y salió a evacuar los encargos que Ceuta le llevaran. Dos o tres horas habrían trascurrido, cuando regresó Monseñor X con semblante demudado por el terror, y ansioso de hallar un sacerdote que lo oyera en confesión. Satisfizósele su deseo, y después de confesado cogió su maleta y se reembarcó para España, encargando mucho a su confesor que no diera cuenta a las autoridades del secreto que le confiara, hasta que el pailebot hubiese anclado en Algeciras.

Hizo el Hacho la señal de que el correo había llegado a las costas españolas, y entonces se supo lo ocurrido. Monseñor X, era familiar o camarero de Su Santidad Pío IX, y venía desde Roma cumpliendo órdenes de su Soberano y Pastor, a entregar a un general carlista, recluso en la fortaleza del Hacho, la respetable suma de 25.000 liras (5.000 duros) en oro, para proteger la evasión de dicho personaje, y rescatar un tesoro enterrado, que hacía suma falta a la causa legitimista, a la sazón empeñada en grave contienda civil en España. El general carlista, había acreditado su personalidad, facilitado los planos del sitio donde dormía aquella millonada, y revestido con todos los detalles su famoso golpe de mano, pero como era muy vigilado en su calabozo, Monseñor X. debía entregar los 5.000 duros a dos aristocráticas damas que con nombres supuestos habían logrado vivir en Ceuta para hacer más llevadero el cautiverio del general carlista. Tal vez un rasgo de la astucia italiana, una secreta desconfianza o una corazonada, en fin, como decimos nosotros, hizo que Monseñor X. tuviese la precaución de no llevar su maleta a la entrevista con las linajudas señoras que le aguardaban, y esto le salvó.

Llegó, efectivamente, Monseñor X. a la casa señalada de antemano como punto de la cita, y apenas salvó el dintel, cayeron sobre él cuatro o seis presidiarios puñal en mano, decididos a arrebatarle la suma de que le suponían portador. Monseñor X. protestó, lloró suplicó, juró no denunciarlos, y le perdonaron la vida después de arrebatarle el reloj y unos dos mil reales en dinero que llevaba, dejándole en libertad cuando ellos se pusieron en salvo, no sin amenazarle con que sería asesinado si salía de la casa antes de una hora, tiempo que ellos juzgaron necesario para que se perdiesen sus huellas.  Así lo prometió y cumplió Monseñor X, quien, lleno de terror, no se contentó con menos que poner el Estrecho por medio entre su persona y los forajidos. Inmediatamente, se acudió a la casa donde había tenido lugar la espantable escena, pero se la encontró vacía y desalquilada, sin más rastro que alguna señal de lucha en la habitación, y hasta sin muebles ni indicios de haberlos tenido.

Esta frustrada estafa, no por desconocida menos cierta, probará hasta qué punto seducen las burdas invenciones de los enterradores, tratando de potencia a potencia con la curía romana, y embaucando a personas suspicaces y de sólida ilustración. Desde luego, convengamos en que tales empresas no pueden acometerse sin una complicidad extensa e inteligente fuera del presidio, y convengamos también con Cicerón en que: stultuorum infinitus est numerus[7], sin excluir clases ni condiciones, por selectas o elevadas que sean”

        2.- El vinatero del Maestrazgo

“El otro entierro de que fui testigo, aunque trágico por un accidente imprevisto, no dejó de tener sus notas cómicas.

Un cosechero de vinos del Maestrazgo mordió el anzuelo que le tendieron los enterradores, y creyó á puños cerrados que en una de sus heredades había considerable cantidad en buenos pesos duros, que un cabecilla carlista había tenido que enterrar para escapar a la persecución de las columnas liberales. El hombre no dormía tranquilo desde que supo que sus viñas ocultaban yacimientos de oro acuñado, y aun creo que revolvió todo el término municipal de su pueblo buscando inútilmente los millones carlistas.

Por fin, se decidió a comprar el plano exacto del sitio del enterramiento, y envió 4.000 reales en billetes al estafador que lo venía sonsacando, suma en verdad bien modesta tratándose del producto íntegro de todas las contribuciones cobradas por los carlistas en aquella región donde tanto empuje tuvieron, y tenían, las facciones.

Pasaron días y semanas, y el buen cosechero de vino carló comenzó a escamarse, no precisamente porque sospechara que era un cuento lo del tesoro escondido, sino porque creía que otro lo iba a desenterrar dándole a él mico[8]; y cansado de escribir y de no obtener respuesta, se embarcó para Ceuta decidido a recuperar el dinero, o a que le entregasen el plano, respetando la santidad del contrato, y quizás y con este solo propósito.

En Ceuta existe la costumbre de correr toros de cuerda por las calles con el más insignificante motivo, y casi todos los días hay gayumbo, que así se llama el toro atado y lidiado en plazas, calles, callejones, y hasta en el interior de las casas, donde el cornúpeto suele entrar, acosado; y en verdad que esta diversión, nada culta, había de influir en el destino del pobre vinatero, como si el novillo que aquel día se lidiaba estuviese en colaboración con los enterradores, porque apenas puso el pie en tierra fue cogido y volteado, resultando con las dos piernas rotas, sin el plano del tesoro y sin los 4.000 reales, pero con una peligrosa dolencia, en cambio, que le tuvo en cama dos meses largos, entre la vida y la muerte.

El desgraciado incidente de la cogida dio lugar a que se supiera el objeto que llevaba a Ceuta al lesionado, y este supo en el lecho del dolor que sus viñas no guardaban más tesoros que los negros y hermosos racimos fecundados por el trabajo.

La historia de esta estafa es bien sencilla, porque nada más fácil que hacer creer en la existencia de un tesoro carlista, en los pueblos donde estos merodean cuando se lanzan al campo; pero la he referido por sus consecuencias trágico-taurinas, y para que se vea hasta donde es explotable la gran masa crédula e ignorante con ribetes de avisada y un fondo de malicia punible, que hay en todas partes.-Y ahora entremos en la gran aventura de los batanes, porque en efecto, quijotesca fue la empresa magna que me hizo acometer y acabar dignamente un enterrador de nota”.

  1. Razón del altercado en el presidio por una foto

“Hallábame yo cierta noche de octubre ocupado en terminar asuntos urgentes de oficina, en la mía, situada frente por frente de la cuadra o dormitorio de Talleres, donde pernoctaban 100 presos por término medio.

Ya había sonado el toque de silencio, y todo era soledad y misterio en aquel caserón conventual, cuando de pronto vino a turbar el reposo en que nos hallábamos, un ruido insólito y tremendo de voces encolerizadas, golpes, y derrumbamientos de muebles.

Figúrese el lector como quedarían mis potencias ante aquella novedad poco tranquilizadora. Escuché un momento y el tráfago seguía, temblando el suelo como si corrieran en confuso tropel muchos hombres, o como si hubiera comenzado el derrumbamiento de aquella vieja casa, harta ya de servir de asilo a los presidiarios, después de haber cobijado a los orondos hijos de San Francisco.-Poco después, y cuando mi incertidumbre y mi asombro comenzaban a degenerar en algo peor, entró azorado y jadeante en mi despacho el capataz de Talleres, seguido de una porción de señoras que a la sazón se hallaban de visita en sus habitaciones, y que como yo mostrábanse sobrecogidas por aquel brutal estrépito. La vista de las señoras, agravó más y más mi comprometida situación, pues adiviné que ante aquel público femenil debía yo mostrarme a una altura a que me consideraba incapaz de llegar.

  • ¡Mi Ayudante! -dijo el capataz-es preciso que entre usted en la brigada, porque hay bronca, cuchillo en mano, y los presos han acorralado al cabo.

Lo primero que se me ocurrió fue estrangular a aquel mensajero inoportuno, que me hablaba de la precisión de entrar en la cuadra donde se repartían garrotazos y puñaladas; pero mi reputación de valiente, mi cualidad de malagueño, las obligaciones del cargo, y sobre todo, la presencia de las damas, determinaron en mí una saludable reacción, y en vez de irme a la calle a llamar a la guardia, como me aconsejaba el instinto de conservación, corrí a la puerta de la cuadra, y golpeando furiosamente el ventanillo, grité con el vocejón de bajo profundo, que tenía reservado para las grandes solemnidades:

  • ¡Cabo imaginaria! ¡Abra V. inmediatamente al Ayudante primero!- y seguí asido a los hierros del ventanillo, porque si me suelto, de seguro caigo al suelo solamente de pensar que aquella puerta podía abrirse.

Se abrió al fin, y por velocidad adquirida me hallé dentro de la cuadra, donde los presos, en confuso montón, corrían arrojando a su paso armas blancas, y otros objetos de que se habían valido en su breve lucha. ¿Qué había pasado allí? Pregunto yo, como es costumbre preguntar en las novelas. Va usted a saberlo, lector curioso.

Uno de los presos alojados en la brigada de Talleres, zapatero de oficio, natural de Málaga, y a quien ya me he referido, había echado de menos al regresar de su trabajo, un retrato fotográfico de una hermana suya. El tal preso, era un joven de buena índole, pero bravo y endurecido en la vida de la gente del bronce, y no podía dejar impune el hurto de aquel objeto querido. ¡Indagó y averiguó que el retrato estaba en poder de otro preso, gran confeccionador de entierros, que había convertido nada menos que en marquesa a la hermana de mi paisano, y apadrinado, y allí fue Troya!

Pidió el retrato en formas apremiantes, no lo obtuvo, y salió a relucir el cuchillo; el enterrador y creador de marquesas, tenía amigos; teníalos también el malagueño, hombre de muchas bragas, y la lucha se generalizó, amenazando tomar los caracteres sangrientos que revisten estas colisiones en el presidio, cuando llegué yo. Juan,-que así se llama el autor de aquel fregado, sumiso y agradecido, se puso en precipitada fuga antes que hacerme frente, y esto me salvó; pues al verle huir los otros contendientes, siendo el, como era, el gallito de aquella brigada, creyeron llegado el momento de que el Ayudante malagueño hiciera una sonada, a usanza de la tierra que tanto prestigio me daba entre la gente crua, y me dejaron dueño del campo, a mí, el más tímido de los seres volentes, a mí el más inofensivo de los mortales, pues, según mi costumbre, el famoso cuchillo yacía entre la ropa sucia, y ni aun bastón llevaba en aquella jornada memorable.

Recogí las armas que no habían podido ocultar los combatientes; envié a la enfermería varios contusos que habían resultado de la refriega; impuse ocho días de calabozo al enterrador que así sacaba marquesas de la nada; rescaté el retrato, que devolví al preso malagueño con una reprimenda de órdago; y restablecido moral y materialmente el orden, cuando hube apreciado y saboreado bien la admiración que ni miedo en hábito de valor sereno había despertado en las circunstantes, me fui a la fonda, teniendo que contenerme mucho para no correr; y ya acostado, advertí que la cama me venía corta.-¡Tanto había crecido mi personalidad de héroe por fuerza!”

Conclusión

“Y como me esperan otros asuntos, aquí pongo fin a la somera historia de las estafas presidiales, más cómicas que terribles, y menos inmorales de lo que se cree; porque es lo que yo digo: ¿qué ley se opone a que El Cencerro explote la inculta malicia de ciertas clases, dándoles, con gran sentido práctico, manjares literarios, digeribles y asimilables? Pues con él enterrador sucede lo mismo, salvando siempre las honradas intenciones de El Cencerro. Un hombre listo, explota la ignorancia y la credulidad maliciosa y poco honrada. Conténtese, pues, el estafado, con que no lo prendan, y téngase por seguro que dejará de haber enterradores, el día que no haya quien inmoralmente quiera apoderarse de un millón, por veinte y cinco duros”.

Este timo se dio tanto fuera de España que hubo protestas por vía diplomática de Estados Unidos y de Inglaterra. Sabemos que llegaron cartas hasta Australia, porque hubo periódicos en los que aparecieron artículos alertando de este timo, lo cual es un indicio de su frecuencia, y se conservan en algunos archivos cartas de enterradores, intentando dar el timo. La mayor parte de sus víctimas fueron francesas e italianas, en este último caso, sacerdotes.

El episodio de la lucha mantenida en el presidio por la foto de una hermana, “convertida en marquesa” por el enterrador indica que iba a ser usada como elemento de convicción para el receptor de la carta. Otras veces se indicaba en ella que esa joven sería la portadora, junto con un aya, del plano que llevaría personalmente el plano al primo.

Como se sabe, esta forma de timar se ha perpetuado en el tiempo. Sus herederos han sido los nigerianos que a través de sus “cartas nigerianas” lo siguen practicando con mucho éxito, en ocasiones. Recuerdo una carta de un empresario pakistaní, aparecida en un periódico, al que engañaron y sustrajeron utilizando un cuento muy parecido al de los enterradores clásicos la cantidad de seis millones de dólares.

 MARCO, José; “The spanish swindle”. Cartografía literaria trasnacional del timo del entierro” en el libro “Relatos infames. Breves historias de crimen y castigo” (dir y coor. Ignacio Mendiola y Daniel Oviedo, Barcelona.2017. Antropos. págs 71-99. Es un artículo muy interesante. Pongo el enlace, por si alguno quiere ampliar en este tema:

https://www.researchgate.net/publication/338805437_The_spanish_swindle_Cartografia_literaria_trasnacional_del_timo_del_entierro

 [1] Imp. del «Correo de Andalucía» 1886.-Casapalma 7. Málaga. https://www.google.es/books/edition/Catorce_meses_en_C%C3%A9uta/jAEwAAAAYAAJ?hl=es&gbpv=1&dq=JUan+J-+Relosillas&pg=PA3&printsec=frontcover

[2] “Les lettres de Jerusalem”, se llamaban así porque eran enviadas desde la cárcel parisina de Bizetre. En la calle Jerusalem estaba situada esa cárcel. Los presos lanzaban las cartas a sus compinches desde ventanas que daban a ella.

[3] Lo firma “Un abogado del ilustre colegio de esta Corte”. Creo que su autor es Felipe Monlau, pues apareció reproducido al pie de la letra en la voz “ladrón” contenida en el tomo 25 de la “Enciclopedia Moderna. Diccionario universal de literatura, ciencias, artes, agricultura, industria y comercio”, editada por Francisco P. Mellado, en 1853, en que aparece como colaborador.

[4]  Eduardo Martín Pérez (30 de mayo de 2006): «Correo del Penal de Ceuta», Filatelia Digital

[5] Todas las citas de este libro se pueden encontrar en el capítulo XV de esa obra. Para ello se ha dado el enlace a la misma.

[6] PAILEBOT o PAILEBOTE . s . m . A. N. Voz tomada de la denominación inglesa pilot’s boat , que significa bote del piloto ó del práctico , y se apropia entre nosotros a una goleta pequeña sin gavias, muy rasa y fina (Diccionario Marítimo de Martín Fernández Navarrete, 1831)

[7] La cita correcta es “stultorum infinitus est numerus”. En realidad, pertenece al libro de la Biblia, el Eclesliastés, 1, 15. No es de Cicerón.

[8] Dar mico a alguien: es darle plantón en una cita.

Martín Turrado Vidal historiador

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