Catástrofe y horror: psicólogos de emergencias

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La virulencia y fuerza incontrolable de los fenómenos de la naturaleza genera catástrofes que conllevan daños físicos y psicológicos. Aquí entran las GIPCEs, Grupos de Intervención Psicológica en Catástrofes y Emergencias.

Las imágenes de la tragedia que desencadena la erupción volcánica en La Palma me recuerda a la vivida por las víctimas del accidente ferroviario del Alvia, un terror que no queremos volver a detallar. En la actualidad, nos enfrentamos a una virulencia volcánica que está dejando atrás casas arrasadas y calcinadas, animales, coches y lo que es peor…  En una isla que se enfrenta a predicciones tan trágicas como las de que sus cráteres podrían dividirla en dos.

Es evidente, la angustia no cesa sino que se acrecienta. No estoy de acuerdo con los que afirman la necesidad de recuperar los recuerdos porque prima la vida y por un instante se puede perder. Los acuerdos van tatuados en nuestra mente y todo lo material es perecedero.

Es innegable que debido a nubes o vapores tóxicos se pueden desencadenar problemas respiratorios, de garganta y nariz. Si a esto sumamos el efecto de ahogo en asmáticos de las mascarillas y los problemas respiratorios derivados del Covid, no conduce a un cuadro que puede generar gran ansiedad y angustia.

No puedo pensar en el desasosiego y desorientación y acaso síncope de quien sufre agorafobia  y ve que el hogar, que es su protección, ha desaparecido, ya no existe. No hay una base, un hogar que sustente su vida. La UME, los psicólogos, médicos, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bomberos, pueblo llano todos ellos son esos ángeles cruciales para dar paz y aliento en una situación altamente difícil.

El miedo y estado de alerta será continuo porque lo vivido dejará una huella indeleble. Es evidente que al llegar la lava al mar producirá nubes tóxicas y explosiones y, aunque hay que prevenir, no debe aumentarse el síndrome post traumático con noticias desequilibrantes como las que se han viralizado en relación a un hipotético tsunami que sepultará la isla. En toda catástrofe existe el morbo, el coartar una recuperación que será lenta y afectará al estado mental.

Escalofríos, pesadillas, ataques pánico, mareos, cefaleas que con el tiempo se atenuarán. Son momentos de encumbrar nuestro valor solidario porque todos debemos ser uno con La Palma y decirles que después de la oscuridad sale la luz.

Cañerías, redes telefónicas, casas… objetos que no tienen vida y que contrastan con los cientos de ciudadanos que han sido evacuados, salvados, y mientras exista vida hay esperanza. No hace falta porque lo demuestran día a día la catadura moral y abnegación de las Fuerzas de Seguridad, pero es necesaria la imperiosa ayuda estatal a estos seres humanos presos del terror con un destino incierto para tantas familias

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